Hace muuuucho mucho tiempo (tres días como quien dice), en un mundo muy lejano (la Tierra mismamente), había una sociedad que se inventó una forma rara de comunicación a distancia. La llamaron Internet.
Dentro de ese mundo de internet proliferaron todo tipo de actividades y acciones, desde sustituir la carta a la tía Jacinta por algo conocido como "correo electrónico", hasta crear una enciclopedia libre y colaborativa que llamaron Wikipedia. También desarrollaron programas para compartir archivos, los "p2p", de los que los más exitosos fueron el emule y el torrent y cuya principal característica, de la que venía su nombre genérico, era que permitían compartir contenidos entre usuarios finales, sin intermediarios, "par a par".
En poco tiempo las redes p2p crecieron como la espuma y millones de personas se encontraban compartiendo de forma libre contenidos principalmente culturales: música, películas, libros... Había unos a los que llamaban "uploaders" (subidores, para entendernos), que eran los que más activamente proveían de contenidos a las redes, pero todos colaboraban en su difusión y mantenimiento, porque los programas premiaban a los que más colaboraban y penalizaban a los que no lo hacían. La gente ya no dependía de que una editora decidiese publicar tal o cuál obra, o de que un programador viese negocio en poner tal o cuál película en un cine o en una cadena de televisión, se acabó el ostracismo al que los mercados habían condenado a determinadas zonas geográficas, de repente obras olvidadas volvían a ver la luz y se difundían a los cinco continentes.
Entonces los mercaderes de las industrias culturales empezaron a temer por su boyante negocio y comenzaron una cruzada contra las redes p2p, acusándolas de piratas y de querer acabar con la cultura. Pero hete aquí que para entonces esas redes de usuarios ya eran mucho más que eso, eran una comunidad. Ya no solo subían o descargaban archivos de forma individual, sino que habían creado foros, páginas web, blogs, se comunicaban entre ellos, se conocían e intercambiaban ideas, opiniones, formaban grupos... No sólo eso, sino que creaban contenidos, hacían prolijas entradas sobre las obras que se ofrecían, sesudos análisis sobre los autores, se establecían interesantes debates en los foros... Y más, se recuperaban obras que los mercaderes habían decidido no poner a disposición de los mortales, se hacían traducciones de subtítulos para que personas de todas partes pudiesen gozar de una película, se colaboraba entre gentes muy diversas en la obtención de materiales, el ripeo, la edición...
Ahí precisamente estaba la fuerza que los hizo invulnerables a todos los ataques que les vinieron desde los mercaderes: ya no eran sólo individuos, eran una comunidad. Millones de personas comprometidas en poner su tiempo, su esfuerzo y su trabajo desinteresado al servicio de una idea: hacer accesibles todos los contenidos culturales a todo el mundo, sin condiciones de origen, ubicación o capacidad económica. Algún loco llegó incluso a pensar en que eso era lo más parecido a la mítica biblioteca de Alejandría que podía imaginarse. Esa comunidad, que se creía solo virtual, insospechadamente llegó incluso a adquirir corporeidad en algún país de la periferia terráquea cuando el gobierno de turno intentó aprobar una ley que la intentaba perseguir, salieron juntos a la calle y dieron lucimiento a un anodino acto público.
Conviene señalar aquí que dos eran los pilares que sostenían la filosofía de esa comunidad: la voluntad de compartir y la absoluta carencia de ánimo de lucro, dos conceptos revolucionarios por mal vistos en la dirigencia de ese tiempo.
Pero entonces otros avispados mercaderes vieron todo aquello con ojos de avezado emprendedor, y donde había una comunidad ellos intuyeron millones de potenciales consumidores esperando el gran producto, el megaproducto: la des- carga directa. Pusieron en marcha empresas con servidores potentísi- mos donde la gente podía subir los archivos y todo aquel que quisiese, descargarlos a velocidades vertigi- nosas. Todo era mega: mega- velocidad, megacapacidad, mega- disponibilidad. Es cierto, se perdía la independencia de las redes p2p, donde los individuos no dependían de nadie y compartían directamente, pero quién se podía resistir a tanto mega... y además gratis, y además sin límites. Así, poco a poco la comunidad fue teniendo bajas y las huestes de la descarga directa fueron aumentando. Ahora ya sí, había subidores puros y otros que solo descargaban, en los foros fueron desapareciendo hasta los agradecimientos más mínimos, no había tiempo, todo era rapid-rapid-rápido...
Poco a poco esas empresas fueron descubriendo su verdadera cara y empezaron a entorpecer las descargas gratuitas: tiempos de espera cada vez más largos, códigos de reconocimiento, limitaciones de cantidad de megas descargados... Su objetivo: que la gente pagase por descargar. Y lo consiguieron, mucha gente empezó a comprarles cuentas premium para poder tener todo ya, abandonando lo que hasta entonces había sido su proyecto por viejo y lentoooooo: el p2p. Después, algunas empresas convirtieron a los usuarios también en negociantes, ofreciéndoles dinero en función de la cantidad de descargas que tenían sus archivos. Para entonces el ambiente en muchos foros estaba ya bastante enrarecido: robos de enlaces, denuncias entre usuarios... Sí, el capitalismo se había infiltrado en la comunidad y había impuesto su ley.
A partir de aquí es historia reciente y por tanto conocida. El FBI de la potencia planetaria llegó para completar el trabajo, detuvo a un multimillonario gordo y chabacano dueño de Megaupload, la mayor empresa de descargas de la humanidad, y le cerró la página. Éste por otra parte debe andar mondándose de la risa viendo cómo salen fervorosamente en su defensa algunos de los otrora radicales anticapitalistas de Anonymous, o cómo en un foro de la policía de ese país periférico que mencionábamos antes se rasgan las vestiduras. En pocos días todas las páginas de descarga directa empiezan a quitar una tras otra todos los enlaces a archivos de obras culturales y así, en cuestión de horas, lo que se había tardado años en construir se disuelve como un azucarillo.
En el día de hoy se puede decir que la humanidad ha vuelto a la prehistoria y que como entonces, conseguir ver una película de Dziga Vertov, por decir algo, es una azar que depende de la voluntad de otros y de la rentabilidad que pueda haber detrás de ello.
El futuro evidentemente es imprevisible, aunque es de suponer que la maquinaria del dinero tendrá previsto un sustituto rápido, quizá legal y seguro más caro, para llenar el enorme hueco de negocio dejado por las páginas cerradas y que sirva para saciar la avidez de consumo que han sabido generar una vez más. La incógnita es si todavía está latente esa potente comunidad que se creo en torno a las redes p2p, si será capaz de sacar sus propias enseñanzas de lo sucedido en todo este tiempo, recomponerse y dar la espalda a nuevos agentes externos que pretendan conducirla por el camino correcto... para ellos.
Vosotros, queridos lectores planetarios, la mula, el torrent, o lo que queráis inventar, diréis...
Pd.: Una nota para los autores, que igual por aquí pasa alguno. Quizá convendría también pararse a pensar, ser inteligentes y colaborar en la posible construcción de esa comunidad...