El censo de bares de este país es de cerca de 300.000. De estos 183.404 se llaman Bar Manolo. En segundo lugar con 98.394 sigue el nombre Casa Pepe. El resto se divide entre El Rincón de Paqui, El Sueño de Juanlu y alguna cosa más… Estos datos son sacados de la manga, pero seguramente, dejando de lado la caricatura, no son tan descabellados. De hecho, Bar Manolo se ha instaurado ya como definición para aquellos locales que no sabemos como describir exactamente pero que al hacerlo con ese nombre todo el mundo tiene claro de qué se está hablando.
Hoy os llevamos a un Bar Manolo, de los típicos, de los que cumple los requisitos para tener ese nombre. Un sitio donde difícilmente vais a encontrar a nadie con pantalón de pitillo y barba larga y cuidada. No por nada, porque, como en todos los colectivos, entre los “hipsters” habrá de todo y seguro que, si no los vemos por allí es porque no es un espacio diáfano ni tiene una decoración moderna, ni maderas envejecidas, ni decoración de Lázaro. Nada que llame la atención a ser visitado. Excepto, en verano, las largas colas que hay para sentarse en su terraza. Un Bar de los que llamamos de 3 letras, de tragaperras y Rosli (cuando se podía fumar), en pleno barrio de la Florida de L’Hospitalet (Avinguda del Masnou, 66). De los que pasa totalmente desapercibido a no ser que lo conozcas de toda la vida o que alguien cuyo criterio te guste te haya dado referencias y garantías.
Habíamos ido en varias ocasiones a la solicitada terraza que os comentábamos, pero teníamos ganas de ir acompañados de alguien para poder disfrutar de más de una ración. Yendo dos, es difícil dada la cantidad que sirven en sus platos, mejor dicho, en sus bandejas. Incluso de alguna que otra es conveniente pedir media si dan la opción, porque no en todas es posible. El tamaño sí importa en Bar Manolo.

Bravas, como no. Una ración de patatas bravas era imprescindible.









No hemos acabado, ya os comenté al principio que íbamos con dos más de los que delante de un plato el resto del mundo desaparece. Nos juntamos cuatro sin medida, así que seguíamos pidiendo raciones, no fuera que se acabara alguna de ellas…


Una de sus raciones estrella son los calamarcitos a la plancha, pero ese día no los tenían, aunque si vimos pasar una ración de estas para otra mesa y todos levantamos el dedo para pedir una para nosotros.


Los calamares a la andaluza en Bar Manolo han sido bautizados como Sevillanitos. Y están de vicio. Confirmamos una vez más la buena fritura que tienen. Nada aceitosos ni harina de más (seguramente es la que provoca en otros sitios que sean más grasientos). Servidos con limón por si quieres aderezarlos, nosotros no lo hicimos. No se lo merecían! Así como el plato anterior es prescindible, este no. Vale la pena una visita solo para dedicársela a estos calamares.

No tenían vinos fuera de los clásicos que aseguran la venta dado el público que tienen. Diría que no hay ni carta, solo vino de la casa y alguno que ves en alguna estantería, que se pelean entre Riojas y Riberas de Duero. Así que acompañamos toda la comida con más de una botella de Martínez Lacuesta, que a todos nos encajaba.


Todo el picoteo y un par de botellas de vino (cada una valía 18 Euros por lo que podéis ver en la “nota”) salió por 136 Euros, 35 Euros por persona redondeando hacia arriba. El precio es totalmente acorde a su línea, a su sencillez y a su barrio. Uno de esos lugares que se conoces del boca a boca, solo para los cercanos que sabemos lo que nos vamos a encontrar y donde los “extranjeros” del barrio no entrarían nunca. Quizá esa sea parte de la fórmula de su éxito.
