M.C Escher (1898-1972) “Sky and Water II”, 1938.
La primera acepción del adjetivo volátil refiere a algo que “vuela o puede volar”. ¡Vaya si aplica al contrastaste año 2018! No me refiero a volar en el sentido virtuoso que nos remite a las alturas sino a volar en trozos que caen dramáticamente por efecto de la ley de gravedad.
El mundo se enrareció y nosotros abrazados a distorsiones históricas, también. Pensamos que por primera vez la economía argentina crecería por dos años consecutivos y en la práctica no pudimos romper el hechizo. El crecimiento de 2017 fue seguido por un año contractivo, típico sube y baja alternado que nos acompaña desde hace una década. Creímos que podríamos seguir contando con financiamiento para seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades y terminamos enfrentados con la imposibilidad evidente de hacerlo. En otra dimensión quiso el destino que Boca y River sean finalistas de la Copa Libertadores de América pero no fuimos capaces de organizarlo y disfrutar el evento en nuestra ciudad. Al mismo tiempo, en la misma ciudad sorprendimos al mundo con la organización impecable de la cumbre del G-20. Finalmente, y desde lo más profundo: no alcanzó la abstracción de los colores verde, naranja y celeste para encontrar un lenguaje, un espacio, un mínimo entendimiento común, inter-personal, inter-género, inter-religioso, inter-generacional acerca de qué significa defender el derecho a la vida.
Estos son apenas algunos rasgos del año que estamos terminando. Seguramente soy selectiva, y claramente subjetiva. Imagino que ustedes están pensando, mientras leen, en muchas otras paradojas. Sean cuales sean, la conclusión me parece que no cambia, es generalizada: Creo que recordaremos el año 2018 como el año “de la volatilidad”, el que nos entusiasmó, el que nos decepcionó, el que nos encontró una y mil veces, pensando que volaríamos en mil pedazos.
Santiago Kovadloff, el hombre sabio para quien la palabra escrita y dicha fluye curiosamente con igual lucidez y elegancia, abordó la problemática del fracaso en su columna del pasado 30 de Septiembre en La Nación. En uno de sus párrafos dice: “(...) no nos equivocamos porque cometemos errores sino porque somos un error (...). Y ello es así porque el desajuste entre la palabra y la realidad es inevitable. Las cosas no caben por entero en lo que de ellas decimos. (…) Pero de la comprensión y de la aceptación de esa misma disonancia básica entre palabra y realidad, podemos extraer un repertorio considerable de ideas y oportunidades que ayuden a impedir que el fracaso, en eso de dialogar y vincularnos mediante interpretaciones, no esté esperando a la vuelta de la esquina”.
Me permito extraer y elaborar sobre la última oración: Me ilusiona pensar que no nos dejaremos llevar por el sabor amargo de un año volátil, ya que eso significaría que estamos inevitablemente ante un fracaso, el fracaso que sobreviene al convencimiento de que no se pueden superar los obstáculos con los que nos topamos. En cambio, en el nuevo año que estamos a punto de iniciar propongo aceptemos las disonancias, generemos consensos en la búsqueda de la verdad y en el reconocimiento mutuo, encontremos ideas y oportunidades enriquecidos por la opinión del prójimo, dialogando y construyendo puentes de confianza. Estoy convencida: No tendremos chances de superar la volatilidad y transformarnos en una sociedad sustentable sino partimos de una construcción colectiva y, fundamentalmente, diversa. De lo contrario… me temo caeremos en la cuarta acepción del adjetivo volátil. “Dicho de un líquido: Que se transforma espontáneamente en vapor”.
Sabemos de lo que somos capaces individualmente. Brindo porque seamos capaces de multiplicar esas capacidades juntos. ¡Feliz 2019 🍀!