Revista Cine
Hace ya nueve años que nos detuvimos a comentar la que fue la primera película dirigida por Alex Garland, una incursión en la ciencia ficción titulada Ex Machina que nos dejó la sensación de un futuro prometedor y pasada casi una década y cinco películas más, el amigo Alex sigue ocupándose de confeccionar un guión y dirigir una película y si entonces apunté que a pesar de escribir una trama y unos diálogos interesantes su labor como director era más notable, llegado el final del visionado de su último trabajo, titulado Civil War, la decepción se ha hecho presente, quizás porque uno esperaba encontrarse con una película de ficción distópica con fuertes alegorías políticas propias de la ciencia ficción que parecía agradar al juanpalomero responsable de la pieza años atrás y resulta que nos presenta una película cuya distopía roza el más mínimo nivel que uno ha tenido ocasión de ver en el cine.
Me olía la tostada por haber leído alguna "crítica" que no me convenció, pero pensé que el autor de Ex Machina habría avanzado y se disponía a ofrecernos, por lo menos, la posibilidad de debatir una actualidad que a todas luces se mueve hacia posiciones encastilladas que se alejan de la simple conversación con intercambio de pareceres para instalarse en proclamas identitarias faltas de razones más allá de la adscripción ciega a unas ideas de signos diferentes pero dotadas del mismo sentido totalitario.
Se da la circunstancia que Garland es londinense y que la trama de esta película versa sobre acontecimientos que suceden en una confrontación bélica que al parecer asola los Estados unidos de Norteamérica en la que los ciudadanos se matan los unos a los otros sin que en ningún momento sepamos el porqué y apenas intuímos por meros comentarios que hay más de un bando contendiente, desde el "grupo de Florida" hasta los "patriotas del Oeste", las "potencias occidentales" y un gobierno de los USA que sigue residiendo en Washington, en la Casa Blanca, donde el Presidente intenta resistir.
Garland una vez más se supera a sí mismo como guionista ejerciendo de director pero en este caso el mérito es simple pues el guión es paupérrimo y la dirección no pasa de cualquier meritorio director de encargo de una película bélica con pocas escenas de acción filmadas sin relevancia ni originalidad y su hora y tres cuartos largos de metraje se hacen por momentos soporíferos pues no hay nada que suscite el más mínimo interés, más allá de aguardar si en algún momento el guionista-director se digna poner carne en el asador donde las verduras de acompañamiento ya están casi que carbonizadas.
En un mundo como el que vivimos, aún simplemente dando vistazo a la hemeroteca de todo lo que está sucediendo en los USA, con una polarización creciente a resultas de unos mandatarios que deberían estar en una residencia de jubilados en vez de lanzar proclamas buscando la adhesión popular, los problemas con la justicia de propios y parientes, el recuerdo de masas chaladas invadiendo la sede del legislativo y el desprecio al derecho como bastión de la igualdad entre los ciudadanos, un cineasta que emprende una producción que va titular "guerra civil" debería mojarse bastante y sin pronunciarse por ningún bando, exponer públicamente lo que es incontestable, porque el cine es un entretenimiento pero también un arte capaz de denunciar, de poner en evidencia los errores de la sociedad y Alex Garland nos presenta una película que si algo demuestra es que su autor, pues es guionista y director, o no ha tenido valor para mojarse o es incapaz de formular una propuesta artística que merezca ser recordada y no lo será porque pertenece a la numerosa categoría de lo que pudo haber sido y no fue.
Hay voces que dotadas de una fantasía arrebatada apuntan a que esta película de Garland no pretende inscribirse directamente en el cine político pero sí en el que pone en debate la profesión del periodista de guerra y sacan a colación ¡ay madre! The Killing Fields, probablemente porque el escribidor de turno ni siquiera la ha visto, cuando lo que toca, ahora, es agarrarse los machos y ponerse a escribir y dirigir como lo hacía Costa Gravas, por ejemplo, usando la ficción pero apuntando claramente a personajes políticos de distintas ideologías, gentes que suelen situarse por encima del ciudadano y sus necesidades; y de esa ralea no será que Garland no tenga tipos de este siglo en los que fijarse y en vez de apuntar alto y señalar a quienes están calentando los ánimos sólo para satisfacer sus necesidades sin tener en cuenta que en toda guerra los que mueren suelen ser los más pobres mientras los que las promueven salen indemnes e incluso más ricos, y nos entretiene Garland con los avatares de cuatro periodistas que van en busca de una noticia, simplemente; es decir, hacen su trabajo.
Ya es de traca que Garland haga que una de las protagonistas, una joven que pretende convertirse en fotógrafo de guerra, se aliste en la aventura provista de una cámara que perteneció a su padre, una Nikon (no faltaría más: buenos son para perderse un emplacement, esos) ¡que funciona con carretes de 36 fotos! y lleva consigo una cubeta de revelado de negativos y cabe suponer que lleva su revelador, su ácido acético y su fijador y claro, su agua corriente para lavarlos después del revelado, porque si no, en cuatro horas están para tirarlos. ¡en el siglo XXI, que hace años se inventaron las cámaras digitales con tarjetas capaces de guardar miles de capturas fotográficas.
Este detalle indica claramente el poco cuidado que Garland ha prestado a una película que requiere mucho más trabajo y mucho más valor para poner al descubierto entretelas de cuestiones que ahora mismo son muy relevantes.
Una decepción absoluta, salvada únicamente por el buen hacer de la joven Cailee Spaeny.