(en el aeropuerto Marco Polo, tarde del 23-10-2010)
Venecia debe de ser fatal para los reumáticos: dos días aquí y no me puedo sacar de encima la sensación de tener los pies mojados. Des de la plaza Roma, al otro lado de la isla y del Gran Canal, unos carteles rojos bastante bien diseñados te van acompañando hacia los recintos de la Bienal: los Jardines, donde hay una serie de pabellones organizados por países, como un campus de la cultura, y el Arsenal, enorme edificio o conjunto de edificios de miles y miles de metros cuadrados, severo, digno, simultáneamente operativo, en ruinas y derruído. Entro por los jardines y vago por entre los pabellones entre plátanos y almeces centenarios. Hay tal concentración de arquitectos que me acabo encontrando algún amigo por allí, sin buscarlo. Resulta muy fácil ponerse a hablar con quien, como yo, está mirando los diversos pabellones y espacios que forman la muestra. Todo invita a la confraternización: los capuccinos y el prosecco son excelentes y baratos, y el haber hecho diversos centenares de kilómetros es un filtro que presupone el interés de quien me envuelve.
Venecia respira cultura por los cuatro costados: esta mañana he presenciado el cabreo monumental y mal disimulado de un gondolero ante la Fundación Querini Stampalia, reformada por Carlo Scarpa (y re-reformada, espectacularmente, por Botta), a pesar del peligro permanente que corre de morir degollado por el puente de acceso que construyó el primero, fuera del gálibo que tienen los otros, con dos turistas que ni conocían ni les interesaba el edificio, al que ha llamado “la biblioteca más importante de la ciudad, restaurada por un genio de la arquitectura del siglo XX”. No se puede resumir mejor. Hablé con varios indígenas al azar. Uno de ellos me recordó que no debía marcharme sin visitar el edificio que Tadao Ando restauró hace pocos años, a pocos metros de la Academia. El otro me condujo, sin problemas, a la Toletta, una de las librerías más importantes de la ciudad. Un tercero me montó un tour turístico-no-turístico de gran interés que “culminaba” en ese edificio que un japonés muy bueno había restaurado hace poco y que no podía dejar de visitar: Tadao Ando de nuevo.
Pabellón de Venezuela, Carlo Scarpa
Las instalaciones de la Bienal son permanentes, y están dedicadas todo el año a acontecimientos culturales: la Bienal de Arquitectura no es más que otra de la sucesión de bienales que se van produciendo cíclicamente sin dejar de ocupar estas instalaciones u otras similares. El ayuntamiento y los habitantes están concienciados sobre el tema, y la industria turística no es tal: es un solapamiento de indústrias turísticas que no se fían de hacer de esta ciudad la Meca de los enamorados y quieren optar por otros valores. Como la cultura.
Jardines del Pabellón de Italia, Carlo Scarpa.
Todas las buenas instalaciones de la Bienal tienen una cosa en común: el diálogo entre continente y contenido. La arquitectura del Arsenal: poca luz natural, columnas de ladrillo de gran diámetro, un edificio lineal de centenares de metros de longitud. Siempre agua. Los pabellones: Aalto. Stirling & Wilford. Scarpa por partida doble. Fehn. Hoffmann. Otros arquitectos que no conozco diseñaron edificios a la altura de estos grandes nombres precedent4s: son los casos de los pabellones de Israel, Japón, Brasil, Suiza. La Gran Bretaña, Rusia, la propia Italia, España: arquitectos fascistas de más o menos calidad crearon pabellones que también dan mucho juego.
Pabellón de los países nórdicos, Sverre Fehn.
Pavellón del Japón, con maqueta de Rue Nishizawa, conteniendo una exhibición de vivienda.
Pabellón de Finlandia, Alvar Aalto, coneniendo una muestra de escuelas.
Qué es la Bienal se explica muy fácilmente: una exhibición de instalaciones, de proyectos, más o menos descohesionada, organizada en base a una estructura doble: por países y por arquitectos invitados individualmente por el comisario.
La estructura de exhibición es, también, mixta, y depende de los invitados. Éstos pueden exhibir obras y proyectos (construidos, en curso, propuestas desestimadas), o instalaciones hechas expresamente para la Bienal, divididas, también, en dos: por una parte arquitectura sin programa y por otra instalaciones sobre temas concretos. Si se trata de países, éstos pueden optar por exhibir temas o promocionar arquitectos, que pueden optar, a su vez, por exhibir temas o proyectos.
Pabellón holandés, G.T. Rietveld, conteniendo una muestra temática.
Exhibición de un proyecto de Toyo Ito en el Arsenal.
El resultado no es ni regular ni homogéneo. Algunas instalaciones darían para una tesina y condensan todo el saber del arquitecto. Otras están hechas para cubrir un expediente que no se cubre. Otras lo intentan y fracasan. Las hay que son muy caras, otras de precio medio y otras auténticamente baratas, tanto a nivel de países como de arquitectos.
Un factor determinante para entender la muestra es la velocidad con que el viajero la mira y su grado de saturación. Eso es muy grande y hay mucho que ver. En estas circunstancias, la poética del arquitecto o del comisario que muestre lo que hace un país es determinante. También lo es la concreción del mensaje. Más que lanzar mensajes, eslóganes prefabricados, gana lo indefinido, lo abierto. Lo que hace pensar. Lo que seduce. Y no, esto no es degenerado ni vago: todos han de saber actuar como lo que son: un eslabón en una cadena, un nodo en una red. El título de la Bienal (when people meet architecture) es descriptivo de la situación: mucha gente mirando arquitectura. Aunque no sea exactamente lo que querían decir. Intentar cambiar esto es estrellarse contra un muro. Es ir contra la propia muestra.
La crisis es otro factor determinante a esta Bienal, sea porque muchos países han hecho representaciones austeras y simultáneamente llenas de talento, y lanzan mensajes optimistas que exploran tecnologías baratas, sostenibles y poéticas. Otros van a la suya, como Bahrain, que ha enmoquetado con petrodólares una sala, regalando, además, su catálogo, bien editado y con pinta de caro.
Pabellón de Croacia con exhibición de juguetes.
España: un pabellón organizado por el ministerio de vivienda que define el grado cero de la profesión: conocimiento (bibliotecas) e investigación (las casas Solar Decathlon y, singularmente, las cinco propuestas españolas, mostrando no tanto su calidad como la capacidad de hacerlas); musculatura para cuando haya pasta después de la crisis. Reflexión. Simultáneamente, Kazuyo Sejima, la comisaria de la Bienal, ha optado porque sea el segundo país más representado después de Japón (dato un tanto falso, porque Italia, en su pabellón, que, curiosamente, está ubicado en el Arsenal, fuera de su pabellón histórico, que acoge muestras individuales de arquitectos invitados, muestra muchos más al margen de la selección oficial). De los arquitectos españoles destacan dos: Andrés Jaque y, sobretodo, un Antón García-Abril (que, si os lo preguntáis, la respuesta es sí: es el hijo del compositor de la banda sonora de Sor Citroën) tocado por la mano del genio. El primero expone, en el interior del pabellón de Italia, en el recinto de los jardines, una nube de flores que no sé qué significa: hay una explicación en los carteles laterales que no leí. Si una obra de estas características no se expresa por sí sola queda reducidad a literatura. Ahora, formalmente es bellísima, y no requiere otro tipo de justificación: inmaterial, poética, frágil, delicada. Tiene un punto hortera, el justo para quedarse en las puertas y subvertir la poética kistch a favor de la obra. Si sabe hacer esto no me importa nada más.
Pabellón de España
Instalación de Andrés Jaque
Instalación de Andrés Jaque, detalle
Antón García-Abril: se quedó una sala enorme del Arsenal, justo al lado del semidiós Wim Wenders (almenos para los italianos: su exhibición, una especie de homenaje semipornográfico por su grado de pelotería a los SANAA, no mata). La sala es oscura, inquietantemente iscura. La instalación: dos enormes bigas de hormigón prefabricado de unos dos metros y medio de altura cruzadas, iluminadas directamente por unos focos de incandescencia que crean unas sombras cruzadas muy violentas y dejan el resto de la sala en penumbra. La biga inferior está completamente recostada en el suelo, y la superior se apoya sobre la primera de un modo descompensado, totalmente desequilibrado, de modo que por sí sola caería. Para reequilibrarla, se dispone una piedrota de costero encoma, de muchos y muchos centenares de kilos de peso, que levanta en otro extremo hasta dejarlo horizontal. Este extremo libre se apoya sobre un muelle potente. Diría que hay alguna trampilla (pecado venial) porque un tirante compensa las deformaciones del muelle anclando el conjunto al techo.
Instalación de Antón García-Abril
Instalación de Antón García-Abril, detalle
El efecto es de potencia y fragilidad simultáneas, de una carga poética enorme y extraordinaria, paralela a la que pueda tener el peso físico de la estructura. Parece a punto de desplomarse sobre tu cabeza. Des de gran parte de la sala es imposible ver la biga entera por culpa del enorme canto de la biga inferior (las dos son, de largo, más altas que una persona). Efecto, obviamente, buscado.
En planta, las dos bigas forman una X asimétrica a la escala de la sala, y se apropian tanto del espacio que el resto es accesorio. Su disposición juega con las columnas que soportan la sala y las ata indisolublemente al lugar. El efecto es totalmente centrífugo, y acaba pasando lo que pasa con todas las buenas instalaciones de la muestra: un visitante despistado diría que continente y contenido han sido creados a la vez. Todo es uno. Por desgracia, Sejima, enamorada de las maquetas del arquitecto y sin atender a razones, forzó a exponer, juntamente con esta escultura, una serie de maquetas más o menos adosadas al perímetro de la sala que le habían interesado, desvirtuando la fuerza del objeto, para desesperación de un García-Abril que todavía debe de estar enfadado.
Venecia es una ciudad culturalmente muy poderosa: la plaza de San Marco, y la Basílica y el Palacio Ducal por separado, son hitos ineludibles en la historia de la arquitectura universal, a la altura de, pongamos, las pirámides de Egipto. También todo lo que hizo Pallado. Y las obras de Scarpa. El conjunto paisajístico es de una armonía sorprendente: no parece que haya una sola fachada mal hecha. Su caos aparente, y los canales, y las góndolas, y su pase al lado del mar, y la calidad de sus restaurantes: todo hechiza. Paralelamente tiene una enorme capacidad para producir eventos, uno tras otro, y para interesar permanentemente casi cualquier tipo de público. Des de la perspectiva de un barcelonés, esto tendría que hacernos pensar en lo que somos y en dónde queremos ir: si nos hemos de convertir, como parece, en un parque temático turístico, no será fácil ni gratis, así que ya podemos tomar ejemplo de una ciudad con capacidad y prestigio suficientes como para organizar este tipo de actos.
Pabellón austríaco con exhibición. Arq: Josef Hoffmann
Exhibición de Tony Fretton
Pabellón de Italia en el Arsenal.