Bien, pero con objeciones. Una cosa es recuperar el espíritu que alumbró aquel disco bonito llamado “Sea Change” y otra muy distinta es marcarse un Haneke y auto-plagiar, punto por punto, una de tus obras más reconocidas: “Morning” no es que se parezca, es que ES “The Golden Age” envuelta con un papel de regalo distinto. De moco que bien por Beck, por esa capacidad suya de conseguir que nosecuántos años después de “Loser” aún sigamos prestándole atención, pero tampoco nos pongamos histéricos ante un disco tan bonito como redundante en las buenas ideas de su antecesor, y además bastante inofensivo.
A ver, me explico: el que esto escribe es, más que probablemente, fan confeso de discos mucho más irrelevantes para la crítica seria que “Morning Phase“, pero no creo que esté de más recordar que hablamos de una persona que, si por algo se ganó un sitio en la música independiente, fue por su capacidad de transgredir normas y géneros. Escuchar estas últimas canciones de Beck Hansen es como conformarse con la perfecta ejecución que un supermutante haría de un viejo standard, cuando lo que podríamos tener es la música resultante del uso de sus superpoderes. ¿Se entiende lo que quiere decir? Este Beck es sin duda alguna más maduro y reposado, los arreglos de cuerda son fastuosos, el disco es agradabilísimo (el adjetivo ya tiene, en cierto modo, una cierta connotación peyorativa) y el tío no da una nota mala, pero justo ahí radica su talón de aquiles: en la incapacidad que parece mostrar el firmante de “Odelay” para salirse ahora del guión.
El primer sencillo que conocimos del álbum, “Blue Moon“, ejemplifica perfectamente esto que digo: desde luego, no me disgusta, pero tampoco me entusiasma. Me enganchan esos sintetizadores justo al final, dibujando una coda maravillosa, pero ¡ay! en el fondo llevo esperándolos durante 3 minutos de escucha, desde que empezó la canción.
Y una vez que he argumentado (mal, supongo) mi tesis de que ni tanto, ni tan calvo, ahí va una selección de lo más memorable del álbum. Empiezo con “Unforgiven“, algo así como la banda sonora perfecta para acompañar tu conversión a la Iglesia de la Cienciología a la que el californiano pertenece. “Wave” es impresionante, aunque no sé si tanta gravedad al final resulta demasiado solemne como para tomármela demasiado en serio, y el saqueo (como ya hacía en el comentado “Sea Change“) a Nick Drake es más que evidente, pero sin la hermosa sobriedad de aquel. Por último, y cerrando el disco, el sencillo (en el sentido de “single“, porque de sencillo = elemental-discreto-sobrio, no tiene nada) “Waking Light” se perfila como una de las mejores del álbum, con un estribillo de lagrimilla y esa innegable capacidad para evocar rayos de sol abriéndose paso entre la nubes. Desde ya, candidata a canción de autoayuda de 2014.
Acabo con la que, a día de hoy, es mi favorita del disco: “Turn Away“ renuncia a la grandiosidad del cinemascope y recluye su hermosura en un formato mucho más discreto, mucho más cerca de la caricia acústica que la orgía de violines. El tema se mira se disimulo (¡esa letra de la primera estrofa!) en el espejo de “The Sound Of Silence” de Simon & Garfunkel, con el agravio comparativo que supone siempre aspirar a cumbres tan altas. Considerémoslo un homenaje y entonces no nos quedará otra que disfrutar de esta pequeña joya de folk, tan bonita como convincente.
“Turn, turn away
From the sound of your own voice
Calling no one, just a silence
Run to see you at the edge
Fall off the avalanche
Turn away
Hold hold the light
That fixes you in time
Keeps you under
Takes you over
The wall that love divides, between waking and slumber
Turn away
Turn turn away
From the weight of your own past
It’s magic for the devil
And betray the lack of change
Once you have spoken
Turn away“