Revista Cocina

8 desventajas de ser vegetariana

Por Maria Mikhailova @mashamikhailova

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¿Qué tal chicos? Aquí sigo pensando en nuevos contenidos para el blog, aprendiendo cosas interesantes, descubriendo nuevos bloggers que aportan muchísimo valor y pensando en un curso muy interesante que pienso realizar en los próximos meses que ya os iré contando. Pero mientras tanto, voy a ir sacando a la luz algunos temas que tenía pendientes de hace tiempo.

Para empezar, quiero anticiparos que en ningún momento este artículo pretende convencer a nadie de las ventajas del vegetarianismo ni busca “convertir” a nadie. Todo lo contrario: había pensado que escribir un artículo llamado “las ventajas de ser vegetariana” podría sonar un poco prepotente, pues como muchos sabéis, algunos que se suben al carro de cosas “new age” o vegetarianismo tienden a creerse mejores que los demás y cosas por el estilo. Y aunque los Vedas profesan el vegetarianismo en su acepción más estricta –el llamado lactovegetarianismo–, yo sigo consumiendo huevos y tomando sustancias “antivédicas” como el vino o el café (aunque en cantidades muy moderadas).

Por eso creo que hablar de las desventajas es más apropiado: simplemente os cuento mis pequeñas “batallas” diarias a las que me enfrento en un mundo donde los vegetarianos aun somos poquitos y, en algunas partes del mundo, como veréis más adelante, casi unos desconocidos. Por favor que nadie se sienta ofendido, que el artículo está escrito en clave de humor y basado única y exclusivamente en mi experiencia propia.

1. La incomprensión de la familia. Al principio es un auténtico choque frontal. ¿Cómo? ¿Vegetariana? ¿No vas a comer carne, pescado, marisco? Bueno, el marisco no lo comía ni antes de tomar la decisión, pero a la vista está que “nada de carne ni pescado” suena un poco drástico para una familia amante de la buena comida tradicional, tanto rusa, como armenia o española. Mi padre, sin ir más lejos, incluso pasados los años, sigue tratando de convencerme de que me coma un buen filetito de vez en cuando. Y es que todos están preocupados por mi salud, a pesar de que las analíticas me están saliendo bastante mejor que antaño (ver punto 5).

2. La eterna pregunta del “¿por qué?” Sí, no son solo los familiares directos los sorprendidos por mi “extraña” decisión. La gente que aun me conoce poco o que acabo de conocer suelen hacer esa pregunta, quien más, quien menos. Mmm, ¿cómo explicarles? A unos les digo que nunca me ha gustado la carne (gran verdad y la base de mi elección alimentaria). A otros les añado la excusa de que no comer carne me resulta más sano (una idea cada vez más aceptada en nuestra sociedad). A terceros les comento mi búsqueda espiritual y hasta temas del karma y los Vedas. Otras veces doy todas las razones juntas y en contadas ocasiones simplemente me libro con un simple “me siento mejor así”. Lo cierto es que cada vez que surge la pregunta, mi rostro dibuja una sutil sonrisa, a la espera de ver qué excusa sentará mejor esta vez.

3. Comer en restaurantes típicos o de bajo presupuesto. Así es. He vivido dos años y medio fuera de España, época que coincidió con mi inicio del vegetarianismo, países que si bien son muy amantes de la carne, especialmente del cerdo, sí tienen más asumido el tema de una alimentación ecológica, bio, etc. De ahí que no había tenido muchos problemas para comer en restaurantes allí, ya que siempre había al menos un par de platos de verduras, ensaladas o pasta, apta para vegetarianos. Pero al volver a España, al intentar ir a restaurantes típicos, de esos que te ponen “menuses” –jeje tenía ganas de decirlo así, parodiando a uno de los personajes televisivos– a 10 euros, muchas veces he tenido que desistir o conformarme con una aburrida ensalada mixta, mientras contemplaba con cierta envidia cómo los demás comensales devoraban sus gambas al ajillo, su salmón a la plancha o el rico jamoncito serrano. No, no es que deseara comer todo aquello, de verdad, no tenía ni la menor gana, pero es que estaba pasando un poco de hambre a base de lechuga y pan.

En cuanto al archiconocido Vips, la opción más socorrida si no quieres arruinarte cenando, tengo mi elección preparada de antemano: verduritas congeladas a la plancha, lasaña de verduras congelada o la sempiterna ensalada Siciliana, que es la opción que casi siempre elijo.

4. Planificar comidas conjuntas con los “carnívoros”. Y comidas conjuntas incluyen todo tipo de fiestas, celebraciones, incluso bodas. En una recuerdo que se me pasó recordar a mi amiga que era vegetariana y tuve que contentarme con una ensalada rancia; eso sí: ensalada más un postre de lo más delicioso.

O simplemente las comidas diarias. Mi marido come carne, toda mi familia, mis suegros, casi todos mis amigos. Ahora toca innovar, pensar en platos normales y platos especiales para mí y si cocino yo, convencerles de que lo que preparo está rico –¡y conseguirlo, que es lo más difícil!—. Aunque como dice otra amiga mía vegetariana: «es mi cumpleaños, cocino yo y por tanto sólo habrá platos vegetarianos». Cosa con la que estoy al 100% de acuerdo.

5. La salud: el eterno dilema del vegetariano. Y no es ninguna broma. Todos sabemos que al dejar de ingerir alimentos de alto contenido en hierro y proteínas, nuestras defensas pueden bajar, podemos sufrir falta de hierro o incluso anemia, nos faltarán en alguna medida las vitaminas de la categoría B, ácidos grasos, Omega 3 y muchos otros. De ahí que me tenga que realizar cada 6 meses una analítica de sangre para asegurarme de que todo va bien, cosa que no me gusta en absoluto, porque eso de que me saquen sangre me marea bastante, pero de tanto hacerlo, creo que me he vuelto inmune a ese miedo psicológico que tengo a las agujas.

Los complejos vitamínicos, por su parte, se han convertido a partir de ahora en mis grandes aliados. Siempre estoy tomando alguna vitamina adicional: sea hierro, el Omega 3 o todo un compendio de vitaminas de golpe.

6. Algunos platos siguen teniendo un sabor sospechoso a carne. Algunos me tachan de maníaca en este aspecto. Pero el caso es que alguna vez, te guste o no, terminas por comer algo de pescado o carne, sin que seas consciente de ello. En algunos restaurantes he tenido que preguntar una y otra vez si aquellos riquísimos ravioli con queso de cabra, cebolla caramelizada y miel eran realmente vegetarianos. Y en otra ocasión tuve que pedir que me cambiaran mi Wok de verduras por ensalada, pues el plato sabía sospechosamente a carne (probablemente en el mismo wok se habría cocinado todo tipo de carnes anteriormente). Ayer mismo me zampé media taza de sopita de pollo, a pesar de que en la etiqueta ponía claramente: sopa de verduras. Al empezar a notar un sabor raro, ni corta ni perezosa fui a la cocina a mirar la caja (mi marido pensó: otra vez con su manía de que todo huele a carne) y efectivamente: la dichosa sopa en polvo contenía también caldito de pollo. A partir de ahora, no me fiaré de las etiquetas y miraré la letra pequeña, como en los contratos ;)

7. Cómo seguir la dieta vegetariana viajando y no morir en el intento. Hay algunos países en los que, aunque nos resulte raro, la palabra “vegetariano” es algo aun poco conocido. El ejemplo más claro es mi  gran viaje a Japón el año pasado. Para empezar, en Japón muy pocos hablan inglés y muchos menús están en japonés, cosa por otra parte totalmente lógica, de forma que para un turista medio no hay posibilidad de entender absolutamente nada. Aprender los símbolos Kanji sería cosa de locos. Mi amiga japonesa me enseñó a decir en su idioma: “ni carne ni pescado”, a la hora de pedir un plato, pero desgraciadamente no fue suficiente. Resulta que en la gran mayoría de restaurantes en Japón no entienden lo que es ser vegetariano como nosotros lo entendemos y creen que al retirarte del plato, sopa o fideos la parte de carne, ya es un plato que puedes tomar. Asimismo, muchos alimentos que en apariencia no tienen pescado, como la famosa sopa de miso, sí contienen pescado en el caldo, cosa que probablemente no sabes a no ser que te informes a conciencia.

Y por último, lo confieso: acabé comiendo carne en Japón. Había pedido un riquísimo “okonomiyaki” en un restaurante típico, donde te preparan el plato delante de tus ojos y les dije expresamente eso de “ni carne ni pescado por favor”. Pues bien, los pobres hombres, tal vez por despiste, pero acabaron por echarme un trozo de bacon en mi suculento plato elaborado. Más tarde me enteré por una camarera que hablaba inglés que el okonomiyaki lleva una especie de caldo que contiene trazas de pescado o cerdo. Finalmente, mi plato estrella en este país –a pesar de lo que os cuento, el viaje más increíble de mi vida– había sido arroz blanco al que le iba echando un poco de salsa de soja para darle sabor. Y es que si viajas, comer fuera no siempre va a ser sencillo si eres vegetariano.

8. Al final acabas comiendo siempre lo mismo. Sí, así de triste, pese a que la comida vegetariana es muy variada y creativa, lo cierto es que requiere de cierto tiempo de preparación en algunas ocasiones. Y al final si quieres tirar de precocinados, tendrás que vértelas con la misma pizza de cuatro quesos de la sección de fríos del super, la misma pasta deshidratada al pesto o risotto con setas. Menos mal que existe el gazpacho y el salmorejo… aunque este último algunas veces viene en un pack indivisible con su jamoncito correspondiente. Y si vas fuera y te tomas un bocata: que sea de tortilla con espárragos; si vas a un Vips, que sea la ensalada siciliana. Y si no: una ensaladita con un par de rodajas de tomate, un poco de pepino y unas cuantas aceitunas también vale.

Sí, ser vegetariana no es fácil. Como es evidente: somos una pequeña minoría y debemos aprender a llevarnos lo mejor posible con eso de comer fuera de casa. Sin embargo, no me cambio a mi pasado carnívoro por nada del mundo. Me siento a gusto, como aquello que no me disgusta y creo que ya no podría haber vuelta atrás. Aunque no quiero pecar de sabionda, porque nunca se sabe…

Espero que los que seáis vegetarianos (o vegetas, como llamo yo mi condición alimentaria en intimidad), hayáis encontrado algún punto en común con mi historia. Y los que no, que al menos os hayáis echado un par de risas.


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