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Varapalos, lecciones y reflexiones de la vida

Publicado el 05 agosto 2013 por Indignado @gritopoliticoes

El fatídico accidente de Santiago que nos conmocionó a todos recientemente reconduce inevitablemente a nuestras mentes a la profunda reflexión sobre el mundo que nos rodea.

Más allá de la autoría de la culpa, si del maquinista, de los criterios mercantilistas de la empresa y sus posibles presiones económico-temporales a los mismos, o si el error obedece a un mal estado de la vía o una baliza que debiera estar y no estuvo o actuó mal, hay que detenerse a valorar las consecuencias humanas de tal tragedia.

Setenta y nueve almas dijeron adiós a este injusto mundo. Junto a ellas, un irrecuperable dolor para cientos de familias y amigos. La desesperación, la impotencia, y una profunda congoja marcarán las vidas de los allegados de quienes nunca podrán contarlo. Éstos serán los olvidados.

La Persistencia de la memoria, Dalí

El morbo, la curiosidad y la sed de venganza, cegarán una vez más a los transmisores de la comunicación, el maquinista ocupará portadas, la investigación se centrará durante años en las posibles causas, pero se diluirá el recuerdo del casi centenar de personas a las que se les ha truncado su vida.

Este inesperado suceso, tan terrible y dramático como las cientos de vidas inocentes que mueren día a día en guerras, atentados, accidentes y asesinatos en nuestro mundo me inducen a la reflexión personal más profunda.

Un simple gesto, o un fugaz momento, una acción en la calma más absoluta  puede borrar nuestra huella para siempre. Nuestro pálpito puede apagarse como una vela al ser soplada y todo cambiar repentinamente.  Nuestra estancia pasajera en esta vida está condicionada no solo a nuestro campo de actuación sino también a nuestro espacio exterior.

Nuestros problemas, nuestro trabajo, nuestra dedicación o nuestro entorno ocupan en ocasiones la totalidad de la acción personal de cada individuo. Nuestra razón de ser y estar se ve a menudo obstruida por superfluos problemas que nos invaden y que nos hacen olvidar lo más importante; el ser felices con nuestra conducta.

Todo puede acabar en un segundo: nuestros sueños, aspiraciones, nuestros deseos pueden estar hoy exuberantes y mañana no estar. Nuestro cometido en esta vida no puede ser otro que el ser felices con nuestras acciones, con quienes nos rodean y en el lugar donde las compartamos.

Las metas y retos que decidamos imponernos deben servir para alcanzar la total felicidad como un ascensor hacia la plenitud propia. Todo aquello que es sabido temporal y pasajero ha de realizarse cuanto antes. La vida no espera, ni da margen.  Nosotros somos quienes marcamos nuestro tiempo y nuestro camino.

La tarde del miércoles veinticuatro de julio ninguno de los fallecidos del Alvia que partía de Madrid imaginaba ni contaba con que sus últimas horas las pasaría sentado en ese convoy. Tampoco lo tenían en mente los dos mil fallecidos del World Trade Center, ni los miles de niños inocentes que mueren en guerras y hambrunas.

Los entretiempos y sorpresas con los que compartimos nuestra temporal estancia en este mundo nos condiciona a anteponer la felicidad como premisa transversal a nuestro día a día. Solo nos llevaremos con nosotros aquello que hayamos realizado en tiempo vivido, por tanto hagamos únicamente lo que nos motive.

Apenas nos detenemos a reflexionar, por que no estamos preparados para asumir que esto tiene un fin. Ahora que lo haces, no te pierdas en el laberinto de tus temores, levanta cada día como si fuera el primero del resto de tu vida, haz feliz con tus acciones a quienes te rodean y recuerda, desde tu grandeza, que simplemente eres uno más.

La severidad a la que nos somete la vida son lecciones y retos para recordarnos dos palabras que perdurarán perpetuamente: tempus fugit. Mientras nos invaden otros dilemas y nos enzarzamos en estériles debates, la vida no espera, y mientras los odios, la ira, y el egoísmo son premisas para tantos seres, la vida transcurre.

Aquello que no realizamos nosotros no será hecho para nosotros, aquello que no digas ahora nunca será escuchado y el amor que te reserves jamás será percibido.  La celeridad presente nos fuerza a actuar ahora, continuo y siempre. ‘Ahora’ porque la vida es cuestión de minutos, ‘continuo’ por que esos minutos conformarán horas que a su vez sumarán el ‘siempre’ que no es más que el tiempo que nuestra voz permanecerá alzada en esta noria.

Sin embargo, no podemos supeditar nuestro presente a los problemas y preocupaciones, ni debemos permanecer tristes y apesadumbrados. Un trágico acontecimiento o un determinado momento pueden poner fin a nuestra razón de ser. Por ello, aprovechemos, vivamos y sintamos este regalo que es la vida, para que todo tiempo presente retumbe en los recuerdos ajenos eternamente.

Y ahora, y como diría Paulo Coehlo, deja de pensar en la vida y resuélvete a vivirla.

Se solidario, se feliz.

Pero vive y deja vivir.


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