He aquí una de las grandes películas españolas de los últimos años. Un día perfecto (2015) viene a sumarse a la lista de obras maestras de Fernando León de Aranoa, uno de los cineastas que mejor maneja el cine social en nuestro país. En el que es su primer largometraje en inglés y su primero proyectado en el Festival de Cannes, el director y guionista madrileño nos traslada a uno de los mayores conflictos europeos de los últimos 20 años: la guerra de los Balcanes. Tan comprometido como de costumbre, León de Aranoa intenta arrojar luz a este drama desde el punto de vista de un grupo de cooperantes humanitarios. Más que de la guerra -de la que habla sin el estruendo de las bombas y sin rastro de violencia explícita- el director de Princesas (2005) o Barrio (1998) se centra en lo que viene después. Un día perfecto ayuda a concienciarnos de que el alto al fuego no supone la llegada de la tranquilidad, sino el inicio de algo que puede ser incluso peor que la guerra en sí: el largo camino que hay hacia la normalidad. Si es que alcanzar esto es posible.
León de Aranoa le da todo el peso a este trabajo ambientado en 1995 en los Balcanes -pero rodado en su mayor parte en las montañas de Granada- a un grupo de cooperantes humanitarios, esos héroes anónimos que permanecen en la contienda y de la que pocas veces se hablla. Ellos son Mambrú (Benicio del Toro), el jefe del equipo, B (Tim Robbins) y una mujer novata en fase de aprendizaje (Mélanie Thierry), entre otros. A lo largo de todo el día en el que transcurre la acción, todos ellos intentarán conseguir una cuerda con la que sacar el cadáver de un pozo que está envenenando el agua necesaria para abastecer a un pueblo próximo a una zona de conflicto, una tarea nada fácil a la que tendrán que enfrentarse a todo tipo de autoridades y organismos. Basada en la novela Dejarse llover de Paula Farías, León de Aranoa opta en su sexto largometraje por una pirueta aparentemente suicida: introducir altas dosis de comedia en medio del drama más extremo, demostrando que el humor puede ser perfectamente complementario con la tragedia. En efecto: el humor -el de sonrisa y el de carcajada- campa a sus anchas en una película compleja, llena de matices, que nunca pierde ni un ápice de su capacidad de denuncia.
La mayor parte de este humor viene de parte de los cooperantes humanitarios, que lo usan como válvula de escape a lo que tienen que enfrentarse diariamente y cuya única culpable es la sinrazón humana. Lo curioso es cómo, al tiempo que sueltas una carcajada, Aranoa te remueve las tripas por las ingentes cantidades de injusticia e impotencia que se desprenden de la trama. ¿Cómo es posible que nadie haga algo para frenar la guerra?; ¿Dónde están los altos organismos internacionales cuándo se les necesita? ¿Por qué las leyes, en ocasiones, son tan injustas? Todo esto está denunciado de la forma más sutil posible. Aranoa remueve conciencias a través de la desoladora mirada de un niño al que han arrebatado todo lo que le quedaba -una pelota- o la triste estampa de un perro abandonado resguardado en una caseta bajo una lluvia que parece que lo arreglará todo, pero que todos sabemos que no será así. La película se remata con el que sin duda es el epílogo del año: unos minutos arrolladores, de fuerza torrencial y gran emotividad, que consiguen arañar el alma y convertirse, por méritos propios, en lo mejor que el director ha rodado jamás.
Aranoa fabrica, en definitiva, una película irreprochable desde el punto de vista social -estamos ante un poderoso relato antibelicista-, pero intachable también en el apartado técnico, con unos escenarios milimétricamente estudiados, una fotografía notable y un reparto estelar donde todos dan lo mejor de sí mismos. De título irónico y 8 millones de € de presupuesto, lo único que se le puede reprochar a esta cinta de autor sujeta a los cánones europeos -y no a los del sistema de los estudios de Hollywood- es el mal uso que hace el director con la música, colocando varias canciones de rock en momentos donde no terminan de encajar. Un detalle menor, no obstante, de esta radiografía de la barbarie, de este grito desesperado, de esta llamada al acción que es Un día perfecto.