Revista Vino

Vino, como un rey

Por Debierzo @debierzo

Por Pedro Trapiello

No pudo ser casual que Jesucristo eligiera el vino para instaurar la eucaristía en su Última Cena… vino de Palestina y no cerveza egipcia o mistelas de Corinto o los aguachirles de la época que hoy llamaríamos fantas y cocacolas… no, eligió el vino, un vino que al de Nazaret le gustaba y frecuentaba según los fariseos que le acusan en los evangelios de andar todo el día aceptando banquetes y bebiendo con publicanos y prostitutas.

No pudo existir mejor razón para la expansión del cultivo de la vid y la cría del vino que aquella orden de “haced esto en conmemoración mía” obligándose a consagrar en las misas con mosto fermentado, porque hasta allí donde llegaran los evangelizadores, frailes o misioneros, allí donde se levantara un convento o una ermita, tendría que llegar también el vino de consagrar en ánforas o unas cepas para vendimiarlo a pie de obra.

Dense, pues, gracias bíblicas a Noé por inventar el vino y a Jesús por recomendarlo y elegirlo para su consagración… y agradézcanlo así a pie de bodega los vinateros si quieren lograr ese año buen caldo, de la misma forma que antes pintaban una cruz con yeso en la cuba para que no se malograse la fermentación.

Justo en aquellos tiempos de Jesucristo, aquí en el Bierzo los astures bebían cerveza mayormente y, en algunas ocasiones, vino que bajaban a comprar a las tierras del sur, según nos cuentan los historiadores romanos de la época asegurando que aquel vino les duraba poco, pues solían acabarlo en la primera noche, qué tíos… pero la romanización y cristianización de siglos posteriores trajeron sin duda el viñedo a todos estos lugares, aunque no haya mayor noticia de ellos o sus variedades… pero desde el siglo X se inician las repoblaciones medievales con monjes mozárabes venidos del sur o, posteriormente, con regueros de monjes benedictinos venidos de Francia y que fueron, sin duda, los verdaderos maestros que implantaron aquí la campiña francesa y sus conocimientos, su arte de bodegas. Aquellos monjes serían los principales controladores del mercado del vino, así que no es casualidad que la mayor cuba de toda la Europa medieval estuviera entonces precisamente en uno de estos monasterios leoneses, el de san Benito en Sahagún… 80.000 litros criaba aquella enormidad de tonel.

Eran tiempos de Reconquista y de mucha brega, así que se bebía sin duelo. Beber vino, además, era en la España cristiana algo bien considerado porque despejaba cualquier duda de parecer moro o converso, que lo tienen prohibido. Con la corte en León y con tanto monasterio, aquí se bebía incluso más que en otras tierras, porque se consumía lo propio y lo ajeno. De hecho, cuando se expulsó a los moros de la vega zamorana del Duero y se restableció especialmente en Toro el cultivo de la vid, el rey Alfonso IX pronunció un lamento que quedó para la historia: diciendo “tengo un Toro que me da vino… y un León que me lo bebe”. Y es que desde entonces los odres con tintorro toresano fueron muy requeridos en estas tierras… total, les echabas la mitad de agua y ni perdían la color o compostura.

De hecho, en aquellas épocas medievales debían beber mucho vino de pelea, pero también vinos robustos. Recuérdese este dato: el corregidor de la ciudad de León tuvo que ordenar en el siglo XIV que todas las tabernas y bodegas vendieran su vino rebajado con un tercio de agua, tras comprobarse que tanta fuerza alcohólica incrementaba los desórdenes callejeros, pendencias y muertes… mucho es de temer que abolida aquella ordenanza municipal siguieran después haciéndonos este rebaje por los siglos de los siglos.

Sin embargo, lo usual era que el vino de diario, de brega o almuerzo  fuera malote o irregular (imposible salir igual todos los años), mientras que si se buscaban buenos caldos, sólo en las bodegas de los frailes podían encontrarse, pues ellos criaban, pero además reservaban, mientras que la producción familiar la bebe el pueblo en el año y, aún así, no le alcanza, de manera que son los arrieros los que resuelven el déficit trayendo en sus retornos del sur vinos de trasiego y aceites crudos.

Es tan importante el vino, que los concejos llegaron a establecer que en los pueblos donde no hubiera taberna, hicieran de taberneros los vecinos en sus corrales y por turnos corridos de un mes… en fin, el vino proporcionaba las calorías que no dispensaba el puchero y la alegría que negaba aquella vida arrastrada y algo perra… y con cántaras de vino se pagaban las multas concejiles o los servicios del común, las hacenderas o el ajuste de arriendos… porque la cántara, el pellejo o el bocoy fueron moneda de cambio.

Y con estas trazas y acarreos se llegó hasta anteayer en esta tierra berciana que hoy asombra con sus viñedos tendidos en ladera, mientras se cuece en sus bodegas la maravilla. Pero atrás quedaron los vinos vulgares de cuando sólo se bebía vino (y cualquier vino), tanto en la taberna, como en el tajo o en la mesa familiar. Y eso significaba beber vino a jarros. Recordemos dos datos: uno, en 1906, el consumo medio de vino por persona y día en la provincia leonesa era de 2.6 litros (así figura en los almanaques agrarios de la época)… y si 2.6 litros es la media, habrá que suponer que más de dos y más de tres tendrían que enjarrillar habitualmente al día cuatro litros o más… y el segundo dato: hasta la década de los 70, sólo lo que suministraba una conocida bodega leonesa en la cuenca de Villablino suponía cinco mil litros de vino al día… y otros tres mil más en el CIR de El Ferral. El dato es hoy inimaginable.

Pero hoy, sin embargo, se ha vuelto a aprender el arte de criar el buen vino, se hacen bien las cosas y del odre del carretero se ha llegado a la excelencia, esa que confirman no pocos vinos hechos en este Bierzo generoso y que hoy campan en las alturas entre los más considerados por las guías internacionales de acreditado respeto, así que en muy pocas décadas, ya tenemos vinos bercianos codeándose con vegasicilias y otros dueros de bandera… y les soplan en la nuca.

Pero estos viñedos bercianos aún deslumbrarán más en un futuro porque aquí ya se están cumpliendo los sueños que fueron bien encepados y las promesas que duermen en barrica.

Y aquí os habéis congregado para que el Bierzo maride sus demostrados caldos excelentes con la cocina, con la cultura, con el turismo, con el vivir amable y sano. El rito comunicador del vino late aún profundo en nuestras costumbres sociales y en nuestro modo de entender los tiempos y los sitios

Se experimentarán en estas jornadas matrimonios con nuevas cocinas y tendencias… y eso está bien, porque estos buenos caldos sólo merecen unas buenas parejas, lo mejor de cada despensa y de cada ingenio culinario. Está bien que se exploren nuevas vías y se aprenda de gustos y costumbres que nos llegan globales… aunque en la diferencia y la calidad estará la respuesta del éxito.

Pero entre todos los maridajes, sueño con uno en especial: el de los vinos bercianos con los productos estrictamente bercianos para lograr algo único, original, sólo propio de estos lugares y esta fama para asombrar y deslumbrar a las riadas de gentes lejanas que cruzan cada día estas tierras buscando algún jubileo o encontrarse con su sombra o su alma… un matrimonio entre el viñedo (que hoy se muestra boyante y esplendoroso) con sus tierras vecinas… que sin embargo aparecen como una inexplicable paradoja, tierras huérfanas de su viejo vigor y arado, abandonadas porque desertan agriculturas y labrantines donde antes bullían huertas, frutería plantada, montes de mies centenal para panes de perfume antiguo, cuadras y corrales, cazas y frutos del bosque, setas, moras, nueces o madroños…

Y aunque ha de apostarse por la innovación y lo inédito, no ha de olvidarse lo efímero de casi todas las modas y vanguardias… así que sólo permanecerá lo auténtico y distinto, lo que nació del ingenio y de la tierra. Huyan ustedes de lo estrictamente novedoso que ya es vulgar en todo sitio y averigüen las hechuras y sabores propios. Eso será lo que permanezca… y lo que os distinga. Así que vuélvase al campo para buscarle novia al viñedo, vuélvase a mimar y a lucir la potencia castañera de esta tierra, su fama pimentera y cerecera, su crianza porcinera o sus terneras de braña y vega… ¿y qué fue de aquellos bueyes como los que se criaban en Perandones con chuletones de seis kilos?… ¿y las empanadas… desde la de batallón a la ancaresa de acelga y tocino?… ensáyense recuperaciones y vuélvanse las gentes a trabajar esta tierra, que es generosa en el pago a quien demuestre querer amarla y averiguarla… vuélvase a dibujar el primor en los cultivos, vuelva incluso el viejo olivar que en su día ensayó esta tierra… y entonces, los vinos bercianos y este Marida Bierzo verán consolidarse el matrimonio hasta hacerlo fecundo… porque eso querrá decir que al poco de la boda vendrán hijos y se abrirán ventanas y futuros.

En fin, sólo cabe desear después de estos esfuerzos e inquietudes que en estas jornadas se exponen con maridajes, culturas y enoturismos, que el Bierzo pueda consagrar y hacer propia la vieja receta popular de “Vino, como un rey, y agua, como un buey”, porque eso querrá decir que estos vinos serán extraordinarios y regios… y que los arroyos y manantiales de esta bendita y fértil tierra podrán seguir siendo cristalinos porque aquí se ama y se cuida la naturaleza como la herencia más sagrada… y en este punto ha de recordarse que esa herencia no es una riqueza que nos hayan dado nuestros abuelos, sino un préstamo que nos hacen nuestros nietos… y los préstamos la gente decente los devuelve íntegros, más los intereses… y aquellas mejoras a las que debemos obligarnos.

Si así lo hacéis, que esta tierra os lo premie… y si no, que la historia y vuestros hijos os demanden.

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“Vino, como un rey y agua, como un buey”
por Pedro Trapiello

Breve charla de apertura del Congreso “Trilogía del vino” en las jornadas de “Marida Bierzo”
Ponferrada, 23 de septiembre de 2012


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