Revista Vino
Isaac Balaguer, su barrio, su pastelería. No le conozco más que a través de lo que he comido de él, pero es un tipo que me cae bien. Sin fuegos de artificio, sin ruidos innecesarios, en una pastelería de barrio, con la única pretensión de hacer el trabajo bien hecho, con buenas materias primeras y el objetivo de "endulzar los momentos mágicos de la vida". Es un pastelero de escuela, que ofrece acabados discretos pero de gran calidad estética. El placer, como no puede ser de otra forma, empieza en la vista, sí, pero culmina en el paladar. "Xococrash" se llama el pastel que comimos en la última celebración familiar, y es un "semifreddo" de dos texturas de chocolate con crujiente de barquillo. Delirantes las tres capas del pastel en la boca: la inferior, base sólida del pastel, de barquillo casi crujiente. La central, el "semifreddo" con dos sabores de chocolate, suaves y delicados. La superior, con una gelatina de caramelo y fresa. Hay que conocer las sencillas y deliciosas cosas que hace este pastelero llamado Balaguer. De veras.
Necesitaba un buen argumento de chocolate para contrastar con una botella que nos había regalado un amigo de mi santa, Marc. Ya la etiqueta llamaba poderosamente la atención: Miquelius. Tinto 2005 bobal. Vino en estado puro. "Caramba", pensé, "y yo sin enterarme de qué es un vino en estado puro". El amigo había dicho "cuidado, que es un tinto dulce", como si fuera una rara auis. Y en la nevera se quedó hasta que llegó la ocasión que despertó al ladrón que llevo en mí...Indagué un poco: Bodegas Dagón, en la DO Utiel-Requena. Miguel Jesús Márquez, que estudió en Francia e hizo prácticas con Pierre Overnoy. Buena tarjeta de presentación, sí señor. Bobal de la finca de Los Pedriches (no sé la edad de las cepas, pero esa bobal parece vieja), a 800 metros de altitud, en tierra cultivada sin desherbantes químicos, productos fitosanitarios ni abonos químicos. Márquez se deja llevar por las lunas y no usa otra levadura que la del viñedo y la fruta. 14 meses de roble viejo francés para una sobremadurada bobal con un muy discreto azúcar residual. Es un vino especial, sin duda, de taninos recios y boca más bien aspera. No es un vino empalagoso, sino directo, contenido en alcohol (¡13,5%!), con cierto aire de taller de carpintería y acetaldehído, que no molesta para nada. Tiene el aroma del chocolate hecho con agua, sabe a pan de higos y posee un frescor grande. Compensa a la perfeccción la sedosidad del pastel porque este vino es, en el buen sentido del término, rústico. Habrá quien no me crea, pero a ratos casi me sabía a uno de los últimos LBV de Niepoort.
Sin saber qué vale, este vino me supo a * * ↑