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Yo espié a Rommel: Cinco tumbas al Cairo. Esfuerzos de guerra para Billy Wilder y Erich von Stroheim en Cinearchivo

Publicado el 19 mayo 2011 por Esbilla

Yo espié a Rommel: Cinco tumbas al Cairo. Esfuerzos de guerra para Billy Wilder y Erich von Stroheim en CinearchivoSigue la intensa actividad Cinearchivera de este mes con la primera entrega del Integral dedicado a la carrera del gran Billy Wilder, abarcando esta entre su primera tentativa como director en 1933, rodando en Francia la comedia Curvas peligrosas, hasta ese singular biopic sobre Charles Lindberg que fue El héroe solitario ya en 1957, único encuentro, además con James Stewart. My aportación al estudio se centra en la segunda realización hollywoodiense del austriaco en 1943, el film de espías Cinco tumbas al Cairo, que aparte de reformular el original Hotel Internacional en el cual se basa acercándolo a la comedia cínica, supuso el encuentro entre Wilder y su admirado Erich von Stroheim, al cual recupera aquí para el cine ofreciéndole la posibilidad de revisar irónicamente su sempiterna caracterización de prusiano sofisticado y cruel. Una joyita muy divertida, que incongruencias aparte, supone un original acercamiento a la propaganda bélica de los 40:

Especial Billy Wilder I

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Cinco tumbas al Cairo:

“El Billy Wilder que no encontramos en Cinco tumbas al Cairo es aquel preocupado por encontrar su sitio como director en al industria, necesitado, por tanto de encadenar un éxito tras otro dentro de los moldes presupuestarios que se le ofrecían a un director de poca experiencia pero que ya había apuntado su potencial en la anterior El mayor y la menor (1942), nada menos que una comedia al servicio estelar de Ginger Rogers que el austriaco había personalizado maliciosamente. Algo similar ejecuta con este segundo trabajo hollywoodiense de 1943. Retomando una obra teatral del húngaro Lajos Biró escrita como Hotel Imperial en 1917 con el fondo de la Gran Guerra como escenario dramático, ya adaptada en 1927 con ese mismo título por Mauritz Stiller y protagonismo para la legendaria Pola Negri y más tarde, en 1939 por Robert Florey con pareja estelar a cargo de la hoy olvidada Isa Miranda y el esplendido Ray Milland después de una accidentada pre-producción que incluyó los nombres de Marlene Dietrich, Henry Hatahaway y Margaret Sullavan, todos abandonando el proyecto por un motivo u otro. Wilder y su mano derecha en aquel tiempo Charles Brackett recogen el material original y lo manipulan, apartando el melodrama (incluso se permiten frivolizar vitriólicamente con esta naturaleza en un genial diálogo expresado por von Stroheim) y desplazando el protagonismo de la trágica camarera en busca de venganza hacia una ingenioso suspense lleno de humor mordaz y sorpresivo giro dramático, como pretendiendo decir que la película es una aventura ligera pero que la guerra auténtica que se libraba en Europa no era
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ninguna broma. Y es que este trabajo no deja de ser una producción de «esfuerzo de guerra», realizada sin duda de modo menos obvio, menos subrayado con un Wilder sorteando inteligentemente los lugares más comunes (la historia de amor bien poco rosa en primer término) e incluso permitiéndose jugar con las expectativas del público a través de la presentación de unos personajes (supuestamente) villanescos perfectamente matizados.
 A este punto colabora esencialmente la brillante intuición del director ale encargar a su admiradísimo Erich von Stroheim el papel clave del Mariscal Rommel (desde ya: nada tiene que ver con el histórico, su nombre está tomado por pura resonancia mítica) con la intención de que el genial cineasta aclimatase aquella sempiterna caracterización de oficial prusiano cruel, sádico y vicioso que durante el silente le convirtiera el «el hombre al que amas odiar». La película sin von Stroheim en pantalla es un entretenimiento vivaz, espléndidamente dialogado y ágilmente dirigido, con el peso humorístico sobre los histriónicos hombros de un Akim Tamiroff a sus anchas como director de un destartalado hotel en el medio de la ruta hasta El Cairo, pero con él centuplica su impacto transformándose en un film sinuoso y casi maligno. Su Rommel es
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magnético, fascinante y complejo al extremo en cuatro trazos, von Stroheim (¿Wilder mediante o él mismo se dirigió?) matiza su imagen, juega con ella y el director lo potencia. En un detalle memorable de puesta en escena Wilder alarga el suspense de su presentación encuadrándolo de espaldas a la durante un largo parlamento, la cámara cada vez cierra más el plano hasta que solo su nuca y su voz ocupa la pantalla. Al igual que Cary Grant (el actor que Wilder deseaba como héroe aquí, por cierto) en Encadenados, aquello es suficiente para imantar la imagen, aquel cráneo rasurado, aquel uniforme, habían estado tanto tiempo en el imaginario colectivo de los espectadores que no hacía falta más, cuando se da la vuelta (justo al pronunciar su nombre) no es difícil imaginar un escalofrío en los cines de 1943, el mal mismo había vuelto. (Nota bene: es curioso como, con gran inteligencia y gusto similar, Martin Scorsese alarga la espera para ver en pantalla el rostro de Jack Nicholson durante el sensacional inicio de Infiltrados) (…)” continuar FichaFilm.asp?IdPelicula=351&IdPerson=16152
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