Una invitación formal…
Tal y como si este principio otoñal quisiera envolvernos en la calidez de sus todavía agradables temperaturas, hace unos días Badajoz se vistió de gala… ¡bueno, quiero decir que algunas calles de Badajoz se vistieron con sus mejores galas! O las vistieron como para la gran noche del último día del año porque evidentemente ellas por sí solas no tienen capacidad de elegir vestuario, si no, de qué iban a estar algunas como para ir a recoger bellotas, por muy bonitas e inspiradoras de poesías que sean nuestras dehesas extremeñas… ¡ni de coña! Seguro que les pasaría como a cualquier hijo de vecino, que si le dieran a elegir andarían hasta con la ropa de andar por casa con el aura del glamur chorreándole a borbotones.
En fin, que solo los despistados, esos que egoístamente no se preocupan nada más que de lo suyo: buscar trabajo, mandar curriculums a las pocas empresas que aún quedan en pie, patearse las calles a ver si tal y como sucediera antaño en algún escaparte de algún loco comerciante pone que se necesita personal…volver a casa y meterse en Internet para seguir escudriñando hasta quedarse los ojos secos por si algo, alguna posible oferta se hubiese pasado por alto…¡vamos! que solo ellos, despistados desinformados de las actualidades locales no se coscaron de lo que se cocía en el corazón de esta nuestra ciudad.
Solo unos cuantos sacaron conclusiones tardías. Solo a ellos pudo pasarles algo parecido a: salir de casa una tarde cualquiera, de un día de diario cualquiera y quedarse sin aliento al ver cómo la zona centro había sido ceñida por esas cintas de mal agüero que salen en las películas, “Policía Local, prohibido el paso, prohibido aparcar, prohibido asomar los hocicos para curiosear…prohibido, prohibido…” y el despistado, los despistados, encogidos de hombros, sumidos en sus insignificantes problemas de patear calles buscándose el pan (con lo que engorda, ¡verdad!) sin enterarse todavía de qué cosa, mala, buena o regular estaba sucediendo sin su apercibimiento, emprenden el camino a casa bajo el run-run de sus propias idas y vueltas de tuerca…y es entonces, en esos momentos cuando caen en la cuenta de que algo gordo, muy gordo está pasando delante de sus propias narices porque, en los bonitos y siempre bien cuidados ajardinamientos del centro estaban cambiando las flores con solera para poner otras, también de vivos colores pero más jóvenes, menos oxidadas, con menos polvo, más caras y más vistosas…y ya lo que terminó descolocándolos del todo, lo que les hizo saltar las alarmas fue que las pintadas de cambiantes garabatos, que tan, tan rabiosamente decoran la mayoría de edificios y mobiliarios urbanos, habían sido borradas como si tal cosa, como si algo de tal magnitud no mereciese fanfarrias, trajes regionales, cámaras de televisión, orquestas de música venidas de, incluso, allende los mares. Esas joías pintadas tan nuestras, tan arraigadas a nosotros, habían desaparecido sin más, sin publicidad, sin miramientos, sin fotos para el recuerdo… ¡menos mal que, como las golondrinas de Bécquer, seguramente ellas también volverán, y quizá sin esperar a la primavera!
Lo cierto es que algunos despistados y yo misma; hablando, hablando de todo esto (porque desde ese día le hemos dados mil vueltas al asunto) hemos concluido que los cambios repentinos, así de un rato para otro, no son buenos para nadie. Ni para nuestros corazones ni para nuestra vapuleada salud mental porque con tan excelsas novedades corremos el riesgo de extraviarnos a la vuelta de la primera calle; a fin de cuentas, antes de estos hechos históricos, si por un casual de esos de ir embelesados mirando el móvil de pronto te desorientabas, como ubicación siempre nos quedaban ellas, las pintadas; una rápida mirada al paso del garabato bastaba para hacerse una idea de por dónde ibas, de cuánto faltaba para llegar a destino. Esas matizadas manchas, tan criticadas por algunos (que repipi es la gente ¡por Dios!) muchos las veíamos como las boyas de advertencias que se colocan en el mar.
A lo hecho pecho. Las hemos perdido…pero a pesar de ello, y del jaleo de los mil prohibidos aparcar de las vísperas del desfile, de sacarle brillo y esplendor al paso del cortejo Real, de adecentarles el camino a fuerza de límpidos destellos, de engañarlos como a niños (a pesar de estar en lo más alto en el escalafón social), la comitiva, seguro que de tan acostumbrados a ver calles impolutas, sosas y desnaturalizadas, seguro, seguro, seguro (vaya, que me apuesto una mano, aunque sea la que tengo fastidiada, por si las moscas) que ni repararon en esas menudencias que forman parte de su devenir diario. Por eso, a los que se encontraron Badajoz tomada por hordas policiales, a los sorprendidos desinformados que se enteraron del acontecimiento demasiado tarde, a los fieles e incansables trabajadores del grafismo de paredes, y a los que esperaban ansiosos el evento…en general a una amplia multitud, se nos ha ocurrido que si no nos hubieran robado nuestra idiosincrasia a fuerza de mangerazo, agua, jabones, escobas y jardines rejuvenecidos, seguramente la comitiva hubiese abierto las ventanillas para empapar sus retinas con cosas jamás vistas por ellos, por cosas inimaginables en su mundo. Y para una vez que viene los más granado de España, quizá, no hubiesen pasado como lo hicieron, delante de nuestros cansados y pacientes pies, a toda leche… ¡Ay Dios, que poco originales son estos que regentan las ciudades, que poquito piensan, que poco saben de la vida…!
Si me hubiesen preguntado a mi: imaginativa, prudente, buena gente, (ya les anticipo que si aceptan la sincera propuesta que tengo en mente pueden hasta prescindir del gasto que supone escoltas y esas cuestiones) dulce, un poco caótica eso sí, pero sincera y poco dada a cirugías estéticas de última hora…les hubiese invitado a la natural belleza salvaje de mi barrio, por cierto, en el que viven muchos despistados buscándose el pan de cada día. Además, hubiese descorrido un imaginario telón con dramáticos tachán-tachán a la voz de: ¡pasen y vean! Empápense del mundo real; ese en el que las pintadas se caen de puro viejas, donde los jardines se convierten en eriales porque los jefazos han perdido el planning que indica dónde una vez, mucho tiempo atrás, cuentan las leyendas que hubo uno; en el que las aceras que se levantan como las cobras, solitas, vuelven a humillarse a golpe de suela de zapato, en el que en las profundidades más oscuras de los baches han crecido colonias de vida inteligente con su propio universo paralelo rebosando fauna y flora autóctona…a ese barrio, (que se pongan en contacto conmigo ) invito a la caravana Real para que disfruten y vean lo que jamás han visto con sus ojos…¡ y les garantizo que sin necesidad de tirar de canutos, van a fliplarlo…!
Después pues, bueno…a emborracharse de glamur, que no digo que este mal pero, certifico (me avalan mis intuiciones) que si aceptan la invitación tendrán mucho para contar a las nuevas generaciones principescas de lo que se cuece en las calles que jamás pasan por chapa y pintura.
PD: un saludo, y con mis más sinceras muestras de respeto no desperdicien esta oportunidad, palabrita que guardaré silencio, que no me iré de la lengua, que no permitiré que ningún político infiltre ni una gota de ácido hialurónico en las arrugas de este barrio…de cualquier manera creo que ya llegarían demasiado tarde, que ya no habría maneras de arreglarlas con un par de pinchazos ¡aunque, con esta gente tan acostumbrada a cavilar, nunca se sabe… con tal de maquillar la auténtica realidad!
- María Penís