Revista Cultura y Ocio
En el último mes, el Sr. Martínez había llegado cuatro veces tarde a su despacho y el Gerente General lo sabía, siempre hay alguien idóneo y diligente para hacer notar esos detalles. Uno de estos días van a echarlo a la calle, pronosticaban sus subordinados, y ellos iban a festejarlo. Es que vivía a 25 kilómetros de la ciudad, tenía un automóvil de alta gama y disponía de una autopista en excelentes condiciones para recorrer deprisa tal distancia: no había espacio para justificaciones o disculpas. Esa mañana, por quinta vez, media hora después de haber salido de su casa, el indicador en el tablero del auto le anunciaba que ya había recorrido 60 kilómetros, pero la ciudad todavía no estaba a la vista. No puede ser, se dijo, desconcertado, y lanzó el vehículo a su máxima velocidad, concentrándose apenas en la conducción. Por fin, veinticinco minutos después, Martínez ingresaba en el estacionamiento para altos ejecutivos. Muy tarde, claro está, aunque nadie bosquejó una recriminación, fue como si nada hubiera pasado. Sin embargo, ese mismo día el Sr. Martínez tomó una decisión radical: cambió su Land Rover LRX por un Ford de segunda mano, económico y discreto. Nunca más volvió a llegar con demora a la empresa, pero al poco tiempo los miembros de la junta directiva decidieron despedirlo, pues el ejemplo ruinoso que estaba dando -dijeron- había desacelerado notoriamente el ritmo de trabajo de sus empleados.