Oía hace unos días una información radiofónica —y la sensación que me nacía al hilo de la escucha, oscilaba entre la sorpresa y la indignación— que mencionaba que más del sesenta por ciento de las llamadas que se recibían en el teléfono habilitado especialmente para la atención a las víctimas de violencia de género (el 016), correspondían a hombres que, sin identificarse (como corresponde con esa “valentía” que su forma de proceder pone de manifiesto...), se limitaban a proferir insultos y exabruptos. El hecho, en sí mismo, y más allá de la tremenda estulticia que revela por parte de quien así obra, no tendría mayor trascendencia, si no fuera porque no constituye más que la punta de lanza de una ofensiva que, convenientemente jaleada y espoleada por la caverna mediática, pretende minimizar la gravedad del fenómeno de la violencia de género en nuestro país, intentando venderlo como un invento de la progresía trasnochada e invasora de un gobierno que, incapaz de resolver los problemas “de verdad” (o sea, ese paro y esa crisis económica contra la que esa caverna y sus adláteres no mueven un solo dedo...), se dedica a airear espantajos contra los que sí muestra una combatividad potente y eficaz —o, al menos, lo intenta—.
El de la violencia de género, como todo fenómeno insidioso y difuso, no es sencillo de abordar ni de tratar; más bien al contrario, su complejidad, su multiplicidad de vértices, aristas y facetas, lo hacen escurridizo, una auténtica bomba de relojería para cuya “desactivación” todas las medidas de corte institucional, ya sea en el ámbito legislativo, gubernativo, o judicial, son, por supuesto, imprescindibles, pero no suficientes. Y me consta —es una convicción que comparto con muchísimos de mis conciudadanos—, que la única vía válida y positiva para una disminución, primero, y una erradicación, después, del mismo, pasa por un trabajo intenso en el ámbito educativo, un trabajo que incida en una percepción diferente de los roles de género, un nuevo paradigma sobre la cuestión y unas pautas de actuación coherentes con esa visión renovada. Algo que, naturalmente, no cuaja de la noche a la mañana, y que se proyecta en un trabajo a medio y largo plazo que no rendirá frutos inmediatos y no ofrecerá resultados visibles hasta que transcurra un margen más que prudencial. Mientras, por desgracia, las víctimas se van acumulando, y a ese “frente inmediato” también hay que acudir.
Un “frente inmediato” en el que las muertes violentas, aun con toda la repercusión mediática que su brutal irreversibilidad les confiere, no son más que la punta costera de un vastísimo territorio, un terreno yermo en el que campan a sus anchas las ruindades y vilezas más execrables que quepa encontrar en la condición humana, a lomos de un “cohete” desbocado cuyo combustible viene constituido por una mezcla mortífera de incultura, ignorancia, miseria y violencia previa (en dosis variables, según cada caso concreto), destilado y decantado todo ello en el laboratorio sin probetas de la vida cotidiana. Negar su existencia, o minimizar su amplitud, no es sólo un ejercicio malintencionado de ceguera: es la semilla con la que abonamos su prolongación a perpetuidad. Y eso hay que decirlo, alto y claro.
¿Que existen denuncias falsas? Quién lo niega... ¿Que el de los malos tratos ha sido un “expediente” al que se ha recurrido en ocasiones para “engrasar” una maquinaria judicial lenta y obsoleta en pos de un divorcio o una separación? Cómo se podría obviar tal circunstancia: por supuesto que así ha sido, así es y así seguirá siendo... Negar la existencia de episodios de ese tenor sería tan ingenuo como ignorar que son hombres y mujeres quienes se ven envueltos en ellos, y que, por tanto, su condición humana da de sí para tales mezquindades, y aún mayores y más reprochables moralmente. Pero la pretensión de hacer de tales casos una categoría general bajo la cual se sepulte la existencia de la violencia de género como un fenómeno específico de enorme gravedad nos devuelve al terreno de la maledicencia y la mala baba: ése en el que se mueven sus promotores y quienes les amparan. Dicho queda...
* APUNTE DEL DÍA I: ví el pasado sábado "El discurso del rey", y me gustó. Bastante. Una crítica amplia, en este enlace.
* APUNTE DEL DÍAII: nueva prescripción facultativa. Poetas en la red, un blog promovido por el Instituto Cervantes de Varsovia, en el que un puñadito selecto de poetas vierten sus reflexiones sobre escribires internaúticos e hierbas similares. Muy, muy recomendable.
* A salto de mata LI.-