Revista Pareja

Tu realidad es tuya: haz lo que quieras con ella

Por Cristina Lago @CrisMalago
Tu realidad es tuya: haz lo que quieras con ella

¿Te sientes estancado/a? ¿Te encuentras una y otra vez con los mismos problemas? ¿Te anclas en ideas y patrones que ya no funcionan? Si no te adaptas a tu realidad…cambia tu realidad.

¿Sabéis lo que es un diálogo de besugos? Con esta ocurrente descripción, retratamos ese tipo de conversación donde dos personas discuten sobre dos puntos de vista aparentemente contrarios y nunca llegan a ninguna conclusión, porque están demasiado ocupadas en convencerse el uno al otro, en lugar de escucharse y pensar.

Cada uno de nosotros albergamos un conjunto de creencias y valores que definen nuestra realidad. A menudo, estas creencias y valores chocan con otras realidades y otros conjuntos de creencias y valores que varían según cada persona. Cuando nuestro sistema racional entra en conflicto con el sistema racional de los demás, podemos reaccionar de diversas maneras.

Podríamos aceptar que no es necesario que todos interpretemos las cosas de la misma manera, pero por lo general, lo que hacemos es percibir la diferencia como una amenaza. Si no nos dan la razón, si sus creencias no están en armonía con nuestras creencias, se generan posibles dudas y si tengo miedo a soltar mis creencias, activaré una serie de mecanismos de defensa que implicarán atacar y destruir tus creencias para poder validar las mías. Porque necesito defender mi realidad.

Cuando nos vemos envueltos en estos diálogos de besugos para forzar al otro a que reafirme nuestra realidad, el único mensaje que estamos emitiendo, sin darnos cuenta, es no tengo seguridad en mis creencias, ni valores, por tanto necesito anular los tuyos para reafirmar que los míos son los que valen.

Caer en estas confrontaciones (tanto externas como internas) no es más que otro síntoma de esa enfermedad que bautizaremos como rigor mortis mental. Otros síntomas de que se experimenta este triste padecimiento, es que nos topamos constantemente con conflictos de la misma índole, reaccionamos de la misma manera, y nos sentimos frustrados y enfadados por lo mal que está todo, lo mal que está la gente, los valores que se han perdido, y otra retahíla de quejas egocéntricas que nos llevarán exactamente a seguir repitiendo los mismos errores y a reafirmarnos en esa percepción de la realidad disfuncional, que tantas molestias y disgustos nos está causando.

Nada de lo que sucede fuera de nosotros – excepto los acontecimientos puramente fortuitos – es casual. Y menos aún, si se repite de forma más o menos constante en el tiempo. Por esta razón, la realidad de una persona puede variar enormemente con respecto a otra persona. Si sólo existiese una única realidad, todos experimentaríamos los mismos problemas, circunstancias o situaciones.

Una vez reconocido que mi realidad es el producto de mis propias creencias – tanto las que me limitan o me perjudican, como las que me generan energía y bienestar-, las buenas noticias es que mi realidad me pertenece a mí. No a mis colegas, no a mi vecino del quinto, no a mi cónyuge, a mis hijos o a mis padres. Es mía. La libertad para hacer y deshacer con ella, es infinita.

¿Concretamos? Vamos a poner un ejemplo muy básico. Imagina que tienes un amigo que está constantemente pidiéndote favores, aunque luego nunca está disponible cuando se le necesita. Tú te has acostumbrado a satisfacer sus deseos, esperando que algún día valore tu magnífica generosidad y te retribuya de alguna manera. Ni siquiera esperas ya que haga lo mismo que tú, pero cualquier mínimo gesto ya te bastaría.

Por supuesto, esta situación te hace sentir explotado y utilizado. La gente es egoísta, sólo va a la suya, no queda nadie como yo, que soy generoso y doy sin esperar nada a cambio

¿Os imagináis que clase de realidad brota de esa manera de interpretar la situación? Una realidad fundamentada en dos creencias tan tóxicas como complementarias: Mis necesidades están por encima de las de los demás (el amigo egoísta)/Las necesidades de los demás están por encima de las mías (el amigo generoso). El amigo egoísta perderá amistades constantemente, no entendiendo que la gente se agote y se harte; y el amigo generoso será explotado constantemente, no entendiendo que la gente sea tan jeta y aprovechada. Pensad por un momento en las realidades que se están fabricando ambas personas en sus cabecitas.

¿Qué sucede cuando percibimos de esta manera nuestra realidad? Que nos sentimos mal, como es natural. Es como habitar en una choza en un páramo helado, lleno de hierbajos negros y con un montón de enemigos al acecho. Un asco, vaya.

El problema que solemos tener con respecto a nuestra realidad, es que esperamos que los demás cambien la suya para poder estar cómodos con la nuestra. Nos sentamos a rabiar en nuestro páramo desagradable, mientras aguardamos a que venga el amigo egoísta (o cualquier otro personaje random) a montarnos un chalet de lujo con un jardín espléndido y calefacción central los 365 días del año.

Pero por supuesto, nadie viene a construirte el chalet. Y tienes dos salidas: o montártelo tú, o seguir esperando, muerto de frío, a que cualquier otro te traiga un cambio.

El proceso para cambiar nuestra realidad, es muy sencillo. Requiere tres pasos básicos:

  1. CONSCIENCIA Y RESPONSABILIDAD: Hacer cosas por alguien que no las haría por mí, me hace sentir mal. Estoy realizando una acción – libremente – que me genera malestar.
  2. ELECCIÓN: Me siento mal. Me detengo en este punto y me cuestiono. ¿Por qué hago algo que no me hace sentir bien? Entonces me digo a mí mismo: puedo y tengo el derecho de escoger si quiero realizar esta acción o no.
  3. DECISIÓN: En el mismo momento en que escojo una acción, introduzco un cambio sustancial en mi realidad.

En definitiva: tu realidad es un entorno que tú diseñas a medida de tus posibilidades, deseos, necesidades y aspiraciones. Es tu vida, tu escultura, tu cuadro, tu obra; y tú decides si introduces una pincelada u otra, si prefieres el cincel o el martillo, si das prioridad a una cosa o a otra. Y con cada decisión, el escenario, cambia.

Si tu realidad es una fuente de constantes frustraciones y malestares, tu realidad ya NO es funcional para ti. Puede que lo haya sido en otros momentos. Puede que en otras épocas, necesitases utilizar ciertas creencias o verdades para sobrevivir a una situación para la cual carecías de libertad de elección. La mayor parte de pensamientos inconscientes que nos condicionan, provienen de la propia infancia. No obstante, ya no somos niños, somos adultos. No estamos indefensos, tenemos la capacidad de escoger.

Por tanto, entender que la realidad es flexible y que es una extensión de nosotros mismos y nuestras acciones, es fundamental para poder modificarla. Si esta realidad es disonante, si no se ajusta a lo que somos, nos encontramos muchas veces con sucesos externos que al chocar contra nosotros, chirrían como un violín desafinado. Agradece enormemente estos sucesos, pues te están mostrando lo que necesitas comprender, aceptar y cambiar, de una manera que ni mil artículos de autoayuda podrán explicarte mejor.

Si te ayuda visualizarlo de esta manera más breve y más práctica, interioriza este esquema.

Tu realidad es tuya: haz lo que quieras con ella

Quizás lo más importante a la hora de entender que puedes cambiar tu realidad, es recordar que cualquier cambio que nos cuesta hacer, responde a una creencia nuestra. A las creencias no debemos preguntarles si son buenas o malas, correctas o incorrectas. Sólo debemos cuestionarnos si nos sirven o no nos sirven.

No convirtamos nuestra cabeza en un diálogo de besugos y aprendamos que estamos en esta vida para crear, experimentar y sentir lo que vivimos, no para ganar debates.

Cuestionar creencias, adoptar puntos de vista inimaginables, transitar por el absurdo, darle la vuelta por todos los lados y regresar más sabio y más perplejo que nunca, es la misma esencia de una existencia verdaderamente rica e interesante. Y una salvaguarda para nuestra salud mental.

A fin de cuentas, como decía Chesterton, el loco no se vuelve loco por falta de razón…sino por exceso de ella.


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