Revista Arquitectura

Visitando algunos Fisac

Por Jaumep

(Fotos de los tres edificios de Fisac en color y B/N: Jaume Prat. El resto de fotos están sacadas de internet)
El pasado 14 de diciembre fui a Madrid. Hacía días que debía hacerlo por temas más o menos relacionados con la arquitectura y una posible tesis doctoral que no termina de arrancar, y no lo pospuse más porque Madrid siempre es un placer y porque los arquitectos José María Sánchez e Iñaqui Carnicero, profesores de la ETSAM, tuvieron a bien invitarme en su clase para que corrigiese a sus alumnos antes que entregasen el proyecto final de semestre. La clase me puso de buen humor. Siempre llego a los sitios con tiempo. Más si el sitio es Madrid. Más si tengo la oportunidad de desayunar bien y, antes o después, visitar cualquier edificio que me interese. En este caso decidí perderme por el Viso, esta colonia de viviendas unifamiliares que un madrileño, Rafael Bergamín, y un catalán, Eduard Ferrés i Puig, parieron juntos, poco antes de la Guerra Civil, al norte del barrio de Salamanca, relativamente cerca de donde hoy en día se levanta el Santiago Bernabéu, al este de la Castellana. Madrid nunca tuvo modernismo, pero, decididamente, su novecentismo (aquí asociado a la generación del 27) excele más que el nuestro y marcó parte del tejido de la ciudad. En este caso: deliciosas casitas unifamiliares donde viven ahora la Infanta Elena y cía (no comment) y donde tienen su estudio arquitectos como Moneo o Navarro Baldeweg. Casitas coquetonas entre demasiado tráfico. Racionalismo incipiente que, actualmente, sigue impresionando. Equipamientos conviviendo con ellas, tales como edificios gubernamentales en sus límites, alguna residencia militar, algún cole pijo y, sobretodo, en su límite sur, formado por la Colina de los Chopos, la Residencia de Estudiantes y el CSIC: las joyas de la corona. La Residencia de Estudiantes tiene la virtud de ponerme siempre de buen humor: voy y oigo los pasos de Buñuel, de Dalí, de Unamuno, Falla u Ortega, y de tantos otros que allí vivieron. Me doy cuenta que visto parecido a los estudiantes que se alojan allí, y que mi ipod me da el mismo aire ausente que a ellos: parece que sepa donde voy.Viajé allí en busca de la esquina (oblicua como tantas otras de la capital) entre Joaquín Costa y Velázquez: la sede del Instituto de Microbiología del CSIC, construido en la década de los 50 por Miguel Fisac, que sabía recientemente restaurado. Ya lo dice el nombre: inmuebles. Allí estaba, óptimamente conservado y listo para mis fotografías. Hasta el segurata me dejó acceder al patio interior a hacer de las mías. Lástima de la hora: el edificio se ha de fotografiar de tardes y yo quería ir a la ETSAM temprano para devorar otro espantoso mixto: suerte que los que sirven por los bares de las calles son bastante mejores; pegas de los servicios subvencionados. Cuando estaba haciendo las fotos levanté la cabeza: tras de mí apareció, como por ensalmo, la capilla del CSIC, obra del mismo arquitecto, que ignoraba que estuviese en contacto visual con el edificio que quería estudiar. Previamente me había topado, también casualmente, con el Centro de Documentación del Patronato Juan de la Cierva, también de Fisac. Tras suyo, otro instituto del CSIC, el de Química. A la vista de la iglesia, la torre que construyó el arquitecto para los mismos promotores, en medio de otros edificios del arquitecto de los que hablaré otro día. Tenía, ante mí, una serie de edificios construidos por el arquitecto en diversas épocas, todos ellos interesantes: su opera prima, una de sus obras mayores, un edificio clásico, la torre, los dos institutos. Qué sacar? Los fotografié con cuidado (lo siento: tuve que dejar, por cuestiones de peso, la réflex en casa, y se nota) y probé de relacionarlos. Este es el resultado.

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1.  Calle Velázquez/ Instituto de Microbiología2.  Calle Serrano/ Església del CSIC3.  Calle Joaquín Costa/ Centro de Documentación4.  Instituto de Química del CSIC5.  Torre del CSIC6.  La Residencia de Estudiantes(resaltados en blanco y negro, otros edificios del arquitecto)


Precisión constructiva:
Fisac construía bien. Muy bien. En artículos anteriores he visitado edificios suyos saqueados por una avalancha, o dejados de la mano de Dios olvidados en una ciudad con demasiado patrimonio arquitectónico moderno, como Vitoria, una ciudad que todavía no se cree su presente y se obstina en vivir de cascos antiguos y Ajurias Eneas entre Peñas Gancheguis, Fisacs, Moneos, Coderchs, Bayones, AbalosHerreros, Mangados. Edificios que, invariablemente, aguantan bien. O mejor. Esta fe en la construcción, esta profesionalidad, este dominio de cualquier técnica que emplease es transversal a todas sus épocas y en toda su obra. Fisac dominaba el ladrillo, el hormigón en masa, el hormigón prefabricado. Los muros de carga y los pilares. Dominaba, en suma, cualquier elemento constructivo sobre el que reflexionase: reflexiones radicales, capacidad de para transformarlos y, por deformación crear una cosa que-no-es-lo-del-principio-sin-que-deje-de-ser-lo-mismo. Y lo hacía de manera virtuosa.
La iglesia del CSIC: su primer proyecto construido, en plena autarquía: indigencia cultural, ausencia de materiales básicos, como el acero, propiedad del ejército (como el resto de los metales), un país deprimido, comisarios políticos… El encargo no era ninguna perla: aquella parte del Viso se llama la Colina de los Chopos, y queda limitada por la calle Serrano, donde se abre la iglesia, y tiene un límite más difuso, más natural, a oeste, donde se junta con las traseras de edificios enormes que dan casi a la Castellana. La parcela tiene varias hectáreas, previamente contenía la Residencia de Estudiantes y, después de la guerra, fue cedida, casi íntegramente, al CSIC. Fisac construirá allí desde 1942 (el año de la capilla) hasta 1959, y levantará seis edificios, de los cuales sólo me ocuparé de dos. El estilo de todos ellos, excepto del último, es ese clasicismo italianizante, fascista, populista, fácilmente comprensible por ese generalísimo con espíritu de subalterno que agotó sus aspiraciones culturales escribiendo el guión de Raza. No obstante, los edificios, a segundo golpe de vista, excelen por la exactitud de sus propuestas, por la calidad de su construcción, por la radicalidad de su planteamiento. La iglesia: obviamente un boicot. Los arquitectos Arniches y Domínguez habían proyectado el auditorio que el CSIC necesitaba antes que nada. El proyecto se paró, después que éstos hubiesen conseguido levantar tres metros de muro de ladrillo macizo, de dos astas (unos 60 cm), probablemente. Portantes. Fisac los recoge y los levanta, tal cual, convirtiendo el auditorio en una iglesia. Los deja vistos al exterior y enyesados en el interior. Piedra en el suelo, probablemente sin forjado sanitario. No hace falta. Mobiliario bien diseñado. Pinturas horrorosas en las paredes, todas ellas bien conservadas (lo que significa que no hay humedades). Grandes luces, salvadas, todavía, en el sentido de la crujía corta: arcos de ladrillo de plano sin un gramo de hierro. En todo el edificio no lo habrá para la estructura. A partir del Teologado de los Padres Dominicos la girará 90º y allá se quedará hasta el final de su vida. Como hará, más tarde, Miralles.
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El Instituto de Microbiología: el cambio de paradigma. Una de sus obras mayores, para la que diseñará un tipo de ladrillo específico que usarán otros arquitectos insignes de su época. Preocupado por la relación del cerramiento no portante con las estructuras porticadas, Fisac criticará los muros de ladrillo de media asta (unos quince centímetros), monolíticos, sin cámara de aire, de ladrillo macizo enyesado interiormente, con una pésima respuesta térmica, y propondrá, en cambio, un ladrillo mecanizado, vacío, que pesa la mitad, trasdosado interiormente con un ladrillo plano de cinco centímetros con hoja de corcho o fibra de vidrio intermedia. Y estamos hablando de los años 50. La hoja exterior de ladrillo tenía un diseño específico, asimétrico, con una rebaba que cubría la junta de mortero y la hacía inalterable al tiempo y a la intemperie. Así, sólo se ve cerámica. Nada más que cerámica. Y los forjaditos que la sujetaban: estamos en la época del poco canto y la ausencia de las chapas de compresión, del hierro dulce y de los experimentos. La torre y las cajas de escalera, probablemente semiportantes, son de ladrillo macizo.
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El instituto de Química. Como la torre, hoja exterior de hormigón visto muy delgado, de unos diez o doce centímetros, armado a una sola cara como era de su gusto, plegado sobre sí mismo con el forjado en posición intermedia y asimétrica entre el pliegue superior y el inferior. La razón es muy sencilla: Debajo, la caja de persiana (enrollable de aluminio), encima, espacio para el radiador: gran parte de su obra se va a resolver así. La estructura puede estar en muchos sitios. En este caso: entre vano y vano, pilastras exteriores trasdosadas con los bajantes pluviales, añadidos a posteriori, exteriores completamente: fácil de mantener, ritmo vertical poderoso, líneas de sombras potentes. Lo podrían haber acabado ayer.
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El Centro de Documentación del Patronato Juan de la Cierva: fachada completamente plana, hormigón in situ, modelaje del encofrado aparentemente aleatorio de antepecho a antepecho. Gárgola superior como rebosadero de emergencia, rasgo característico del edificio al que se le ha confiado todo su aspecto. Una estructura inserta con todas las de la ley, protecciones solares, interiores, tan bien conservada como todas las anteriores.
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Posición de la carpintería:
Fisac engordará y adelgazará las fachadas a conveniencia, peleándose siempre con las mismas premisas: confort térmico, protección solar, y ese no sé qué que identifica cada edificio, cada usuario, que prima las visiones interiores, sensual, enigmático, poético, inspirado. Sólo con este rasgo, cualquiera de sus edificios cambia, aunque sea idéntico al anterior que a construido. Disculpadme: no recuerdo cómo son las de la iglesia. Muros macizos de ladrillo. Juventud. Serlianas al interior.
En el Instituto de Microbiología, las carpinterías salen fuera del plano de fachada. Éste se compone por los ladrillos especiales que ha diseñado, y es discontinuo. Por delante, el arquitecto dispone unos marcos de aluminio galvanizado (que podrían no ser suyos y ser producto de la restauración: lo que es seguro es que le han respetado la posición de las carpinterías, por tanto, lo que se pueda decir sobre ellos será análogo a lo que se pudiese decir de los originariamente diseñados, sea cual sea su material). Este marco es, probablemente, postizo, o retórico, o falso, según como se diga: en todo caso difícilmente será estanco. Así que, obligatoriamente, debería de aparecer algún artificio que, obviamente, funciona. El marco ha de ser grueso, muy grueso interiormente, para emboquillar los dos tabiques y proteger las dos hojas eficazmente.
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En el instituto de Química las carpinterías forman el plano interior de la fachada. Fuera, una línea de sombra. Fuera, la persiana, la protección solar. La fachada ha girado como un calcetín y ha quedado (con la ayuda del cielo raso y el plano virtual del radiador) en el interior.
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En el Centro de Documentación del Patronato Juan de la Cierva (ese facha espantoso) la fachada es plana. Si es plana es plana. Plana por dentro, plana por fuera: las carpinterías, enrasadas en el plano exterior llevan su protección solar embebida. El aislamiento térmico trasdosará el interior pegado a la fachada, y todo formará la primera banda del edificio.
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Ventanas corridas:
Todos los edificios estudiados la tienen, excepto la iglesia. Entiendo por ventana corrida un plano de luz continuo, horizontal, abierto a todo lo largo de un muro o de una fachada. Sea de la manera que sea. Sea el sistema constructivo que sea. Me di cuenta de esto gracias a la escuela Karl Johan de Goteborg, obra de Erik Gunnar Asplund, que salía en un libro que robé a un arquitecto que no se lo merecía y que conservo como una joya después de haberle roto el foro durante la fuga. Esta escuela es un edificio de muros portantes, caracterizado por una sucesión de ventanas completamente cuadradas enrasadas exteriormente entre vano y vano de ladrillo macizo, vanos de longitud más corta que las ventanas que enmarcan, de modo que el resultado final es un dominio del vacío sobre el lleno en la banda de las ventanas: las otras son macizas, sin más. Esto se contrapone a las espantosas ventanas-corridas-que-no-lo-son que demasiados arquitectos colocan hoy en día, consistentes en unificar carpinterías y paños macizos diferenciados mediante una pintura o un cambio de material de las fajas macizas horizontales: falsos. Asplund produce una ventana corrida precisamente, porque no esconde lo que es la pared. Lo la disfraza. Y, con este gesto, algún otro pudo inventar la ventana corrida de los cinco puntos. En fin: un sistema.

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E.G.Asplund, escuela Karl Johann, Göteborg: ventanas corridas en paredes portantes con machones más estrechos que los huecos


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E.G.Asplund, almacenes Bredenberg, Estocolmo: ventanas corridas en planta libre


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Rafael Moneo, viviendas en Ávila: ventana corrida a base de pequeñas ventanas muy juntas recortadas contra un muro.


La cúpula de la iglesia presenta una sucesión de pequeñas ventanas que la iluminan cenitalmente: sí, Santa Sofía es una precursora de la ventana corrida.
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En el Instituto de Microbiología: escuela Karl Johann de nuevo, a la Fisac.  
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En el Instituto de Química: las ventanas quedan interrumpidas por la estructura exterior, entre módulo y módulo, con una crujía corta que reduce al mínimo las luces portas y va bien para las largas. Líneas de sombra. Ventanas apaisadas y un dominio absoluto del vacío sobre el lleno en su bandeja horizontal, por 25 a 1. De todos modos, cajitas. Ritmo. Bajantes, añadidos a posteriori. Líneas de sombra. Pautas.
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En el Centro de Documentación del Patronato Juan de la Cierva, Fisac trabaja una ventana corrida perfecta: la estructura queda al interior, las bandas de hormigón son continuas y la carpintería enrasada con ellas. Bandas tersas sin sombra, perfectas.
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Texturas:
Todo material tiene textura. Hasta el hormigón con ceniza de Tadao Ando, pulido, con ese tacto asedado. Incluso la cerámica montada en seco, o los grandes paneles de acero inoxidable tersos como espejos la tienen. Fisac juega conscientemente con ellas a lo largo de toda su vida, hasta el extremo que sus épocas quedan caracterizadas por su uso. Empieza con ladrillo. Reviste tan poco como puede. Encuentra el hormigón, que encofrará primero con madera y luego con una lámina de polivinilo que sujetará de diversos modos: con listones de madera separados, con alambras, con cuerdas. Estos moldes, siempre iguales, que producen cada vez una pieza diferente y única, caracterizarán la última fase de su obra. Todo esto convivirá siempre con otros materiales que le gustan: los paños de pavés, los paños de mampostería que, trabajados con más o menos mortero, o armados, llegan a equipararse al hormigón, la madera algún muro-cortina excepcional… en el Viso no se encuentran paños de hormigón enmoldados con polivinilo, o los desconozco, pero el catálogo de texturas que se encuentra recorre toda su obra y permite hacerse una idea global del trabajo de este arquitecto.

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Fisac, ed. Dólar, 1976. Hormigón prefabricado encofrado con polivinilo, a base de un solo molde que también realiza la carpintería.

En el Instituto de Microbiología: Ladrillo. Ladrillo de dos tipos distintos: cuando éste es portante se trabaja macizo, en paredes de asta o asta y media. Las juntas de mortero tienen casi un tercio de la anchura del propio ladrillo, macizo y estrecho. La percepción de los muros se hace, pues, muy sensible a la distancia: cerca, cuando los podemos tocar, es basto, agresivo, con un punto salvaje. A media distancia la pared vibra, las esquinas se materializan, los pequeños agujeros apaisados y profundos le dan un aspecto tosco pero controlado. Vista de lejos es homogénea, sucia, compleja, y marca a la perfección el volumen del edificio. Su ladrillo especial cambia la junta morterada por una línea de sombra. Su plomo no es vertical, sino que está inclinado hacia dentro (por tan de solaparse mejor y que el agua resbale): el ladrillo queda más limpio, más naranja, más brillante, y la junta es casi negra. Las juntas verticales desaparecen y sólo se marca una sucesión de líneas horizontales cada pocos centímetros. De cerca aparece una intensa vibración. De más lejos se marcan las bandas de una manera muy potente. De lejos la pared vibra homogéneamente, y la escala del ladrillo queda muy bien marcada en relación a las fajas macizas y los forjados.
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La iglesia se trabaja con un ladrillo macizo pequeño, con junta marcada, produciendo el efecto que he explicado antes. El Instituto de Química dispone en fachada piezas de hormigón in situ o prefabricadas en obra, curvas, de manera que sus límites quedan difuminados. El mortero es de color gris claro, el encofrado de madera, tablones horizontales más o menos bien colocados, con una junta que nunca es perfecta. Esto da una cierta aleatoriedad que los difumina.
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En el Centro de Documentación del Patronato Juan de la Cierva el hormigón se trabaja de modo análogo al anterior, pero en bandas perfectamente horizontales, ininterrumpidas: rugosidad contra la tersura del cristal pautado por las carpinterías horizontales.
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La relación con la ciudad:
Fisac no parece sentirse demasiado cómodo en Madrid, ni en la ciudad en particular. Muchos de sus edificios se esconden tras vallas más o menos trabajadas. Otros, como la IBM del paseo de la Castellana, están directamente blindados: niegan la calle. Sus planos urbanísticos estarán basados en la casita y el huertecito, en el núcleo familiar aislado de los vecinos. Incluso muchos de sus edificios de vivienda especulativa se disponen de modo perpendicular a la calle, abiertos contra espacios de respeto sin tráfico a costa de perjudicar todavía más unos barrios sin cohesión social: nada que no hubiese inventado ya Movimiento Moderno. En la Colina de los Chopos empieza alineando la iglesia a la calle, gesto heredado del auditorio. De todos modos, el resto del programa y los otros seis edificios se mantendrán con esta alineación, y todo el plan urbanístico tendrá la directriz de la calle Serrano (norte-sur), disponiéndose ordenadamente y jugando con preexistencias como la propia Residencia de Estudiantes (desalineada). Ya fuera de la Colina, dispersos por el Viso, se dan los otros solares: el solar del Instituto de Microbiología es muy complejo, con alineaciones potentes dictadas por las calles Joaquín Costa y Velázquez. Allí, el edificio será una trinchera: forma una manzana y, dentro, se crea un microcosmos, un jardín aislado y separado de la calle por el propio edificio y por la sección, que lo deja unos metros más arriba. Los institutos cogen la dirección de la calle Joaquín Costa, y la explotan independientemente de su posición, quedando oblicuos respecto de las calles que se entregan. Las vallas se hacen imprescindibles. Los accesos se producen por placitas, y sólo estas enchufan los edificios con su entorno, de modo puntual. Como si fuesen saltos cuánticos. El Juan de la Cierva se alinea, de nuevo, con la calle, pero sin hacer ciudad: es la valla a quien se confía esta característica.

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IBM, la Castellana: el edificio atrincherado


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Algunas viviendas unifamiliares, como la suya, tendrán patios privados. Jardines. Jardín significa, etimológicamente, paraíso en persa: parece como si las ventanas sirviesen más para iluminar que para mirar.Cada uno de estos edificios merecería un análisis por separado. Me he dejado en el tintero algunos rasgos relevantes que los relacionan con otras obras del arquitecto, o que los caracterizan solas, o hasta los que forman, todavía más, familias entre ellos: rasgos como las cajas de escalera, que enseñan que Fisac tenía un edificio en la cabeza que repetía incesantemente. Rasgos como la cúpula de la iglesia, calcada de la de Santa Sofía de Istambul: si se hace pivotar la nave sobre ella misma tendremos otras iglesias del arquitecto, como la del Convento de los Dominicos. Si la nave se deforma en abanico asimetrizando las dos paredes tendremos Canfranc, Vitoria. Rasgos como las placitas de acceso, que tan sólo he insinuado. No hace falta. La idea es darse cuenta que, como arquitecto, se transformaba, usaba la cantidad de encargos que tenía para reflexionar sobre el paso del tiempo, de las técnicas constructivas, para depurarse, probar, experimentar: para tener algunos logros, para fracasar a veces. Para ser inconformista. Para ser arquitecto.
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similitudes

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placita de acceso al Instituto de Química, de buena mañana.


y ese no sé qué. Aquel no sé qué del que siempre hablaba. Un no sé qué que, insospechadamente, tuvo relación de edificio a edificio. Cada vez más suelto. Cada vez más doméstico, más económico, más automático y, simultáneamente, tan inspirado como el primer no sé qué más esforzado, más mecánico. Cada vez haciendo más con menos. Hasta el extremo que los usuarios lo notan y los últimos edificios (más blindados, más desconfiados, más esquemáticos) tendrán una domesticidad de la que estarán faltados los primeros: soltarse y ser, por fin, tu mismo. 
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