Se increpa sin fin contra las pasiones;
se les imputan todas las penas del hombre y se olvida que son también
la fuente de todos sus placeres. Sólo las pasiones, y las
grandes pasiones, son las que pueden elevar el alma a las grandes cosas.
Sin ellas no hay nada sublime ni en las costumbres ni en las creaciones. Su contención anonada la grandeza y la energía de la
naturaleza. Será, pues, una felicidad el estar dotado
de fuertes pasiones. Sin lugar a duda sí, siempre que todas se produzcan
al unísono. Estableced entre ellas una armonía adecuada y
nunca podréis apreciar desórdenes. (Diderot)
Proponerse la ruina
de las pasiones es el colmo de la locura. Triste proyecto aquél,
el de un religioso que se atormenta como un desquiciado para no desear nada, no apasionarse por nada, no sentir nada, y que finalizará convirtiéndose
en un verdadero monstruo si llegase a cumplirlo.
Las religiones invitan a lamentarse y atormentarse por ofender a un dios. ¿Y quién es, pues, ese dios?
¿Un dios lleno de bondad? ¿Un dios lleno de bondad encontraría
placer en el sufrimiento de los simples mortales?
Y nos hablan de la preparación para otro mundo, pero como nos conocemos y sabemos que fallamos al sucumbir a nuestras pasiones, vivimos y morimos con temor a lo que sucederá en el otro mundo. Habría bastante tranquilidad en este
mundo, si tuviéramos la completa seguridad de que nada hay
que temer en el otro: la idea de que Dios no existe no ha atemorizado jamás
a nadie, pero sí la de que existe uno.
Se me debe exigir que busque la
verdad, pero no que la encuentre. ¿Qué es un escéptico?
Es un filósofo que ha dudado de todo lo que cree, y que cree lo
que un uso legítimo de su razón y de sus sentidos le ha demostrado
como verdadero. Lo que jamás ha sido puesto en duda no puede
ser de ninguna manera probado. Lo que no ha sido examinado sin prevención
no ha sido jamás bien examinado. El escepticismo es, por consiguiente,
el primer paso hacia la verdad. Sería deseable que una duda
universal se propagase por la superficie de la tierra. “Por la razón
y no por la violencia es por donde hay que llevar al hombre a la verdad”. Gracias a la extrema confianza que tengo en mi razón, mi fe no está
a merced de los millones de payasos que pululan por el mundo.
No invito a nadie a que abandone su fe, cada quien es libre de atarse como quiera y a lo que quiera, libre de permanecer atado o liberarse, libre de apasionarse por la vida o vivir creyendo que su fanatismo es pasión.
El hombre es fanático por naturaleza; si ha crecido en un país pobre, suele poner sus esperanzas en un dios sobrenatural y todopoderoso; si procede de un país del primer mundo, lo más seguro es que su religión sea consumista y su dios el dinero. En ambos casos doblega sus pasiones en aras del dios al que obedece ciegamente. En mi vida he conocido pocos -demasiado pocos- hombres libres y muchos con la venda puesta.
He aquí la paradoja de las religiones que coinciden en hablar de unos pocos elegidos en medio de una multitud de llamados. Es paradógico que la inmensa mayoría de los hombres sean creyentes y sólo unos pocos lo pongan en duda; ¿Quizás serán estos últimos los elegidos?