Por ello a finales de enero decidí coger un avión e irme a Milán para poder ver la muestra ubicada en la Fabbrica del Vapore, quizás el sitio no era precisamente el que uno se esperaría para una muestra así, ya que se encuentra un poco alejado del casco histórico de Milán, y además en la ciudad apenas había información o cartelas anunciando la exposición.
La muestra comienza con unos plafones que explican brevemente la biografía de Vincent Van Gogh, y sobre todo hacen énfasis en que el visitante no está ante la "típica exposición de museo". Aquí no hay cuadros colgados. Aquí no se impone el silencio. Aquí no hay que ver las obras de lejos. Aquí la visita es sensorial.
Y hablar de sensorial no es vincular la muestra al concepto "interacción", porque realmente el espectador no juega un papel activo en la muestra. Aquí el visitante juega un rol pasivo, es una exposición diseñada para que el visitante disfrute y se relaje sin preocuparse por cuántas obras le quedan por ver o si las luces iluminan correctamente las obras.
Van Gogh Alive, con una única sala expositiva, consigue que el visitante se adentre en la apasionante obra del pintor holandés a través de una sinfonía de luz y color gracias a cuarenta proyectores de alta definición que emiten más de 3.000 imágenes cristalinas y al sonido Sensory4 de la sala. El contenido programado es dinámico, informativo y visualmente espectacular, consiguiendo envolver al espectador a través de las obras de Van Gogh en una experiencia multisensorial y multipantalla.
Y es que la propuesta de GRANDE Exhibitions es totalmente inmersiva. El espectador revive al Van Gogh más puro, desde su paisaje, a su luz y sus retratos, sin dejar de lado los cambios en el estilo del holandés, desde la técnica hasta el estado de ánimo. Cambios que se reflejan en la muestra cambiando magistralmente los movimientos o la música. Respecto a la música, ésta no es baladí en la muestra, sino que ha sido especialmente seleccionada, de hecho la mayoría de las melodías que componen la exposición tienen su origen en el mismo periodo del pintor. Este binomio produce que el espectador sienta que la música impulsa realmente cada movimiento y cada pincelada de la obra, y sobre todo, es especialmente significativa para mostrar los cambios en el estado de ánimo de Van Gogh.
El recorrido comienza en Holanda, en una época más bien oscura, con paisajes, gente y naturalezas muertas en tonos apagados. Una paleta que se transforma en su etapa parisina, llena de color en los jardines, flores y fruteros. Y de París al sur, a Arles, a su etapa más productiva, a los girasoles y a la influencia del arte japonés, pero también a sus primeros atisbos de locura. Su habitación, obra que se muestra como el punto más claro de inflexión en su inestabilidad emocional se ve acompañada de las numerosas cartas escritas a su hermano Theo y culminará con la entrada en el asilo de Saint-Remy. Allí, aunque seguirá pintando, se hace más pronunciado el conflicto entre crisis y control mental, así como el constante eco al vacío en el que se encontraba inmerso y que acabaría finalmente con su vida.
Sin duda, os recomiendo visitar esta muestra si tenéis la oportunidad, porque la experiencia tanto sensorial como a nivel tecnológico, merece muchísimo la pena. Aprovechando que en la muestra se permite hacer todo tipo de fotografías y vídeos, os dejo con el vídeo que grabé durante mi visita (¡atentos a la sorpresa final del vídeo!):