Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Francisco de Quevedo
Un día duro. El otro día me quejaba del trabajo y este lunes que ha sido martes (o viceversa)... Un prolongado fin de semana que, lejos de playas y gracias a dios, me ha llevado al interior de la península que me ha tocado vivir. Un viaje a la España Vieja, la que ya no existe más que en algunos de los clásicos del siglo de Oro y en los libros de Historia que no han sido objeto de los recortes de generalitats y afines.Salamanca y Ávila, dos de las ciudades Patrimonio de la Humanidad del segundo país con mayor cantidad de lugares patrimonio. Algo a lo que quiere también y voluntariamente renunciar.Un paseo por lo que fue España y cada vez lo es menos. El León taciturno y noble, la Castilla seria, seca. Muros de la nobleza medieval de Ávila, el barroco firme y escondido, el milenarismo real, la fuerza de la lucha de resistencia de siglos que llevó a los soberbios criticones europeos a vivir en un santuario cultural, libre de la amenaza, primero de los árabes y luego de los turcos. Herederos del sufismo y del fundamentalismo, con sus éxtasis de Santa Teresa y San Juan de la Cruz.Y las grandes torres de la cultura, la religión y la filosofía en Salamanca, las nobles aulas, la cantera de un imperio, que es el Berkeley del Imperio, como el Escorial fue su Pentágono. Bancos y sillas de madera, austeridad en las dos Universidades, la Helmántica y la Pontificia. Siglos de Fray Luis de León a Unamuno, de Hernán Cortés a Belgrano, Góngora o Calderón, Mazarino u Olivares. Larramendi, pionero del estudio del euskera, y toda la nobleza vasca cuando, antes que gudaris eran "los más nobles españoles".Todo ello envilecido hoy por el turismo nacional más paleto y agañanado, todos ellos con sus marcas bien visibles, sus cámaras reflex que no entienden, sus flashes en los murales más antiguos.Obstinados en despreciar la erudición y agarrarse a un ideario simple. Las librerías, pocas, las tiendas de recuerdos, muchas. Las catedrales, con entrada. Las iglesias vacías, los restaurantes llenos. Los turistas gallegos hablando en el gallego oficial a la taquillera salmantina. Los vascos, hablando (poco) euskera y campando por tierra conquistada con ese aire de superioridad de quien puede hablar y tratar mal, ser racista y excluyente y no solo no ser castigado sino que no puede oir la contraria en sus orejitas. Sin interés en la verdad, sino en el mantra.En lugar de Azpilicuetas o Larramendis, Arzallus y Oteguis.Iglesias románicas, humildad aún pasean por Castilla como un fantasma atropellado por patanes que no pazguatos, pues estos se admiran aún con algo.Y los españoles, cada vez más impermeables a lo bello o a lo útil, encaprichados con lo imbécil y accesorio.Los demás, preocupados con sus siliconas, sus botoxes y su falta absoluta de cultura y, lo que es peor, de interés. Porque hoy, no se cultiva tan solo quien no quiere y en treinta años de democracia, libertad, educación gratuita, dinero abundante y cultura barata, nadie ha aprovechado para coger un libro y estudiar. Lo único que todos, todos, vascos, catalanes, gallegos, andaluces... todos, demostrando nuestro parecido, hemos dejado de necesitar empeñar los colchones para ir a los toros y al fútbol. Y en eso nos lo hemos gastado. Corrijo, en Cataluña, sólo en el fútbol."Quod Natura non dat, Helmantica non praestat"