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Última salida de 'Lady Filstrup'

Por Burgomaestre

Última salida de “Lady Filstrup”

Nota previa: Este burgomaestre (se teme que entre la indiferencia casi general) dimite de sus funciones blogueras. Deja para los pacientes y amables amigos de “Lady Filstrup” una colección de imágenes comentadas, unas portadas que se comentan solas, unas palabritas de despedida y, además de su gratitud eterna por la atención prestada, enlaces a todas las entradas anteriores.

Me permitirán que, a la hora de la despedida, amigos de este weblog (o lo que sea), prescinda de la acostumbrada precisión en los datos, de la habitual profusión de los mismos, y que, en cambio, les hable sencillamente, como cumple a un amigo que se sincera. En suma, quisiera, en el fondo, hablarles un poco de mí, con la excusa, ineludible, de referirme a nuestros queridos cómicos de siempre. Este burgomaestre abandona sus deberes agotado, desilusionado y mustio, aunque con su cariño por los actores intacto. Sencillamente, no puede continuar porque se le ha acabado el entusiasmo por su labor. No vale la pena darle más vueltas. Pero no quiere irse sin hacer un último esfuerzo desesperado por explicarse (a los demás y a sí mismo), por tratar de trasladar sus sentimientos y emociones, en relación a todos esos hombres y mujeres que, con su oficio de cómicos, le han acompañado desde la niñez y le han mostrado qué puede ser eso que llamamos “la vida”.

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El amor sólo dura 2000 metros

Así titulaba el divino Jardiel una de sus comedias y así es como se siente este burgomaestre en relación al weblog que, de manera fatigosa, alimenta. Siente que el entusiasmo se ha acabado, con él, la ilusión, y que seguir con sus peroratas en tales condiciones, privándose del necesario descanso tras la obligada jornada laboral en la correspondiente oficina siniestra, sería autoinfligirse un castigo que quizá merezca, pero que no está dispuesto a administrarse. Oportunamente o no, es hora de que otros, si lo desean, recojan el testigo. La pretensión original (y vana) de este burgomaestre consistía en recoger en este lugar internáutico el reconocimiento que los actores y actrices españoles, que con su oficio han iluminado su existencia, merecen. Un intento por dotar, al menos, de nombre a los rostros que todo el mundo conocía, pero no reconocía.

Y el hechizo bajo cuyo influjo pervive, le llegó a este burgomaestre, nacido en octubre de 1963, desde la pantalla de la televisión, de aquella televisión que reservaba para los telefilmes y películas norteamericanas sus más destacadas parcelas horarias (lo que hoy llamamos “prime time”), pero que se nutría, en fundamental medida, de producciones dramáticas propias. Allí se dieron cita varias generaciones de actores, desde primeras figuras de la escena teatral, con décadas de experiencia, hasta jóvenes prometedores avalados por sus trabajos ante las cámaras de cine, pasando por estrellas de la pantalla grande más o menos exitosas, retornados del exilio, actores de doblaje, o meritorios de nuevo cuño. De ese amor primero llegó después la curiosidad por conocer la procedencia profesional y vital de esos intérpretes y de quienes, sirviéndoles de espejo en que mirarse, les precedieron. Así se explica que, retrocediendo en el tiempo, este burgomaestre haya accedido a la admiración de figuras pretéritas y desborde hoy curiosidad por perdidas joyas del cine español de la década de los años 30, como, por ejemplo, “Poderoso caballero…” una cinta que reunía a cómicos de aquel tiempo que gozaron de notoriedad y éxito, hoy olvidados, tales como Casimiro Ortas, Rafael Medina, Luis Villasiul, y el vorazJulio Castro “Castrito”. Curiosidad así mismo excitada por las andanzas de los que hicieron carrera en América, tales como Julio Peña, José Nieto, Ana María Custodio, Catalina Bárcena, Rosita Díaz, Tony D’Algy, Conchita Montenegro, Félix de Pomés, Fortunio Bonanova, Antonio Moreno, Roberto Rey, o Juan de Landa, el único de todos ellos al que se dedicó aquí una pequeña entrada. Este rastreo, acicate imprescindible para la curiosidad de este burgo, y similar al que le llevó a deleitarse con las páginas de los tebeos Bruguera de los postreros años cuarenta, tuvo su origen, en cualquier caso, y como todo lo demás, en los primeros años sesenta, frente al televisor, donde habitaban los mágicos intérpretes de aquella casa encantada que era Televisión Española.

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De los asiduos de la televisión, nos hemos ocupado aquí al hablar un tanto de algunos de ellos, quienes tendrán que servir como muestra para entender el resto. Enseguida hablamos de José María Escuer, un dignísimo representante de lo que podríamos considerar “la clase media” del elenco de Televisión Española. Recordamos aquí, por ejemplo, su infancia de hijo de actores, y el terrible pateo que hubo de soportar al estrenar “Como mejor están las rubias es con patatas”, del divino Jardiel. Tan habitual como Escuer fue en aquellos programas dramáticos, otro de los primeros actores que compareció en este weblog, Tomás Blanco, quien quedó asociado al medio por este burgomaestre, pese a que, naturalmente, tenía a sus espaldas, cuando llegó a la

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televisión, una larga carreraprofesional en el teatro y en el cine, donde, por cierto, debutó en 1942, en una espantosa película dirigida por José Buchs (“Un caballero famoso”), en un papel destacado y con una narizenorme, desproporcionada (la suya), de la que se desprendió para continuar, ya con un apéndice nasal menos escandaloso, actuando para las cámaras en títulos tan recordados como “Nada” (Edgar Neville) y “Mariona Rebull” (José Luis Sáenz de Heredia), adaptaciones a la pantalla, ambas de 1947, de novelas prestigiosas, tal como lo serían aquellas que, contando igualmente con la presencia de Tomás Blanco, dos décadas más tarde serían objeto de su emisión seriada por la pequeña pantalla. También hemos hablado del gran Fernando Delgado, de cuyo fallecimiento nos hicimos obligado eco y al que dedicamos, a renglón seguido, una monografía. En un registro más cómico que los previamente citados, Valeriano Andrés, fue otro de los actores que, cotidianamente entraba en los hogares de los españoles desde el tubo catódico, y cuya figura, con la mejor voluntad, fue glosada en “Lady Filstrup”. También hubimos de despedir a Francisco Piquer (a cuya hija Edith, agradecemos vivamente la atención que tuvo con este burgo), a Fernando Cebrián, a Lola Lemos, a Vicente Haro, y a Blanca Sendino, cuatro ilustres representantes de aquellos dorados años de la televisión española, que se nos fueron recientemente.

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Para mi generación, todo empezó en la tele

Eminentes primeros actores del teatro español, con treinta o cuarenta años de experiencia, tales como Manuel Dicenta o Guillermo Marín conseguían, en un solo pase televisivo, hacer llegar su arte interpretativo a más espectadores de lo que jamás habían hecho antes, en innumerables repeticiones, en un sinfín de escenarios. Y si grandes fueron Dicenta y Marín en el teatro, y si parte de su grandeza pudo diluirse en el cine (especialmente la del primero, que tuvo menos suerte que el segundo, en este medio), no menos colosal fue la dimensión de Mary Carrillo en la escena teatral, a quien tuvimos que dar el último aplauso, tratando de dar testimonio de que su arte destelló por igual en cine y en televisión. Un tanto más jóvenes que los previamente citados, José María Rodero, José Bódalo, o Carlos Lemos, habían sido titulares de prestigiosas compañías teatrales antes de que la televisión les confiriese el halo de la notoriedad máxima al intervenir en un buen número de espacios dramáticos, de los que el más reconocido (hasta alcanzar la consideración de “mítico”) fue la versión que dirigió Gustavo Pérez Puig de “Doce hombres sin piedad“, guión original para televisión escrito por Reginald Rose. Sumándose al trío de actores citados (y al antes mencionado, Fernando Delgado), completaban el reparto ocho monstruos de la escena tales como Jesús Puente, Rafael Alonso, Pedro Osinaga, Sancho Gracia, Ismael Merlo, Antonio Casal, Manuel Alexandre y Luis Prendes, a quienes se sumaba, en un papel auxiliar (y preliminar), José Luis Lespe. De cualquiera de ellos, este burgomaestre debería haber sido capaz de ofrecer aquí una exhaustiva y elogiosa semblanza, pero tan sólo Fernando Delgado y Carlos Lemos han sido objeto de tan dudoso honor. Luis Prendes compareció aquí (además de cuando su presencia en algún film determinado, como en el caso de su interpretación del policía protagonista de “De espaldas a la puerta” -José María Forqué, 1959- así lo requirió) en tan sólo dos “entradas-galería”, siendo la primera la que recogía su imagen junto a la de la desaparecida Emma Penella en el film de Miguel Iglesias “Carta a una mujer” (Miguel Iglesias, 1961), y la segunda, cuando nos referimos a una romántica versión del Tenorio. También José Bódalo, una referencia obligada para toda una generación de espectadores, contó en “Lady Filstrup” con una entrada que se limitó a un mero apunte sobre uno de sus estrenos de Buero, quedando pendiente una justificadísima monografía. Como los primeros actores, solidísimos genéricos, igualmente avalados por su continuado ejercicio sobre las tablas de un teatro, como los siempre espléndidos Joaquín Roa y José Orjas, recogían en el otoño de su carrera el aplauso virtual de quince o veinte millones de espectadores en un “Estudio Uno” o en una entrega de una serie de Jaime de Armiñán o de Noel Clarasó.

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Del enorme potencial actoral de la televisión española de los años sesenta y setenta habla con elocuencia un mero listado de las figuras que lo componían, tales como los hermanos Gutiérrez Caba, Irene, Julia y Emilio (de los cuales, tan solo a Julia hemos hecho comparecer aquí, puntualmente, en una entrada-galería que recordaba uno de los muchos premios que jalonan su carrera), brillantísimos continuadores de una estirpe de artistas de la escena, de las más destacadas, que dio joyas tan deslumbrantes como, por ejemplo, la madre del trío citado, Irene Caba Alba, o su hermana, la singularísima y adorable Julia Caba Alba. La frescura y el desenfado juveniles de Luis Varela (que a los dieciocho años ya triunfaba en la radio,

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el cine y la televisión) contribuyeron mucho a hacer de la televisión española un lugar grato y amable. Aquella televisión convidaba a tener despierta la admiración por las personas que nos mostraba a través de su pantalla. Admiración que nacía en los corazones de los espectadores y que les permitía acogerles con agrado en sus hogares, y reconocer sus muchos méritos: la excelencia de Fernando Fernán-Gómez, dramatismo de Ana María Vidal, la intensidad de Javier Loyola, la sobriedad de Rafael Navarro (a quien dedicamos también una entrada por estos lares), el sentido del ritmo de la comedia de Mari Carmen Prendes (otra de las figuras que intentamos glosar aquí, una vez), la fortaleza del retornado del exilio, Andrés Mejuto, la hoy olvidada capacidad dramática de Paco Morán, la precisión de José María Prada, la autoridad de José María Caffarel, la solidez de José Calvo, la intrepidez de Lola Herrera (la Susan Hayward nacional), la indecisión de Luis Morris, el temblor de José Vivó, la exasperación de Agustín González, la fiabilidad de su mujer, María Luisa Ponte, la impaciencia de Jaime Blanch, la apabullante humanidad de Alicia Hermida, la sorna hiriente de Tota Alba, el candor de Paloma Valdés, la dulzura de Maribel Martín, la simpatía de Maite Blasco, la arrogancia (a menudo canalla) de Ricardo Merino, la bulliciosa personalidad del incendiario Juan Diego, la serenidad de Ricardo Tundidor, la vivísima inteligencia de Amparo Baró, el franco y viril encanto de Manuel Tejada o Manolo Zarzo, la fragilidad de Carmen de la
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Maza, la resistencia de Julieta Serrano, la rebeldía de Emma Cohen, la réplica de Amparo Soler Leal, la contundencia varonil de Alberto Closas, la estremecedora precisión de Francisco Merino (el Donald Pleasence español), la inusual apostura de Francisco Valladares, la belleza nacarada de Elisa Ramírez, las no menores y sí más perturbadoras de Charo López o de Marisa Paredes... la impresionante presencia de Lola Gaos, la llaneza de Tina Sáinz, las bellezas algo gélidas de María José Goyanes, Nuria Carresi o Silvia Tortosa, las calculadas vulgaridades de Margarita Calahorra, Mary González o del aparentemente tosco Alberto Fernández, las elegancias aristocráticas de Mayrata O’Wisiedo y Nélida Quiroga, o del hijo de esta, el luego comentarista deportivo Héctor Quiroga, las fulgurantes eficiencias de hombres menudos y anónimos como Miguel Ángel, Modesto Blanch, Antonio Moreno o Lorenzo Ramírez. De entre los jóvenes, destacó rápidamente Manuel Galiana (de quien algo dijimos aquí), y también Jaime Blanch, que había sido exitoso actor infantil en el cine. Poco después llegaron Sancho Gracia, Nicolás Dueñas, Emma Cohen o Ernesto Aura. De entre los más mayores, recuerda emocionado este burgomaestre a los adorables Luis Barbero y Valentín Tornos. Por su parte, Arturo López y Julio Núñez, que también se dedicaron al doblaje, hicieron muchos papeles protagonistas. Lo mismo que Víctor Valverde, quien había protagonizado varias películas de género criminal y de bajo presupuesto realizadas en Barcelona, como Julián Mateos (quien alcanzó mayor distinción
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profesional, pareja a sus mayores pretensiones).Una pléyade, en suma, de hombres y mujeres que suponían por sí mismos un espectáculo fascinante, irrepetible, subyugante y auténtico, que se desarrollaba, además, en unas condiciones laborales y materiales que hoy se nos antojan inverosímiles. A muchos nos dejamos en el tintero en esta alocada ennumeración. A algunos los citaremos después, con algún nuevo pretexto. Por encima de todos en frecuencia de paso por pantalla, probablemente, cabría situar a Pablo Sanz y a Jesús Puente (además de Fernando Delgado, a quien mencionamos antes). Pablo Sanz, segoviano nacido en Nieva en 1932 y formado en Valladolid, casado con la actriz Asunción Villamil, entró en Televisión Española en 1957 y tenía hechas en 1966 más de un millar de intervenciones en programas diversos, tales como “Programa intantil”, “Escala en Hi-Fi”, “La Tortuga perezosa”, “Gran Teatro”, más de 600 horas en pantalla, con personajes en su haber de adaptaciones de “Qué bello es vivir”, “La muerte de un viajante”, “El motín del Caine”, “Topace”, “Jane Eyre” y “Fleming”, por citar algunos ejemplos. El gran Jesús Puente no le iba a la zaga, e incluso ingresó en el medio un poco antes que don Pablo, debutando en la que fue la tercera obra teatral que se emitió en España por televisión, “Las medallas de Sara Dowey”. A este inicio, siguieron,
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entre otras muchas piezas (y ciñéndonos únicamente a sus primeros años en los estudios del Paseo de La Habana), “Alférez provisional”, obra en la que, dirigido por Domingo Almendros, su personaje debía sufrir la amputación de las piernas, en “Crimen perfecto”, emitida, como las anteriores, en directo, se vio obligado a improvisar con su compañero Julio Goróstegui para superar un momento de desconcentración que estuvo a punto de dar al traste con el “suspense” de la obra, “Los últimos de Filipinas”, “El cero y el infinito”, o “Mariona Rebull”. De su jornada laboral en la primavera de 1963 queremos dar cuenta por el valor testimonial que supone. Según sus propias palabras, este gran actor madrileño, un día de mayo dela año antedicho, trabajaba de ocho de la mañana a tres de la tarde en los estudios de doblaje, iba luego a televisión a actuar en la “Novela” de las cuatro (“Cristina Guzmán”), hacía después en el teatro las dos funciones de “La vía láctea”, y, finalmente, se iba a rodar una película en Torrelaguna. Lo de dormir, supongo yo, se lo dejaba a los críticos.

El actor. Sus costumbres. Su uso

Los actores son una alambicada mixtura de deidad y proletario, adorados como dioses paganos mientras se ven obligados a trabajar con el mismo ahínco que el más humilde de los obreros. En España, la popularidad, esa religión moderna que cosecha legiones de profesos, creció para los

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actores con intensidad de progresión geométrica al tardío advenimiento de la televisión. Actores que habían trampeado a base de sesiones de doblaje, de dobles funciones, de giras por provincias, podían al fin acceder a un reconocimiento millonario, si bien que su estipendio continuaba siendo modesto. Sus caras se hacían familiares para audiencias millonarias, a pesar de lo cual, sus nombres seguían siendo una incógnita o una confusión para la mayoría de sus espectadores. Los papeles más codiciados en los escenarios teatrales pasaban, gracias a la televisión, a manos de actores que difícilmente habrían soñado con poder representarlos, unos años antes, sobre el tablado, si bien que continuaban estando tan mal pagadas por su trabajo para el nuevo medio como lo habían antaño. Los secundarios del cine, titanes de la escena, curtidos en miles de actuaciones, debían sumar decenas de intervenciones en rodajes que habían de sucederse sin solución de continuidad para obtener un nivel aceptable de ingresos. Gente tan especial como lo fue Antonio Riquelme, a quien nos atrevimos a llamar aquí “La osamenta de la comedia”, o como Félix Fernández, de quien dijimos que era “La elocuente calvicie”, o como José María Lado, actor de cambiante fisonomía a quien solemos ver “bajo el peso de la amargura”, o como Jesús Tordesillas, “un genérico de largo recorrido”. De todos ellos quisimos contar su historia y, de haber sido más enteros, habríamos hecho otro tanto a propósito de, por ejemplo, José Jaspe, Juan Espantaleón, Alberto Romea, Manuel Luna,
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Manuel Requena, Casimiro Hurtado, Xan Das Bolas, Fernando Aguirre, Félix Briones, Juan Calvo, Juan Vázquez, Julio Goróstegui, Manuel Aguilera, Nicolás Díaz Perchicot, Pedro Rodríguez Quevedo, Ramón Giner, Luis Pérez de León... De algunos de ellos algo se dejó dicho en entradas “de grupo”, como las dedicadas a los repartos de “El gran galeoto” (Rafael Gil, 1951) y “El hombre que viajaba despacito” (Joaquín Luis Romero Marchent, 1957) o las inclasificables “8 actores, 8 ilusiones” y “Pequeño muestrario de artistas CIFESA”. En el lado femenino de la generación de característicos antes relacionada, encontramos grandes comediantas como Julia Lajos y Guadalupe Muñoz Sanpedro, a las que rápidamente se sumaría Julia Caba Alba en la cúspide del humor “de género”.

Ciñéndonos a la producción cinematográfica española, a las enormes dificultades económicas de los años 40, únicamente salvadas por dos empresas productoras, la valenciana CIFESA y la de Cesáreo González, Suevia Films, que produjeron un cine cada vez más alejado del gusto popular y cautivo de las subvenciones oficiales, siguieron años de búsqueda e inquietud durante los años cincuenta, en los que se exploraron los posibilismos del cine policíaco en la producción catalana y de un cierto tipo de neorrealismo, en

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títulos como “Surcos” (José Antonio Nieves Conde, 1951) y “Día tras día” (Antonio del Amo, 1950). Estos dos films, verdadera referencia de un camino que la cinematografía española pudo seguir únicamente con pasos contados, que pretendía reflejar artísticamente algo semejante a la realidad social española, contaron con el protagonismo de una cara nueva, una actriz joven que venía a refrescar el panorama de las primeras actrices: Marisa de Leza. Fue el suyo un caso que ejemplifica el constante relevo generacional que la insaciable bestia de la pantalla grande exige sin descanso. Es imperativo que los héroes y heroínas, para salvaguardar su inmortalidad, renueven al pobre mortal que les presta su apariencia, quien encarnará los sucesivos ideales que las modas imponen a cada nueva caída de la hoja del calendario. La apuesta por la jovencísima Marisa de Leza en los albores de los cincuenta, venía a despejar la pantalla de las algo rancias presencias de acartonadas estrellas como Lina Yegros, Florencia Bécquer o Guillermina Grin. El destino de las actrices protagonistas víctimas del paso del tiempo solía ser el olvido más cruel. Menos ingrato con ellos, sin embargo, también los galanes, al ser desalojados de su pedestal, como Alfredo Mayo, Luis Peña, Rafael Durán, Roberto Rey o Antonio Casal, deberán reciclar su arte en nuevos continentes, encontrando ocasionalmente el éxito de prestigio, pasadas las décadas, con la debida constancia y la nobleza que da la abundancia de las
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canas (caso de Alfredo Mayo), o cayendo en un progresivo anquilosamiento fósil (casos de Roberto Rey o Rafael Durán), o elevándose a un dignísimo estadío propio, en la región del carácter (caso de Luis Peña), o recalando en la revista (caso de Antonio Casal quien, de todos modos, antes de galán cómico había sido saltimbanqui, como Cary Grant). De entre ellos, “Lady Filstrup” escogió a Luis Peña para explicar a través suyo, una significativa porción de la historia del cine español, a través de una entrada dividida en tres partes que daba cuenta del esplendor del primer cine de posguerra, de la madurez sin continuidad de los primeros años cincuenta, de la dispersión de la desnortada abundancia de los años sesenta y del reflexivo e insatisfactorio ensimismamiento de los años setenta.

A los actores se lesutiliza. Como si fueran ganado, si eres un genio endiosado, como Hitchock, o con gran cordialidad, si eres un franquista bien educado, como José Luis Sáenz de Heredia. Pero también a los directores se les utiliza. Al final, siguiendo el hilo se descubre que los actores son el último eslabón de una cadena que bien pudo iniciar Sherezade, o el primer neandertal que escenificó un relato al amor de la lumbre. Cuando interesa adormecer al pueblo con historias rimbombantes, glorificadoras de soñadas grandezas patrias, se les cubre de barbazas, puñetas y galones. Si este menú termina por ser aborrecido por el público, se pone al servicio de “audaces creadores” los recursos económicos imprescindibles para que diviertan a la plebe con nuevas historias, tan falsas como

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las anteriores, pero con apariencia de verdad, contadas en un registro diferente. Se trata de dar la público lo que el público pide. Y bendito sea el engaño, que nos permite ilusionarnos. Primero fue el teatro, después el cine, luego la radio, la televisión, los videojuegos... sucesivas fábricas de sueños de esos de los que no queremos ni podemos despertar. Materia prima de estas factorías son los actores, aquellos seres que se prestan al juego de vivir infinitas vidas diversas para un público igualmente infinito. Un público que se identificará con el actor o lo odiará, alternativamente, que le deseará o sentirá repugnancia por él, de una representación (film, emisión o función) a otra. Que reirá en los años cuarenta con las presuntas gracias de régimen cuartelero de Miguel Pozanco, que secunda al héroe falangista Alfredo Mayo, y en los últimos setenta y ochenta, con las apariciones del llorado Antonio Gamero, al lado del héroe de la transición democrática, José Sacristán.En esos sueños hará falta un ogro como José Sepúlveda, que meta miedo a la niña perdida, que contrate al trabajador desesperado o que dispare traidoramente contra el héroe. En esos sueños será imprescindible la presencia de una ancianita como Camino Garrigó, que aconseje a la niña devuelta al hogar que no vuelva a aventurarse fuera de él, o que guarde la cena caliente para el obrero a quien el capataz obligó a trabajar hasta la extenuación, o que llore al besar la foto del hijo que cayó en el frente, hace tantos años. Cuando en esos sueños necesitemos a un “gafe” que tome el relevo del gafe titular, acudirá al rescate el gran Goyo Lebrero. Cuando una muchacha, una chiquilla apenas tenga que enfrentarse al despiadado público de un teatro de aficionados, la
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natural lozanía de Mayra Rey será idónea. Cuando las tropas del ejército rebelde derroten definitivamente a nuestro enemigo, un locutor que dará clases de declamación, como Fernando Fernández de Córdoba, que se especializará en el papel de traidor, será el elegido. Cuando abunden la historias de violencia, apresuradamente copiadas de las novelas de quiosco “de a duro”, necesitaremos, sin duda, a un hombretón fornido, dispuesto a dejarse pegar y tirotear, como el bueno de Fernando Rubio. En films en los que el villano aúne maldad, encanto y una impresionante figura, el teutón Gerard Tichy se vuelve imprescindible. Y siempre necesitaremos a un hombre timorato, como Manolo Gómez Bur, más seguro manejando a una gallina que a una mujer, arrepentido hasta enfermar de miedo de envalentonarse con un tiarrón en un casino, y siempre tan leal como torpe amigo del protagonista. ¿Cómo prescindir del inflexible y repelente Manuel Díaz González, tiránico, estirado, despótico, cobarde y ridículo jefecillo? ¿O de ese inexplicable José María Tasso, ser singularísimo, que sonreía, entre resoplidos, a la sombra de su propio flequillo? Les necesitamos a todos (y por eso les trajimos aquí, a “Lady Filstrup”) para entender la vida, quizá no la real, pero
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sí esa que nos cuentan que, al fin y al cabo, es la única que podemos entender.

Los actores nacen, crecen y se reproducen. Frecuentemente, entre ellos mismos. De actores que son hijos, hermanos y nietos de actores se dan casos en la historia con tal abundancia que para encontrar ejemplos basta con repasar un rincón tan insignificante como el presente weblog (o lo que sea). En este sentido, los seguidores de Lady Filstrup no habrán olvidado, seguramente, los casos de Manuel Díaz González, José María Escuer, Fernando Delgado o el extremo de Luis Peña, hijo de actores, hermano de actriz, casado con Luchy Soto, a su vez hija de Guadalupe Muñoz Sampedro y Manuel Soto, actores ambos.Parejas de actores las ha habido por docenas y citarlas todas sería tarea prolija. Valgan como ejemplos las entrañables de Aurora Redondo y Valeriano León, Rafaela Aparicio y Erasmo Pascual o José Sepúlveda y Josefina Serratosa, o las más acompañadas de eco mediático (al ritmo de los nuevos tiempos) de Fernando Guillén y Gemma Cuervo, o Carlos Larrañaga y María Luisa Merlo, a su vez hijos de actores y padres de actores. Muy habituales de televisión, Luisa Sala y Pastor Serrador formaron un matrimonio muy estable, pese a que pudieran dar la impresión de que sus personalidades no “casaran” bien. Algo parecido podría

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pensarse de José María Rodero y Elvira Quintillá o de Francisco Rabal y Asunción Balaguer. El hecho de que una pareja de actores se trunque suele resolverse formando una nueva, reincidente en la endogamia. Así, Jesús Puente, tras su matrimonio con la actriz de doblaje, María Luisa Rubio, encontró la estabilidad sentimental con Licia Calderón. María Fernanda Ladrón de Guevara, tras su matrimonio con el galán Rafael Rivelles y dar a luz a Amparo Rivelles, cambió de compañero sentimental (y profesional), prefiriendo a Pedro Larrañaga, lo que como consecuencia, trajo al mundo a Carlos Larrañaga. A veces el amor, como al resto de los mortales, les juega malas pasadas, y puede destruirles, como le pasó a Rafael Arcos, que se dejó ir, tras su desesperada pasión por Silvia Tortosa, o a Daniel Martín, de cuyo fallecimiento nos hicimos aquí eco, quien nunca, según cuentan, superó del todo su desgraciada relación con Sara Lezana.

Un poco de todo, por variar...

Aquí hemos intentado tratar, pese a las dificultades existentes para recopilar información, de actores que hubieran desarrollado su actividad en las distintas disciplinas. Así, no hemos querido olvidar que la radio fue el medio de masas en España durante los años cuarenta y cincuenta, y buena parte de los sesenta, haciendo de sus cuadros de actores auténticas estrellas de máxima popularidad y viveros de grandes figuras de la escena. Adolfo Marsillach inició su carrera de

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actor en la radio, y en “Lady Filstrup” hemos hablado de la gran Juana Ginzo, quien personifica toda una época del medio y de Estanis González, quien dio el paso a la televisión desde las ondas hertzianas. Nos referimos también al devenir profesional de Ricardo Palmerola, actor polifacético cuya popularidad descolló particularmente en las ondas, cuando nos sorprendió, en nuestro tortuoso camino, la noticia de su muerte. A poco que hubiéramos podido, habríamos hablado aquí, por ejemplo, de Pedro Pablo Ayuso, el padre de la hoy tan popular Marisol Ayuso, quien alcanzó la máxima dimensión estelar a través de los micrófonos, con las emisiones de seriales como “La intrusa” o “Matilde, Perico y Periquín” y que, en sus primeros tiempos de actividad profesional, se dedicó a grabar tangos en discos microsurco al mejor estilo de Carlos Gardel. Tampoco habríamos querido olvidarnos de Matilde Conesa, de Matilde Vilariño, de Juan Manuel Soriano, o de Vicente Mullor.

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Si grande es la sombra que arroja el nombre de la antes citada Matilde Conesa en la radio, no lo es menos en el terreno del doblaje. Lo mismo podría decirse de Juan Manuel Soriano. Es en este campo de la sincronía donde desarrolló principalmente su labor Francisco Sánchez, actor de doblaje al que pudimos ver en algunas películas y así lo contamos en “Lady Filstrup”. En parecidas circunstancias, dobladores formidables como Ramón Martori, José María Oviés, Joaquín Díaz, Félix Acaso, Rafael Luis Calvo, José Guardiola o Manuel Cano (algunos de ellos con magnífica fortuna) actuaron ante las cámaras para permitir poner rostro a las voces que, sobre otros rostros, nos habían cautivado. Habríamos querido hablar de todos ellos aquí, pero sólo nos ha alcanzado el combustible para referirnos a los brillantísimos Pedro Sempson y Rafael de Penagos, por la triste circunstancia de sus fallecimientos, dos soberanos actores que, como en los casos de otros monstruos como Antonio Iranzo, Estanis González o Rafael Navarro, compaginaban su faceta de actor de doblaje con las actuaciones ante las cámaras de televisión .

Menos distinguidos, quizá, que los citados previamente, no podemos ni queremos ignorar la grandeza de enormes actores tanto de la televisión, como del cine, como Alfonso del Real, Joaquín Pamplona, José Franco, Jesús Guzmán, Rafael Hernández, Emilio Laguna, Jesús Enguita, José Franco, Álvaro de Luna, José Riesgo, Pepe Sancho, Ricardo Palacios, Antonio Medina, Ángel

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Álvarez, José Rubio, Ángel Ortiz, Hércules Cortés, Juan Cazalilla, Jacinto Martín, Goyo Costafreda, la encantadora Elena María Flores, Paco Sanz, Venancio Muro, la virginal Inma de Santis, la atractiva Concha Cuetos, Beni Deus, Manuel Aguilera, Tito García, Cris Huerta, Fernando Sancho, José Bastida, Joaquín Bergía, José María Rodríguez, Roberto Camardiel, Félix Dafauce, y un inacabable etcétera…

El triste oficio del redactor de necrológicas

Uno de los muchos defectos de los que cimentan el alma de este burgomaestre es el de no saber decir adiós. A fe que esta vez no es diferente de otras y le está costando lo suyo. Pero es un hecho que, al respecto de “Lady Filstrup” y sus últimos dos años, se ha encontrado diciéndose a sí mismo: “¡¡Ni una más!!”, pensando en las notas necrológicas que le ha tocado redactar. El deseo de dejar de cumplir con tal cometido ha facilitado a este burgomaestre la decisión tomada de dejar el blog. Triste, triste oficio este de despedir a esos seres tan queridos como alejados, tan cercanos como ajenos, cual son los actores y actrices a quienes ha admirado. Repasando, como he creído mi obligación en este punto, el contenido de esta etapa de “Lady Filstrup”, no he cesado de tropezar con la muerte. No he mencionado aún a José Luis López Vázquez, ni a Antonio Ozores, dos colosos que se fueron dejando tras sí un vacío de dimensiones planetarias, ni a los estajanovistas currantes Víctor Israel y Aldo Sambrell, dos actores cuyas insólitas presencias se prodigaron a través de las décadas más prolíficas de la producción cinematográfica española en un cine urgente y “lumpen”, tan necesario como honrado. Tampoco

Última salida de “Lady Filstrup”
al controvertido Paul Naschy, una víctima de su propia incomprensión, tan aclamado por unos como denostado por otros, a quien nos atrevimos a desear un feliz cumpleaños ignorantes del fatal mal que le aquejaba (circunstancia que se dio igualmente con el gran “Pirulo”) y que nos obligó, también a él, a dedicarle un último adiós. Aquí hubimos de dar cuenta, muy a nuestro pesar, de que el brillante actor y director escénico, Manuel Collado, sumía con su fallecimiento en la viudedad a la gran Julia Gutiérrez Caba,de que la sensual “Polaca” nos sorprendía tristemente con la luctuosa noticia de su final, de que el irreverente Pepe Rubianes se marchaba también, sin reverencias ni ceremonias.

Ya queda muy poco para que esta formalidad concluya. Repasemos el listado. ¿Nos hemos olvidado de esos galanes desafortunados, a los que sorprendió prematuramente la muerte, cuales fueron Luis Arroyo y Mario Berriatúa? ¿Hemos pasado por alto a los grandes Terele Pávez y José Sazatornil “Saza”, a quien deseamos un feliz cumpleaños? ¿Aquella historia, familiar y verídica, de los dos primos figurantes de “La malquerida”? ¿Es que en nuestra decidida preferencia por hablar de los anónimos hemos eludido ocuparnos de los más grandes y populares? Seguramente sí. Para los más grandes son necesarios cronistas más preparados. A una solemne gran dama del teatro, como Irene López Heredia se le dedicó aquí una pequeña entrada-galería, mientras que para otras grandes estrellas del escenario, ni siquiera se dio oportunidad semejante. Este burgomaestre apenas se ha referido, cuando puntualmente la actualidad así lo ha requerido, a figuras cuya popularidad está fuera de toda duda. En tales circunstancias fue como nos referimos en su día a don José Isbert, a Alfredo Landa, a José Sancho, a Manuel Alexandre, a Andrés Pajares, a María Isbert, a Carmen de Lirio, a Maruja Asquerino, a Elena Salvador, y a Tony Leblanc. Poco o nada hemos hablado aquí de tantos y tan fenomenales artistas que me angustia tratar de enumerarlos todos. Perdón por silenciar sus nombres. Están en la mente del lector y, si quiere, puede citarlos en los comentarios de esta entrada. Los aplaudo a todos. Hasta en sus resbalones, como el que llevó a Paco Rabal a grabar el single cuya portada reproduzco junto a estas líneas, los más grandes son siempre grandes. Estoy pensando ahora en los hasta ahora omitidos Isabel Garcés, Antonio Garisa, Juanjo Menéndez, Florinda Chico, Queta Claver, Elisa Montés, en… ¡yo qué sé!

Mil historias pendientes y bellezas de quitar el hipo

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De haber tenido más voluntad, más capacidad de sacrificio y más tesón, este burgomaestre habría buceado en las vidas de nuestros actores del pasado y les habría podido transmitir a sus lectores hechos nimios, cotidianos o hasta absurdos, pequeños detalles sin importancia, viñetas sueltas de sus vidas, como, por ejemplo, la sanísima costumbre de Antonio Garisa de pasarse noches enteras comiendo jamón, loncha por loncha, o la donación de una mona a la Casa de Fieras madrileña por parte de Alfredo Mayo, producto de un safari por el corazón de África del intrépido héroe de la pantalla, o la vida hogareña del gran Juan Espantaleón, quien alcanzó la gloria del cine tras una larguísima trayectoria teatral en las compañías de Enrique Borrás, Irene López Heredia, Ernesto Vilches, Gaspar Campos, Josita Hernán, Salvador Mora y, por encima de todo, en el Teatro de la Comedia. De Espantaleón, casado con la actriz María Victorero, de quien nos seduce su humanidad, su bondad arquetípica, traemos aquí hoy una de esas viñetas a las que nos referíamos al principio de este párrafo, una imagen que recoge el amargo momento en que al actor le sustraen del sueño reparador. Ingrata tarea que (con teatralidad manifiesta) lleva a cabo su hija Anita. Como este momento habrían sido otros, pintorescos unos, testimoniales otros, intrascendentes quizá, como lo fue la peliculita que, dedicada al Real Madrid, dirigió Rafael Gil y
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que sirvió para dar origen a una atípica entrada llamada “Estampa futbolística”. Pequeños retazos del amplio ambiente actoral que habría traído a “Lady Filstrup”, de no haberme abandonado el entusiasmo motor que me impulsaba. En el inmediato horizonte, además de completar el repaso a la trayectoria profesional de José María Lado, este burgomaestre tenía la intención de dedicar una entrada a Simón Andreu (objeto de admiración de la señora burgomaestresa, con lo que no haciéndola contraigo una especie de incumplimiento de mis obligaciones maritales), de quien el gran James Mason afirmó a la prensa, cuando ambos estaban rodando “El hombre de Río Malo” a las órdenes de Eugenio Martín, que era un actor magnífico, de talla mundial. También, por diversas razones, este burgomaestre había contraído el compromiso de decirle sendas entradas a Miguel Ligero (del que, como documentación digna de comentario, tiene el guión del “Esta es su vida” que Federico Gallo le dedicó en Televisión Española), al actor jaraiceño, predilecto de Edgar Neville, Pedro Porcel, a la gran Cándida Losada y a las divinas Analía Gadé, María Mahor y Lina Canalejas.

Más dado (por padecer alguna extraña perversión, quizá) a destacar las virtudes de tíos feotes como Estanis González o Valeriano Andrés, o de la pareja artística que formaron Rafael López Somoza y José Marco Davó, que a detenerse a admirar la belleza de nuestras estrellas de la

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pantalla y los escenarios, este burgomaestre sólo ha dedicado una entrada monográfica a una mujer seductora, de físico atractivo, la argentina Rosanna Yanni. De tal circunstancia no cabe deducir que no se encandile, con el calor que merece el tema, en la contemplación de las gentiles actrices tan hermosas como la dulce Isabel de Pomés y la intensa Aurora Bautisa (que tuvieron sus entradas-galería en Lady Filstrup), o la adorable Lola Cardona, o como las espectaculares Analía Gadé, y Mercedes Alonso, las también guapísimas Nieves Navarro (conocida como Susan Scott), Elisa Ramírez, o la delicada María Mahor, o, naturalmente, la lozanísima Concha Velasco. De ellas, sólo la última tuvo aquí una entrada-galería, compartida con la genial Berta Riaza, mientras que las restantes, comparecieron circunstancialmente. Todas habrían merecido una monografía rica (riquísima) en imágenes.

Agradecimientos

Mi gratitud va en primer lugar para mi amigo Javier Pérez Andújar, escritor entero y genial (cuya segunda novela, de inminente publicación, va a deslumbrar a público y crítica) quien fundó este weblog y me brindó la ocasión de ser un burgomaestre. A continuación, para el maestro, estudioso del arte popular, Jesús Cuadrado, que ha tenido la bondad de acompañar a este burgo con sus comentarios desde que “Lady Filstrup” nació al amor de los tebeos Bruguera, y que, sobre el tema de los actores, ha derramado incontables relatos de sus valiosísimas experiencias personales. Enseguida, me detengo a

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agradecer la ayuda y compañía de Santiago Aguilar, director de cine laureado y erudito cinéfilo, verdadera identidad del misterioso señor Felíu (y espero que me disculpe la sensacionalista revelación), quien ha vertido con generosidad torrentes de conocimiento sobre los secarrales de las mis entradas. Menos presente en los comentarios, el imprescindible y enciclopédico divulgador de la cinematografía toda, Carlos Aguilar, cuenta también con mi máxima gratitud por su apoyo incondicional y su amistosa colaboración. El escritor de bolsilibros y actor profesional (de la compañía de Alejandro Ulloa, en la que coincidió con un joven Vicente Parra y donde actuó con su llorada esposa Teresa) Juan Gallardo Muñoz (más conocido, entre decenas de otros seudónimos, como Curtis Garland) ha honrado con su amistad a este burgomaestre y le ha relatado innumerables anécdotas de la farándula y nos hicimos aquí eco de la aparición de su libro de memorias. El director (teatral, cinematográfico y televisivo) y también actor, Ricard Reguant, ha sido en los últimos meses un animoso aliado y un entusiasta amigo que no sólo ha compartido con este burgomaestre sus muchos conocimientos y experiencias, sino que además le ha permitido trabar conocimiento con actores tan experimentados como Vicente Sanjuán y Martí Galindo. El veterano y prestigioso director de cine José Luis García Sánchez, así mismo, ha
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honrado con su presencia los recoletos andurriales de este weblog, lo que este burgomaestre considera un verdadero privilegio.

A todos los amables lectores de “Lady Filstrup”, debo agradecerles muy efusivamente su comprensión y su paciencia, con especial cariño para aquellos que tuvieron la gentileza de dejar algún comentario, siempre generoso. Destaco de entre ellos a quienes me trae ahora la memoria y que se han dado a conocer, bien por sus nombres, como Manuel Gómez, José Robledo, Arturo Montfort, Victoriano Bañón Guijarro, Lois Zubiela, José Orcajo de Francisco, la gentil Julia, la (besucona) Tere, Frank Fischer, Thomas Betts, bien por sus seudónimos, como Filomeno2006, en-rHed-ando, o Nzoog Wahrlfhehen, ...Con emoción especial, quiero agradecer a aquellas personas que, cercanas a los actores tratados en el blog, se han convertido en corresponsales de este burgomaestre, como las encantadoras Paloma Hurtado y sus hermanas Teresa y Fernanda; la no menos encantadora, comunicativa y elegante viuda de José Tasso, Eugenia Vilallonga; el amabilísimo nieto de Goyo Lebrero, Óscar; la atentísima hija de Francisco Piquer, Edith; el nieto de Fernando Rubio, Carles Rubio; la hermana de Fernando Cebrián, Ana, que alejada por un océano de él, le tuvo más cerca de través de mi

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modesta entrada; la hija del actor Pedro Fenollar, Marta, y a la propia María Pilar Alonso Rey, que tuvo la generosidad de regalarme su afecto a través de sus correos y que tan cercana está de Mayra Rey... ¡como que es ella misma!

La última salida: Por ellos vine hasta aquí, por vosotros me he quedado hasta ahora

Esta es la última entrada de “Lady Filstrup”, también es su última salida. En cualquier caso, queda aquí como una puerta que conduce al resto. A aquello que este burgo pudo hacer, mientras soñaba con hacer todo lo demás.


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