Revista Cine

Un listón bajo

Publicado el 14 febrero 2011 por Josep2010

Cuando uno va a ver una película se puede encontrar con que la información previa condicione la visión o por lo menos la posible reflexión que se haga una vez se encienden las luces de la sala.
Esa información previa puede consistir en críticas o comentarios buscados y leídos, en impactos de publicidad directos propios de campañas mediáticas de mercadotecnia, incluso en datos relacionados directamente bien con la película bien con quienes colaboran en su producción y rodaje.
Hay una información de última hora que es la que se recibe momentos antes de entrar en la sala oscura.
Es ésta:
Un listón bajo
El cartel de la última película de Iciar Bollain escogido para ser distribuido y exhibido en las salas de cine de España me sugiere alguna idea que cuando me he dispuesto a pensar tranquilamente sobre la película ha aflorado de forma persistente:
Lo primero, la notable ausencia de indicación relativa a las muchas nominaciones que ha recibido para la convocatoria de los Premios Goya que se están dando en este momento: está claro que el cartel se imprimió antes.
Lo segundo, la inesperada importancia que se le da al guionista Paul Laverty. Normalmente el nombre del guionista no aparece en los carteles y menos con tanto relieve. ¿Será porque es el padre de los hijos de la directora? Porque por el guión que ha escrito no será...
Lo tercero, la mención de su selección para representar a España en la ceremonia de los Oscar, no pudiendo por causa de la fecha de impresión del cartel indicar que, además, ha sido seleccionada para competir en la categoría de mejor película foránea.
Lo cuarto, esa imagen de un helicóptero transportando una enorme cruz de madera: ¿es una indicación a que habrá alguna relación con la religión cristiana?¿o simplemente un macguffin cinéfilo que pretende despertar el recuerdo de La Misión? Vamos mal, porque a mí la película de Roland Joffé me aburrió soberanamente.
Lo quinto, que hubiera debido ser lo primero (pero no), es la frasecita estereotipada que aparece escrita entre ambos protagonistas, como dando a entender una dialéctica personal que alimentará la narración.
Y subyace como fondo informativo el hecho incuestionable que la señora Iciar Bollain es la vigente Vicepresidenta Primera de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España y la opinión de quien esto suscribe es que, si yo fuera ella, de ningún modo hubiera permitido que mi película compitiera con ninguna otra: no porque haya trato de favor, que eso hay que probarlo antes de decirlo, sino porque queda muy feo y da que pensar.
Sobre todo cuando uno ha visto al fin la película y la ha meditado tranquilamente paseando que, como ya nos enseñaron los griegos, es la mejor situación para pensar.
Pensar con lógica es lo que debería haber hecho la señora Bollain cuando su compañero de cama le presentó el borrador del guión de la nueva película que iban a afrontar juntos. Puede que no se atreviera a rechazarlo porque resulta que el señor Laverty tiene en casa su Palma de Oro por El viento que agita la cebada y eso debe ser muy importante: evidentemente para el pasado, pero no da garantía para el presente ni el futuro.
El guión de También la lluvia es un entramado de ideas que no acaban de desarrollarse, un embrollo que pierde fuelle conforme avanza la narración. Emprender el rodaje de una película del subgénero cinéfilo por excelencia cual es la de cine dentro del cine es iniciar la empresa con un punto de partida favorable: a todos los cinéfilos nos encanta ver escenas de rodaje; nos puede la afición y la curiosidad. Muchos han sido los directores que han sabido aprovechar la natural predisposición del espectador en su vertiente de mirón más básico, para engancharnos a la pantalla.
Si además hay una buena idea, miel sobre hojuelas. La buena idea es rodar una película sobre la colonización (no hay que dar más datos: colonización viene de Colón: de Cristóbal Colón) y que el equipo de rodaje se halle inmerso en situación pareja. El paralelismo también es una forma de narración que ha obtenido buenos resultados.
Lo malo es cuando hay que ponerse a crear personajes que vivan esa idea; que personifiquen, que humanicen, que consigan empatía o antipatía en el espectador; que trasciendan la pantalla y logren adentrarse en el ánimo de cada quien y consigan que la idea se reflexione. Eso, señor Laverty, no es tan fácil, y su señora pareja Iciar Bollain tendría que habérselo dicho hace ya mucho tiempo. Antes de iniciar el rodaje.
Claro que si somos cachi-piruli y pijo-progre a más no poder, vamos a meter un polti-polti y seguro que a más de uno le encanta el resultado: a ver: medio atacamos la colonización basándonos en un personaje que hasta ahora no ha recibido la más mínima atención por parte de la pijo-progre casta cinematográfica española cual es el fraile Bartolomé de las Casas porque todos los pijos-progres ya saben que ningún cura puede ser bueno ni digno de interés. Pero hacemos mal la faena consiguiendo que el director de esa película ficticia se dedique no a resaltar la figura del que protesta sino la figura del colonizador, el propio Colón. Debe ser un reflejo en el espejo, ese director.
Y luego, está el productor, el que consigue el dinero, que decide con muy buen criterio que el desembarco de Colón lo va a rodar en Bolivia, que, si no ando muy desencaminado, es el único país hispanoamericano carece de playas. Da igual: es la magia del cine.
Y ya que están en Bolivia, metemos en el guión, en la parte actual, la llamada Guerra del Agua que sacudió la ciudad de Cochabamba (un compañero mío de la infancia es cochabambino y seguro que a ninguno de sus ex-conciudadanos les gusta cómo sale Cochabamba en la película) y la presentamos al típico modo pijo-progre chachi-piruli, es decir, sin el más mínimo rigor: ¡ala, maniqueísmo por un tubo!¡sin datos!
Y claro, para presentar el desatino, lo aderezamos con los más afamados intérpretes, aunque Luis Tosar siga teniendo voz de cazalla y Gael García Bernal consiga aumentar la venta de sonotones porque la mitad de lo que dice apenas se entiende. Flaco favor se les hace a esos dos actores cuyas faces se presentan en el cartel como reclamo cuando se contrata a Karra Elejalde y a Raúl Arévalo que aprovechan escasas intervenciones para demostrar que hablar de forma inteligible y además vocalizar y entonar enfatizando todavía es posible en castellano. Nada del otro mundo, pero suficiente para establecer una distinción.
Bollain demuestra pulso en alguna escena de acción bien filmada de forma académica: pero se pierde en devaneos de planificación cuando se trata de dar aire a sus personajes: sintomática es la escena que pertenece a Raúl Arévalo en la que la cámara se mueve incesante, rodando seguramente al hombro cuando menos corresponde e insertando en moviola una serie de planos cortos, apenas fotogramas, que lo único que consiguen es menoscabar el momento de mayor lucimiento de Raúl Arévalo. (Raúl: seguramente no te has quejado en público y nunca lo hagas, pero que sepas que tienes razón: te destrozan la escena.)
Sorprende en una actriz que no sepa dirigir a sus intérpretes y que ceda paso a un Tosar como siempre plano y con cara de mala leche y a un García Bernal que va despistado musitando sus frases: claro que a Elejalde no hace falta dirigirle: se come con patatas a un pasmado Tosar en "su" escena: Tosar / Costa muestra su admiración por el trabajo del actor, y es lo que mejor hace, porque ahí no actúa.
La colaboración de actores bolivianos tampoco ayuda que digamos al resultado final, porque pese a que Juan Carlos Aduviri haya sido nominado como actor revelación, lo cierto es que su nivel interpretativo es muy bajo; de acuerdo en que hacer de extra no es una personificación difícil, pero hay que cuidar los detalles.
Y ahí es donde Bollain pierde los papeles: hay una falta de auto exigencia apabullante en el conjunto, como si la directora tuviera bastante con lo que se va encontrando: la flojedad evidente del guión seguramente mediatiza el resultado final: ni existe una formulación clara y rigurosa de la crítica vertida contra la colonización ni tampoco de la problemática sufrida por Cochabamba a principios de siglo: todo se trata como lo haríamos en la barra de un bar, partiendo de habladurías, rumores y opiniones nada fundadas y carentes de estudio previo: está claro que ese bar no es un bar universitario y es opinión de este comentarista que cuando el cine pretende denunciar una realidad por medio del arte debe exigirse como mínimo información fundamentada en datos verificables y no meras sensaciones.
Porque ambas situaciones pueden tener una conexión, un paralelismo artístico que se base en la colonización y la guerra del agua y nos emocione y nos haga ver que la situación de la humanidad, en el fondo, quizá no ha variado tanto como pensamos: pero para ese viaje hacen falta unas alforjas mucho más robustas que las que usa Bollain, que se provee de una buena idea de partida que desarrolla en mil y un vericuetos que no acaba y deja colgados, en incisos no explicados y en contradicciones que parecen surgir de la nada y en la nada quedan.
En muchas ocasiones este escribano se ha quejado del excesivo metraje de las películas y en este caso incluso sería capaz de dar venia a Bollain para que presentara una fórmula "montaje de la directora" en la que todo quedara bien explicado y con fuerza, pero me temo que es imposible, porque por muchas horas que les dieran a esa pareja de directora-guionista, serían incapaces de aprovechar una buena idea que un día tuvieron y que no supieron desarrollar como se merecía.
En definitiva, y por muchos premios que le den, para mí una nueva desilusión causada por situar ese listón tan bajo, por contentarse con ser muy chachi-piruli-progre, artista-idealista y aprovechemos hoy que mañana ya veremos donde estaremos, mientras no hay una exigencia de búsqueda de calidad, de trabajo bien hecho.
Por cierto: para mí,el mejor cartel sería este.


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LOS COMENTARIOS (1)

Por  Secun
publicado el 19 marzo a las 11:42
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Ser progre-pijo requiere un gran sacrificio. Renunciar a los placeres del lecho, sólo o en compañía de otros/as/tres, sota, caballo y rey, hojeando la Wikipedia hasta altas horas, para encontrar un tema que sacar a colación al día siguiente, es duro. Peor todavía es despertarte sin sota, con una resaca de caballo y constatar que tus posibilidades de ser el rey de la tertulia se han esfumado puesto que no recuerdas nada...