Hacía varios días que la temperatura no aflojaba, las calles parecían un paisaje del planeta Marte, o incluso peor, parecían las puertas mismas del Infierno, la gente no quería abrirlas ni para ir trabajar. La culpa era del maldito cambio climático, un verano así podía enloquecer a cualquiera, decían todos. Eran las 2 de la tarde y el calor no permitía respirar, el termómetro ya marcaba 38 grados, pero la humedad lo haría llegar hasta los 43, como mínimo. En menos de una hora volverían los padres, después de una semana de vacaciones, y allí, en la casa, la abuela no estaba ni en condiciones de mover un dedo, así que alguno de los dos hermanitos tendría que limpiar todo ese desastre que habían hecho en la sala. ¡Ana!, gritó Diego desde su habitación en la primera planta, sin soltar el joystick de la PlayStation, ve a ayudar a la abuela. El niño había aprendido muy bien, era el varón y era el mayor, tenía sus privilegios. Sin embargo, la niña hizo como que no lo había escuchado, total, a ella qué le importaba esa inmundicia, estaba tranquila mirando televisión, donde un ratón con cara de trastornado corría a un gato con un hacha. ¡Anaaaa, te dije que bajaras a ayudar a la abuela!, insistió Diego, pero Ana no levantó su culo transpirado de la silla, tenía los ojos clavados en los espejismos de la pantalla, en la que una musiquita pegadiza y repetitiva acompañaba las acciones. Ahora el gato ya no tenía cabeza, pero el ratón iba por más. Estaba decidido, Ana no iba a moverse y Diego no pensaba bajar, nadie iba a limpiar aquella asquerosidad que ambos habían dejado en el medio de la sala, así que un cadáver en estado de descomposición recibiría a los padres.
Diego acaba de marcar un gol con su Neymar virtual y Ana sigue inmersa en los dibujos animados, pero ahora ha comenzado a canturrear la musiquita de la tele, lo hace en voz muy baja, they fight, they bite... Esa musiquita insidiosa se mantendrá por mucho tiempo en los oídos de la familia, y quedará asociada para siempre a este verano tan raro.