Revista Cocina
No soy un experto gastrónomo. De hecho, ni siquiera sé cocinar. Pero me gusta hablar de gastronomía por la relación que encuentro entre el grupo de profesiones que la conforman y la mía. Son muchos los chefs que hoy día intentan innovar en un mundo aparentemente basado en una estricta tradición. Con los bodegueros ocurre también algo similar. Bernard de Laage, por ejemplo, director técnico de Château Palmer, heredero de una familia ligada al mundo del vino en los últimos 200 años, lleva 35 años entre caldos (25 entre vinos, 10 en Cognac):
No creo que haga falta esa herencia para trabajar en Château Palmer. La clave es entender que no eres tú quien hace el vino; el estilo de un gran Margaux lleva definido desde hace décadas.
En cierto modo con la arquitectura ocurre algo similar. Sería pretencioso pensar que podemos ser capaces de cambiar la manera de vivir de la gente. La forma de vida del hombre moderno también está definida o definiéndose desde hace décadas. Pequeños cambios sin embargo son los que nos diferencian de quienes nos precedieron: un lugar dentro del hogar para conectarnos con el mundo de forma activa (internet), el teletrabajo quizá, o la manera en la que usamos ahora la cocina, muy próxima a la zona donde recibimos a nuestros amigos y participamos de la reunión antes, durante y después de la estricta hora de la comida o de la cena. Cuestiones en cualquier caso que no cambian o no han cambiado en esencia la manera de distribuir una casa.
La diferencia entre un hogar del XIX y uno del XXI se comprende o se explica en pequeños detalles. Y la manera en la que un estudio de arquitectura puede traducir nuestras inquietudes en espacios explicaría la necesidad, o quizá simplemente la conveniencia, de intercambiar con un profesional nuestras propias ideas.
Alguien me dijo una vez que un hogar es el lugar en el que vivimos en armonía con nuestra familia y con las cosas que hemos decidido guardar y compartir. Algo fácil de decir, pero muy difícil de conseguir.
Luis Cercós (LC-Architects)