Revista Coaching

Z de ZEN

Por Maria Mikhailova @mashamikhailova

SP_VintageFlorals_Alpha_z

La Z. Última letra del abecedario. Confieso que el experimento que en un inicio no sabía por dónde iría enfocado, ha resultado interesante y bastante fructífero. Muchos artículos que llegué a escribir tuvieron que ver con mis vivencias personales en un momento determinado. Como la F de Fé, cuando me encontraba buscándome en un país extraño como Holanda, preguntándome cuál debía ser mi camino. O la C de Cambio, pues es justo como me encontraba en aquel entonces: llena de dudas y con la necesidad de cambiar algo en mi vida. No he dejado de tocar temas propios del conocimiento védico como las 3 gunas de la naturaleza material, el karma, el universo o el ser humano. Pero la mayoría de mis artículos trataron siempre la parte más práctica y cotidiana que nos toca enfrentar día tras día: el miedo, la gratitud, el dinero, la salud, las emociones.

La Z no podía ser menos que una conclusión a todo lo anterior, una especie de resumen que para mí es la clave para conseguir la ansiada felicidad. Si el inicio de todo es el amor – y no sólo el que se da entre seres queridos como la pareja o la familia, sino amor con mayúsculas, amor altruista, muy poco común pero de una fuerza enorme -, el fin último de nuestro camino es la paz, es la tranquilidad, es el estar a gusto con uno mismo. Mientras el amor es la chispa que lo enciende todo, que le confiere sentido a las cosas, que nos dota de actividad para iniciar un proyecto, darle valor a una idea, hacerla realidad; la paz es algo que siempre necesitamos para tener salud, para estar bien aquí y ahora.

¿Pero qué es eso del Zen? ¿El monje budista en posición de meditar? ¿Un jardín japonés de piedras y estanques de ondas tranquilas? ¿Una montaña, un bosque, un amanecer en el mar? ¿El yoga, los mantras, el incienso? Para mi zen significa paz. No puedo dejar de pensar en el magistral Eckhart Tolle y su libro que me marcó: El poder del ahora que podéis leer aquí. En este libro el autor nos habla de la gran diferencia entre la felicidad y la paz. Nos dice que la felicidad que todos buscamos es casi siempre un sentimiento de alegría, de plenitud, de sentirnos activos, con ganas de hacer cosas… por eso la coloca un escalón por debajo de eso que llamaríamos zen. Así, la muerte de un ser querido o la pérdida de un trabajo nos arrebataría la felicidad de un golpe, no podríamos sentirnos alegres ni plenos… al menos en los primeros momentos. Pero hay algo que sí podemos encontrar incluso en los momentos más difíciles de nuestra vida: la paz. Y la paz o el zen no es otra cosa que la aceptación. Aceptación en el sentido de aceptar el presente o aceptar aquello que no podemos cambiar – no debería confundirse con resignarnos a hechos desagradables que sí podemos cambiar –. La aceptación es simplemente dejar que una situación que no está en nuestras manos suceda. No debe confundirse con la inactividad frente a un hecho que nos produce daño.

Recuerdo todavía la sensación que tuve hace algún tiempo, en la sala de espera de una consulta médica. Recuerdo el nerviosismo, la angustia que me transmitía el tener que sentarme allí y esperar, pensando en que tal vez los resultados de un análisis no fueran demasiado buenos. Veía a los demás pacientes charlar o leer libros y revistas, mientras que yo no era capaz de concentrarme en nada. Me sentía incómoda y empecé a preguntarme. ¿Por qué me siento así? Tengo miedo. ¿De qué tengo miedo? De un resultado negativo de mi análisis. ¿Y por qué le tengo miedo? Porque me haría la vida más difícil, me traería problemas. ¿Y qué si lo hace? Que no sería igual de maravillosa y perfecta. Y fue ahí donde por primera vez me di cuenta de cuál era en el fondo mi verdadero problema: no me aceptaba como era, por eso tenía miedo. No me aceptaba con mis problemas, pequeños y grandes, con mis defectos y mis debilidades, con mis errores, mis imperfecciones, con mi salud y mis enfermedades. Acéptate, acepta cómo eres, acepta aquello que hay en ti aunque no te guste, aunque no te haga la vida más fácil, decía mi voz interior. Y poco a poco me fui tranquilizando. Me fui dando cuenta de que si me aceptaba tal como era, nada podía darme miedo. Al final la que me daba miedo era yo misma… ¿y hay acaso mayor miedo que éste? Podemos esquivar situaciones, olvidar ciertas cosas, dejar de lado a determinadas personas, pero lo que nunca podremos eludir es nuestra propia existencia ni nuestro propio ser. Amaranos y aceptarnos era la clave.

Así entiendo el concepto del zen: la paz que sólo llega cuando nos aceptamos. Es verdad que el mundo exterior nos grita constantemente que debemos progresar, mejorar, aprender, hacer esto y lo otro, ascender, competir y ganar, ser el mejor, vendernos y convertirnos en líderes. Y lo cierto es que hay personas a las que esta actitud les sienta como el anillo al dedo. También es verdad que una vida sin un propósito ni ganas de mejorar se convierte en una existencia pasiva donde nos olvidamos de nuestros sueños y nos dejamos llevar. Pero la clave está en aceptar el proceso en sí, en disfrutar de él por difícil que nos parezca. Si no somos aún lo suficientemente buenos o no hemos conseguido esas ventas marcadas o no hemos podido mejorar nuestra comunicación de pareja o con los hijos… aun así debemos seguir queriéndonos, respetándonos, aceptándonos.

Volviendo al libro del Poder del ahora, hay algo grande que aprendí de él (y que por desgracia no siempre pongo en práctica): la negación es nuestro mayor enemigo. El que niega es siempre la mente. La mente es un ente inquieto que, cual niño caprichoso, se aburre con facilidad y por ello maquina constantemente, viaja sin cesar: pasado, futuro, situaciones que podían haber ido de tal manera o que podrían ser de tal otra manera mañana. Es muy simple darse cuenta de ello. Si pretendiéramos dejar nuestra mente en blanco en este mismo instante y no pensar en nada, veríamos cómo al poco tiempo algún recuerdo, una frase, palabra, visión o una situación imaginaria futura… se nos viene a la mente. Es así: la mente nunca descansa, tan sólo cuando dormimos le damos un pequeño respiro y eso si no soñamos compulsivamente. El caso es que la mente no existe en el presente, porque si tratamos de aprehender el presente, este preciso instante, nos dejaremos llevar, saborearemos las sensaciones, las emociones, pero no las estaremos juzgando ni analizando, sino que simplemente seremos uno con nuestro ambiente, nos fundiremos pacíficamente con la naturaleza, con los demás y sencillamente seremos.

Así funciona la vida de los animales en los que la mente juega un papel muy pasajero. Ellos no se inquietan porque sí, sino cuando realmente hay un peligro delante. No se estresan, porque su mente no maquina situaciones ni crea problemas donde no los hay. Como decía un médico tibetano: nos inventamos los problemas, pues si tienen una solución, dejan de ser problemas y si no la tienen, tampoco lo son. Vivimos con miedo porque nuestra mente se anticipa de modo negativo al futuro, vivimos con ansiedad porque nos creamos necesidades que no abarcamos. Y el verdadero problema aquí es que no sabemos disfrutar del momento, no sabemos desconectar la mente aunque sea unos 5 minutos al día. Es el poder de la meditación que tanto nos cuesta a los occidentales.

Así pues, la mente niega el presente, porque en el presente no ocurre nada que se pueda imaginar o recordar, la mente apenas tiene utilidad en el momento presente, salvo en actos automáticos o creativos. La creatividad es su verdadero valor porque sólo surge en el presente. Es un impulso en el que nuestra mente se funde con el presente y nos dota de una fuerza superior, nos hace sentir plenos y felices. En la inteligencia emocional esto se llama el flujo creativo, cuando podemos crear sin parar, cuando nos sentimos a gusto con lo que hacemos y no padecemos ni frío ni calor , ni sed ni hambre. El tiempo deja de existir, sólo existe el presente. Este es el verdadero valor de aceptar el presente. Al negarlo, nos recreamos en mundos pasados o imaginarios, para escapar de nosotros mismos, para maquillar nuestros miedos e inseguridades.

Sea lo que sea lo que nos ocurra en estos momentos, sea bueno o malo, alegre o triste, sencillo o complicado, acéptalo. Este momento transitorio que es todo lo que tenemos ahora, nuestro presente, es la clave. No podemos controlar lo que pasará mañana ni cambiar una situación del pasado, lo único donde tenemos verdadera fuerza es el presente. Aceptarlo – que no resignarnos – es lo mejor que podemos hacer.

Aceptarse es reafirmarse. Aceptarse es no tratar de perseguir una meta de forma desesperada. Es ir despacio, es ir paso por paso. Aceptarse es disfrutar del momento, disfrutar de uno mismo. Es reconocer que no tenemos el poder sobre todas las cosas. Es reconocer nuestras debilidades y errores. Es ser felices con uno mismo y aceptar a los demás. Esto es el zen, la paz, nuestro camino.

Hoy vuelvo a Madrid en tren después de un corto viaje. Finales de marzo, un día gris. Mi futuro es más incierto que nunca: no sé dónde voy a vivir en los próximos meses (sencillamente no tengo una casa propia o de alquiler), no tengo un trabajo estable, estoy tratando de aprender cosas nuevas, tengo varios proyectos entre manos, algún que otro curso a la vista. Tengo una meta, qué duda cabe, pero la situación de inestabilidad actual no es fácil de aceptar, no es una situación cómoda, tanto desde el punto de vista económico como emocional. Sí, en este extraño momento de mi vida no estoy sola, me acompaña alguien cercano en quien puedo confiar y con el que comparto mi trayectoria, y el apoyo en situaciones así es vital. Pero pese a todo he conseguido una cierta estabilidad mental: de acuerdo, no tengo casa y tengo que moverme con la maleta a cuestas; bien, no sé en qué país del mundo viviré el mes que viene ni por cuánto tiempo; vale, no tengo un trabajo a la vista ni sé cuándo podré tenerlo ni dónde… pero todo esto no quita quién soy ahora, no me hace menos maravillosa, menos libre, menos yo. El éxito y la libertad son ante todo conceptos muy relativos. Y me toca ir readaptándome conforme las circunstancias cambian.

Dicen los Vedas que hay dos cosas en constante antagonismo: nuestra mente y nuestras circunstancias. Tenemos dos opciones: esperar a que las circunstancias sean óptimas para ser felices, pero entonces estaremos a la merced de éstas; o ser felices ahora, de modo que las circunstancias se tengan que adaptar a nuestro estado emocional. O como dice una frase de ésas que se comparten por Internet: Cuando las cosas mejoren, encontraré la paz vs. Cuando encuentre la paz, las cosas mejorarán. Porque la felicidad no es algo casual, fruto de las circunstancias externas como un trabajo bueno, un día soleado o un nuevo amor. La felicidad no es un sentimiento, es una decisión.

¡Que seáis muy felices, queridos lectores! Y aunque todo lo que haya dicho lo habréis oído miles de veces, seguro que habrá un momento en el que tras oír lo mismo por enésima vez, algo cambie para vosotros. Puede ser hoy, tal vez mañana o quizás nunca, no en esta vida al menos. Sea como sea, gracias por leerme, por compartir conmigo este camino tan personal y tan valioso. También os iré informando del libro que estoy preparando con la ayuda de un amigo para que todos tengáis vuestro Diccionario de la felicidad en PDF, incluyendo imágenes inspiradoras y frases célebres.


Volver a la Portada de Logo Paperblog