Intento comprender por qué tanta gente ha abucheado una película que ha ganado la Palma de Oro en el Festival de Cannes y ha sido candidata al Oscar a mejor película, director y fotografía. ¿Los críticos y los profesionales son unos culturetas a los que sólo les gusta el cine iraní? ¿El común de los mortales no entiende de cine?
“El árbol de la vida”.
Mi teoría es que esta película hay que verla, no con la razón, sino con los sentidos. Relajarse, disfrutar visualmente, entender a los personajes desde el corazón, desde las experiencias propias, y no intentar seguir una línea narrativa como si fuera una novela de misterio. Si no, comprendo que pueda ser insoportable.
Comienza con la secuencia de más abajo. Y ya nos plantea esa doble posibilidad como el camino de la Naturaleza y el de lo Divino a través de la voz de Jessica Chastain. Fantástica actriz que consigue hacerme pensar que es una persona real que vive en aquella época y no me la puedo imaginar fuera de allí con unas Nike.
Venimos de negro y vemos a una niña abriendo una ventana, descubriendo el mundo y la vida. Con sus manos sobre el borde de madera, un material vivo que nos conecta a la naturaleza. Y pasamos a ver las cosas a su altura con un escorzo de ella para ver lo que ella ve: vacas, girasoles, el sol.
Por un momento vemos que el viento mece el pelo. No sé si Terrence Malick quería transmitir algo con ello o si simplemente el día estaba así, pero el plano desborda los límites del cuadro y consigue que se sienta la libertad de la niñez en el campo.
Un brazo sobre el hombro, un abrazo, para él eso es la figura paterna. El sol se pone a lo lejos, entre las ramas de los árboles, y acaba la etapa de la niñez yéndonos a negro. Cierra un capítulo de su vida.
Abre otro, la niña pasa a ser madre. Juega con sus hijos sobre un columpio de madera. Una vez más la madera. Los encuadres no son perfectos; se hacen cámara al hombro y con angular, intuyendo lo que va a funcionar y lo que no, buscando el aire en el lugar apropiado del plano, con elipsis en el montaje, intentando plasmar lo que todos entendemos como la vida misma: imperfecciones, el ambiente que sentimos que nos rodea, momentos importantes y prescindibles que vivimos y que quedan en el recuerdo a veces inconexos, a veces yuxtapuestos, como un edredón hecho de recortes de diferentes telas. Emmanuel Lubezki, celebérrimo dop mejicano, es quien consigue plasmar en el negativo lo que Terrence Malick quiere hacernos sentir. Ese es el diálogo más puro entre el realizador y el director de fotografía, hablar de conceptos abstractos.
La familia se sienta a la mesa y de nuevo el viento en las cortinas. Quizás solo para añadir movimiento al plano, quizás no. Si le hubiera molestado hubiera cerrado la ventana, rueda en Hollywood, puede hacer eso. Brad Pitt a un lado y Jessica al otro. No han hecho nada y ya sabemos que tienen dos personalidades casi opuestas. ¿El vestuario? ¿La mirada? ¿La propia elección de casting? Es una suma de todo, pero Terrence nos está contando exactamente lo que quiere.
Los planos exteriores están rodados a la hora bruja, con el sol muy bajo, cuando se supone que la luz es mágica. No dejó estos planos para el final de la jornada de rodaje porque fueran prescindibles ni dijo: ¡corre que se nos va la luz, haced lo que sea, jugad, deprisa! Ya se hizo “Days of heaven” en el 73 de esta manera.
La catarata y el sol, cierra esta reflexión. El camino de la Naturaleza, y el camino de lo Divino.
(pinchad sobre la foto para ver la escena en Youtube)