
La inminencia que los medios anunciaron la semana pasada ahora se reduce a escasos minutos. Desde esta mañana, la prensa internacional informó que el rescate de los mineros chilenos comenzaría a las ocho de la noche y que se prolongaría unas veinte horas. Ni el mismo Julio Verne imaginó un viaje al centro de la tierra tan esperanzador y -por qué no- ejemplar.
La reacción que el derrumbe de la mina San José provocó en nuestros vecinos trasandinos es uno de los fenómenos más notables que recogen las crónicas periodísticas publicadas desde principio de agosto pasado. Las demostraciones de fe, unidad y templanza se colaron enseguida entre los informes sobre el operativo de rescate y las semblanzas de los trabajadores atrapados.
Si el siniestro hubiera sucedido en Argentina, seguro habríamos contado con la misma ayuda internacional y por lo tanto con la colaboración desinteresada de especialistas. En cambio, cuesta imaginar los mismos niveles de compromiso y solidaridad que percibimos entre los chilenos.
En Copiapó la tensión y la ansiedad son inevitables pero a lo sumo provocan anécdotas triviales como ésta. En nuestro país, la opinión pública estaría atenta a los diagnósticos y pronósticos de críticos y agoreros. Ciudadanos rasos y dirigentes reconocidos se ocuparían de echar culpas o, dicho de una manera eufemística, “hacer una lectura política de lo ocurrido”.
En su cobertura “minuto a minuto”, El Mercurio acaba de anunciar el acoplamiento de la cápsula Fénix II. Muchos argentinos sintonizamos los medios chilenos para asistir al llamado “gran rescate”. Mientras el reloj se acerca a la hora señalada, algunos nos sentimos testigos privilegiados de un viaje al centro de la tierra que ni el mismo Verne habría imaginado tan esperanzador, conmovedor y ejemplar.
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PD. La imagen que ilustra este post es un recorte del afiche ¡Fuerza Mineros!.