Revista Cine
"¡Bendita tuberculosis!". Eso fue lo primero que pensé (apenas unos segundos, después vino un "pobrecillo...") cuando leí que Richard Harris iba para estrella de rugby, debutando incluso en las categorías inferiores del XV del trébol, y la enfermedad le obligó a buscarse otro camino. Quién sabe si hubiera sido un Ronan O'Gara del rugby de su época, pues en El ingenuo salvaje (1963) patea, corre la banda y placa que es un gusto, se nota que no necesitó de unas clases prácticas, sin embargo, sabia decisión, descubrió en sí mismo unas importantes dotes interpretativas y, por tanto, inició su carrera como actor de teatro, para luego dar el salto a la gran pantalla. Fue entonces cuando comenzó a labrarse un nombre, dándose a conocer con la película mencionada, su quinta labor cinematográfica. Su carrera resultó ser una montaña rusa, combinando papeles protagonistas con secundarios, trabajando bajo la batuta de grandes directores (Mann, Peckinpah, Eastwood, Sheridan...) y absolutos desconocidos, en películas de calidad y en verdaderos engendros y grandes borracheras con penosas resacas con sus amigos Peter O´Toole y Richard Burton.Dejando a un lado la parte negativa de su trayectoria, Harris nos brindó films de buena factura, elevados a mayor categoría gracias a sus tablas, como Odio en las entrañas (1969), en el que, junto a Sean Connery y otros mineros forman un grupo de saboteadores, los Molly Maguires, que luchan por unas mejores condiciones de trabajo, Un hombre llamado caballo (1970), quizá su papel más recordado, en el que sufrirá el bello y doloroso ritual del sol o El Prado (1990), un drama rural con tintes trágicos en el que interpreta a un hombre capaz de todo por defender lo que cree suyo, amén de otros papeles que me dejo en el tintero. En sus últimos años, brilló en papeles pequeños. Cómo olvidar a Marco Aurelio el Filósofo de Gladiator (2000), a Bob el inglés de Sin perdón (1992) y al mago Dumbledore de Harry Potter y la Piedra Filosofal (2001), papel que aceptó enternecido por la insistencia de su pequeña nieta, quien le dijo que no le volvería a hablar más si no hacía de Dumbledore, cerrando así una carrera digna, qué menos, de una entrada.