Un hombre que grita

¿Nuestra cartelera comercial estrenará en algún momento Un homme qui crie? El premio del jurado que ganó en el Festival de Cannes de 2010 y la presentación local en el BAFICI de 2011 deberían alentar la decisión de proyectar una película cuya sola procedencia (Chad) llama la atención. Por lo pronto, los espectadores porteños sabemos poco y nada del cine africano, sobre todo de los trabajos libres de la hibridez o pintoresquismo de pacotilla que impone la globalización: sin dudas, sería una lástima si perdiéramos esta oportunidad.

El director y guionista Mahamat-Saleh Haroun plantea una problemática universal (la dificultad de asumir el paso del tiempo y de reconocer la caducidad de glorias pasadas) en un contexto local (un país víctima del colonialismo y de una guerra civil). Hay algo de tragedia griega en la historia de Adam Champion Ousmane y su hijo Abdel, no sólo por el enfrentamiento generacional (la eliminación del heredero como solución tentadora para mantener el trono), sino por el desencadenamiento de un drama irreparable. Los elementos clásicos de este relato se mezclan con la crónica -por momentos mediática- de un presente común a casi toda África.

La honestidad intelectual de Haroun es quizás una de las cualidades más valiosas de Un hombre que grita (atención a la traducción que circula por Internet: en francés “crier” significa  “gritar”, no “llorar”). Haroun filma el devenir de sus personajes sin hacer pedagogía ni impartir lecciones de moral.

Conmueven especialmente las actuaciones de Youssouf Djaoro y Marius Yelolo. En un film poco hablado, los diálogos entre Adam y David reflejan la franqueza y delicadeza de un largometraje que, no sólo porque proviene de tierras lejanas, merece una segunda proyección en nuestra ciudad (¿tal vez cuando pase el frenesí por los estrenos ganadores de los premios Oscar y antes de que empiece la próxima edición del BAFICI?).

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PD. Cada tanto la TV paga proyecta esta película en canales de cine premium.