Reinventar un mito, cambiarlo, mandar a la mierda el original y crear una joya no es nada sencillo. Además, explotar esa idea desde diferentes aristas, par de cortos y un largometraje, y autoreferenciarse con guiños entre unos y otros, merece respeto. Quizás ellos no sean los pioneros ni los inventores de la maldad de uno de los seres más bonachones de la historia; ya Futurama dio vida a un robot despiadado que en víspera del nacimiento de Cristo salía bazuca en mano para aniquilar a los niños malos, y Hollywood aportó lo suyo al espíritu navideño con Billy Bob Thornton. La novedad del Jalmari Helander es todo el universo que crean alrededor de Santa Claus, Father Christmas, Papá Noel, como usted prefiera llamarle.
Primero dieron vida a un maravilloso corto que promocionaba el negocio familiar: cazar a los padres de la Navidad no era tarea sencilla, mucho menos educarlos para que fuesen esos seres rebosantes de bondad. Siete minutos para colocar el primer ladrillo del universo Santa motherfucker. Luego vinieron las instrucciones para lidiar con estos seres especiales, segundo ladrillo que dejaba todo listo para la película, un largo de apenas 80 minutos. Por cierto, se llevó en Sitges el premio a mejor película, mejor dirección y mejor fotografía.
Alimentada de la religión pagana, donde el abuelo regordete es en realidad una suerte de demonio armado con ramas para azotar a los niños malos hasta dejarlos en carnes, Rare Exports: A Christmas Tales se divierte preparando un coctel con ingredientes que no suelen estar en un mismo trago: una línea de terror, tres piscas de humor, cuatro hojas de ambiente góticos, mucha nieve y un anciano desnudo, al menos para comenzar, todo visto desde los ojos del pequeño Pietari, un chico que no logra convencer a nadie de la existencia del Santa psicópata, entre ellos a su padre, asfixiado por la crisis económica que afrontan él y sus amigos.
La cinta no es perfecta, pero sus constantes bandazos entre géneros nos golpean exigiendo atención; quizás en eso base su éxito, no se queda solo con la buena idea, sino que además te zarandea a cada minuto al colocar una escena de terror donde debe ir una risa o con un gag desternillante en un momento de tensión, al punto de que no sabes por qué, pero todos los sentidos están en la pantalla. Además, el film logra jugar al mismo tiempo entre el lenguaje infantil y el de adulto gracias a el niño Pietari, que logra apelar a la nostalgia de los mayores y a la simpatía de los pequeños. Un facilismo bien llevado.
Aunque pierde un poco el espíritu de los cortos, ese sarcasmo sangrón y desagradable, sin piedad, y se lanza un poco más al lado comercial, con el claro objetivo de gustar, Rare Exports… es una joyita escandinava que necesita consumir todo cinéfilo freak, sobre todo si nunca has visto a más de 100 ancianos corriendo en cueros por la nieve.