Dilema recurrente, desquiciante, irreconciliable: o idealizas a quien se muestra imposible o desagradable o huyes de quien aparentemente tiene todo aquello que crees buscar…¿cómo resolverlo?
Me escribe una persona con una de mis consultas más frecuentes. La llamaremos Teresa. Teresa está saliendo con una persona que no la trata bien. A veces se muestra indiferente, otras veces la rechaza y cuando ella se cansa del destrato y se distancia, dicha persona acude tras ella con un súbito estallido de amor. Como suele pasar en estos casos, Teresa se desgasta mentalmente intentando entender tales cambios, sin darse cuenta de que su pareja es su exacto espejo. Pues Teresa sólo ha tenido dos tipos de relaciones. O bien se engancha de alguien como su novio, alguien que se convierte en una obsesión porque nunca le da lo que busca; o bien rechaza a personas que muestran un verdadero interés y entrega por ella.
Teresa está enamorada de su pareja, que es otra persona que no se quiere a quien le quiere. Para compensar tales desprecios, se refugia en otras personas: un antiguo ex, concretamente, que estaría encantado de retomar la relación y que aguanta sus vaivenes en espera de que se quede libre y caiga en sus brazos. Si seguimos la cadena, seguramente veremos que ese ex también tiene a alguien enganchado de sus inexplicables ambivalencias…
Al igual que Teresa, su novio y su antiguo ex, muchísimas personas viven enamoradas de la dificultad. Creemos erróneamente que si nos cuesta mucho trabajo, es que el premio será mayor. Puede que esto se aplique en otros ámbitos, pero en el amor, la dificultad suele ser el preludio del desastre. No hay mejor indicativo para prever una relación tóxica que el hecho de ver a dos personas que compiten para conseguir que el otro se les someta. A toda esta agotadora lucha de poder, acompañada habitualmente de ninguneos, faltas de respeto, idas y venidas y comportamientos de una incoherencia desoladora, se le llama amor.
Y se sufre enormemente por tal supuesto amor, que finalmente, queda en agua de borrajas.
Y en un ego hecho trizas.
Y en un vacío que en realidad, ya existía de antes, pero que ahora se muestra en toda su desolación.
Los que nos dedicamos a enseñar sobre relaciones solemos ser muy machacones recordando que el amor es algo que te tiene que dar mucha más paz, que guerra: y somos machacones porque también lo hemos sufrido – o hecho sufrir- en las propias carnes. Comprendemos, con el tiempo, que esa actitud en el amor no es más que el reflejo del mundo que nos rodea. La toxicidad tiene punch. No deja de ser la comida basura del alma.
Y no sólo en el amor: ¿quién no ha entrado en follones en un grupo de whatsapp, quién no ha criticado por las redes sociales, quién no ha entrado en intrigas de patio de colegio en el trabajo o se ha regodeado juzgando o puteando al de enfrente?
Pero permitir y ejercer todos estos micromaltratos cotidianos, terminan por degradar por completo nuestra salud, alegría y energía. Entretenernos con estas mezquindades puede ser un recurso para acallar a nuestros fantasmas internos, pero alimenta, en cambio, a un ejército de demonios. En el amor, la mentalidad de consumo es tan perniciosa como en el resto de las cosas. Cuando nos enganchamos de personas o relaciones insatisfactorias, difíciles o dañinas, estamos haciendo exactamente lo mismo que el que fuma tres paquetes diarios de tabaco. El vicio esconde una huida.
Cuanto más nos ocupemos de la relación y de psicoanalizar a alguien que no hace mucho más que ser el eco de la forma en que nos estamos tratando a nosotros mismos, menos tenemos que ocuparnos de lo nuestro.
De este modo, nos acomodamos en el rol del victimismo (mira lo que esta persona me está haciendo) o en el rol de culpa (no sé porqué me comporto tan mal con la gente que es buena conmigo). No hace falta incidir demasiado en lo completamente inútiles que son ambas posturas. En realidad, cuando alguien padece y perpetúa una relación tóxica, sea cual sea su desempeño en ella, lo que está diciéndose a sí mismo es: soy una ameba sin voluntad que voy y vengo según me dé el viento.
Ser una ameba puede parecer algo muy cómodo en un inicio. Cuando se lleva la pasividad por bandera, uno deposita en los demás las responsabilidades y si eso, que ellos decidan. Si deciden cosas que no nos gustan, nos podemos revolcarnos en el pozo de la queja y la auto conmiseración, que es algo que le hará mucho bien a nuestro ego (hay un ego loser que es totalmente narcisista) y un flaco favor a nuestra autoestima.
Por supuesto, esta actitud vital no sólo evita los problemas, sino que los multiplica. Recuerdo especialmente el testimonio de una persona que tras un estrepitoso fracaso sentimental, había empezado a tomar consciencia de todo este patrón que le había movido durante años.
Me creía una buena persona porque nunca hacía nada. Si quería algo, de alguna manera me las arreglaba para que fueran las otras personas quienes actuasen o tomasen decisiones por mí. Y si salía mal, yo no tenía la culpa….¡a fin de cuentas, nunca hacía nada!. No entendía tantas complicaciones o porqué la gente se alteraba tanto. Ahora lo veo. Pensaba que si hacía cosas, me arriesgaba. Me doy cuenta que es mucho más arriesgado no hacerlas.
Al contrario de lo que solemos creer cuando nos encontramos atrapados en estos patrones, no es que seamos idiotas. Nuestra parte más emocional y más auténtica nos dice que lo que nos gustaría es estar con gente que nos ame, nos cuide y nos valore y a la que a su vez, tengamos ganas de amar, cuidar y valorar. Pero hay una pequeña dificultad: que el amor, como decía Baudelaire, es el anhelo de salir de uno mismo. Algo que implica comprometerte apasionadamente con el hecho de estar vivo. La relación tóxica es todo lo contrario: es el deseo obcecado y persistente de no moverse del sitio.
Que es algo a lo que tenemos un miedo estratosférico.
Ese miedo que nos hace ir detrás de personas que llevan un NO escrito en letras de neón resplandeciente y visible a 150 kilométros.
(Porque tener una autoestima a nivel vertedero de Nueva Delhi es una zona de confort. Aunque no lo parezca).
Y vista la teoría, pasamos rápidamente a la práctica. ¿Qué hacemos para enamorarnos de personas estupendas que se enamoran de nosotros y para pasar olímpicamente de la gente que no nos encaja o no nos conviene? Ninguna solución es posible si no se empieza por una abstinencia. Es decir, tarde o temprano, te guste o no te guste, para efectuar este cambio necesitarás soltar un apego que te hace daño. Muchos ya conocéis este delicioso momento existencial:
A partir de este punto, hay un contundente y hermosísimo ejercicio que os recomiendo hacer cada día. Verbalizar, expresad, declamad en verso o rubricad en prosa las ganazas que tenéis de querer y ser queridos. Sin cortapisas ni correcciones políticas. Sin haceros los duros. Sed así de revolucionarios en un mundo repleto de gente que está acojonada de la posibilidad de tener que estar a la altura de un amor que merezca la pena. Creed de forma poderosa en lo que buscáis porque lo que buscáis es un reflejo de vuestro potencial. Y de vuestra fe en vosotros mismos.
Sólo una persona que realmente se quiere, puede ver y valorar a quienes le quieren.
Acompañando a esta declaración de intenciones, asume la responsabilidad de lo que hayas vivido hasta ahora. Lo que elegiste hacer es tuyo, de nadie más. De verdad, por muy tentadora que sea la idea de echar balones fuera, la mayor parte de las cosas que te han pasado son resultado de tus elecciones, incluidas las no elecciones.
Y por último, asume que la vida te seguirá planteando las mismas preguntas. Tú puedes seguir escogiendo una misma manera de responder a ellas, en cuyo caso, obtendrás idénticos resultados; o bien, puedes hacer un pequeño esfuerzo y experimentar con otras opciones, evitando seguir recorriendo el mismo circuito cual rata de laboratorio.
Tratar mal a quien te trata bien y tratar bien a quien te trata mal, responde a un mal cableado emocional. Uno no cree merecer nada potable y al ir aceptando – como lo más normal del mundo – cosas que no lo son, no hace más que reforzar este mensaje. Y alguien viene a hablarnos como si fuéramos gente con sentimientos que merece la pena cuidar, nos parece de ciencia-ficción. Uy, qué intensito éste ¿no?. Donde esté un fulano que me haga de menos…
Aceptar que actuamos de una manera contraria a la imagen que queremos tener de nosotros mismos, es muy duro. Y explica porqué hay tantas personas que prefieren pasar la vida sufriendo por lo que hacen los demás, que afrontando el inmenso dolor de reconocer lo que se están haciendo a ellos mismos.
Todo cambia – y mejora – en el momento que soltamos la necesidad de mantener esa imagen. Porque detrás de ella, se esconde una criatura desnuda, imperfecta y muy asustada, que es infinitamente más digna de amor propio que todo el personaje que nos hemos montado para conseguir el amor ajeno.