Confieso que cuando alguien me apunta con una cámara, es peor que si lo hiciera con una magnum del calibre 44. Odio que me fotografíen. No sé posar, mi cara se transforma en una mueca que no corresponde con ningún gesto propio o natural, y sufro horriblemente queriendo colocarme pelo y michelines. No hablemos de las arrugas cuarentañeras de las que disfruto. Un calvario.
Pero la fotografía, ese arte mágico, tiene sus contradicciones. La primera vez que me ví obligada a hacerme una foto a mí misma, temblé de pánico escénico. Cual sería mi sorpresa, cuando al situarme delante de la cámara, disparador remoto en mano, una ligereza desconocida invadió mi cuerpo y mi mente, y comencé a apretar frenéticamente el mando. No tenía a nadie delante de mi, únicamente el objetivo de mi cámara, y caí en la cuenta de que podía hacer lo que se me antojara sin que nadie me lo reprochase, desde muecas infantiles, a intentar poses de modelo. Resultado: disfruté como una loca.
El selfie (de nuevo un anglicismo, estos fotógrafos están todos locos) o autorretrato es un ejercicio fotográfico casi imprescindible y sobre todo, muy recomendable por diversas razones:
1.- Se dispone de un modelo siempre a nuestra disposición: uno mismo.
2.- Empatizamos con el que normalmente está del otro lado: nos ponemos en el lugar del modelo.
3.- Ensayamos poses que podemos guardar como futuras referencias para nuevos retratos.
4.- Trabajamos diferentes aspectos de la técnica fotográfica: manejo de la luz, pruebas con distintas profundidades de campo y velocidades de obturación, uso del trípode y del mando remoto…
5.- Desarrollamos nuevas composiciones y por lo tanto nuestro potencial creativo sin ningún juez a la vista, más que nosotros mismos.
6.- Antes de que nadie las vea, ya esconderemos ligeramente esas arruguillas durante el proceso de edición (ligeramente, tampoco es cuestión de aparentar 10 años menos, sino de sentirse un poco más favorecido).
¿Qué método utilizar para la práctica del autorretrato?
Como siempre, cada uno puede utilizar el que más le convenga o más se adapte a sus posibilidades. Detallo a continuación las etapas que yo sigo:
1.- Preparo el “escenario”. Un lugar con buena luz natural matizada es esencial. El uso de reflectores también es importante. Dejo cerca de mi todos aquellos “complementos” o “props” que me puedan servir.
2.- Sitúo trípode y cámara delante. Un buen trípode estable es importante. Activo en mi cámara la función de disparo con mando y un retardo de 2 segundos (así me da tiempo a esconder el disparador en la mano y que no salga en la fotografía). Por cierto, tengo dos disparadores remotos que compré en eBay a un precio irrisorio.
3.- Coloco al sufrido “Sinforoso” (un enorme oso de peluche de cuando mis hijos eran pequeños) en el lugar que yo me voy a situar, y preparo mi cámara. Ajusto sensibilidad, velocidad de disparo y apertura de diafragma ( procuro utilizar una apertura media, para que no me quede nada desenfocado).
4.- Quito a “Sinforoso” y me coloco yo en su lugar. Importante: el disparador remoto en la mano. Compongo la pose y disparo.
5.- Al cabo de un rato empiezo a desvariar y río como una loca de mis propias tonterías.
Por último, me gustaría recomendar el trabajo de una fotógrafa excepcional. Para mi, una de las reinas de los selfies: Julia Dávila. Si queréis ver su trabajo en Flickr, podéis pinchar aquí.
Si alguna vez habéis sentido que la cámara era vuestro peor enemigo, probad a practicar con los selfies o autorretratos. Veréis la diferencia.
Próximo post: Magia a un par de clicks, Fotos vintage con el modo de mezcla Exclusion.