Tiempo empleado: 7 horas.
Incidencias: Frio.
A tener en cuenta: El descenso del Alto de Erro es bastante pronunciado y cercano al final de etapa. Puede hacerse duro. Atención a rodillas y dedos de los pies.
Recorrido(*)
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(*) Puede que la ruta marcada no sea exacta en algún punto, si así lo fuera, no dudes en ponerte en contacto con nosotros para realizar los cambios oportunos.
Perfil:
Imagen original de http://caminodesantiago.consumer.es/etapa-de-roncesvalles-a-zubiri
A las 07:45 de un 15 de abril, entramos en el bar de Casa Sabina. La temperatura era de -4º C, se veía nieve en los rincones sombríos y todo lo que se podía distinguir a simple vista estaba helado.
La sensación térmica era, como poco, complicada (ósea, jodida).
Primera hora de la mañana en Roncesvalles.
En compañía de unos cuantos peregrinos extranjeros y, en silencio, creo que un poco acongojados, desayunamos un café, unas tostadas con mantequilla y mermelada y nos dispusimos a emprender nuestra primera etapa.
Por un lado sentía alivio, ¡por fin!, ya no había vuelta atrás. Pero por otro lado sentía una gran inquietud. El período previo no había sido fácil para nosotros. Habíamos organizado una boda y mientras, habíamos seguido trabajando, además, en mi caso, preparando oposiciones y, en el caso de Pendiente de Diagnosticar, asistiendo a las clases y exámenes universitarios y cubriendo sus varios empleos.
Yo, como ya he contado, atravesaba por un período de insomnio que me estaba destrozando. En estas condiciones una duda y una inquietud recorrían mi mente, ¿sería capaz de desconectar?, ¿de olvidarme del trabajo?, ¿de volver a dormir?, ¿de descansar?. En definitiva ¿seríamos capaces de disfrutar del Camino?.
Comenzamos a caminar. El suelo estaba helado, sin embargo lucía el sol, lo cual animaba a andar rápido. Así lo hicimos.
El Camino comienza en la propia carretera, cuesta abajo, enseguida, nada más pasar por el cartel que indica la salida de la localidad de Orreaga-Roncesvalles, un cruel cartel te informa de que sólo faltan 790 Km. hasta Compostela… Deseo que el que tuvo la idea de colocar semejante muestra de crueldad purgue sus penas en algún horrible lugar.
¡Ya falta menos!
Unos pocos metros más y a la derecha de la carretera aparece un sendero y un símbolo que te acompañará todo el camino: una flecha amarilla que indica la dirección a seguir. En ese momento te preguntas si serás capaz de verla, si no te la saltarás en alguna oscura intersección en algún brumoso bosque. Puedo aseguraros que se ven, ¡y mucho!.Dejamos Roncesvalles.
Caminábamos solos, sin la sonora compañía de otros peregrinos. El suelo escarchado ofrecía un apoyo frío y crujiente a los primeros y tímidos pasos de dos peregrinos novatos y ofrecía hermosas y añoradas imágenes de una naturaleza generosa.
El sendero era llano, el aire helado y el sol tímido.
Caminábamos en silencio, casi con respeto, como si no lo hiciéramos solos y allí se percibiera otra presencia: un colectivo; ¿cuántas almas habrían pasado y pasarán por aquellos parajes?. Intentaba impregnarme de cuantas imágenes pudiera y no podía dejar de pensar lo sencillo y agradable que aquello me parecía.
Así, sin darnos cuenta, llegamos a la localidad de Burguete, que aún parecía dormida. El camino de entrada estaba embarrado, pero el frío de la mañana hacía que permaneciese duro y los charcos helados.
Aparecieron los primeros peregrinos que debían haber empezado a caminar antes que nosotros y ya los habíamos alcanzado. Eran todos extranjeros y la mayoría de ellos ya peinaban canas o lucían esplendorosas calvas. ¡Vaya!, yo estaba en mi luna de miel y me estaban dando envidia unos jubilados europeos. En ese momento pensé que sería maravilloso poder jubilarme antes de estar muy cascado y poder dedicarme a viajar. Tener a esa edad la salud, las ganas, el tiempo y la oportunidad… pero va a ser que no…
Por las calles bajaba agua del deshielo en una preciosa imagen de pueblo de montaña en primavera. El rumor era el único sonido que se percibía, además de los propios pasos de los peregrinos y el repiqueteo de los bastones contra el asfalto de la carretera.
En un momento dado, el camino sale de la población por un sendero a la derecha de la calle principal, mucha gente aprovecha entonces para desayunar. Como nosotros íbamos ya desayunados continuamos, cruzamos un riachuelo y seguimos camino en leve pendiente. En ese momento, al darnos la vuelta, observamos una preciosa imagen: de los tejados del pueblo salían columnas de vaho mientras el sol de la mañana comenzaba a calentar el hielo acumulado.
El hielo se derrite en los tejados de Burguete
Se inicia entonces una suave ascensión en un precioso entorno y se ven a los lados caballos que se asoman curiosos a observar al peregrino.
Continuamos por un bello sendero forestal. El sol comenzaba a calentar y disfrutamos de un paseo tranquilo y hermoso.
Así, nos acercamos a Aurizberri/Espinal, atravesamos el pueblo y ascendimos al Alto de Mezquiritz. Aquí comenzaron los problemas al aparecer un invitado, que no por no sospechado, fue, obviamente, nada deseado y que nos iba a acompañar durante los siguientes dias hasta hacernos, literalmente, desesperar: el barro.
El Camino penetra en un espeso hayedo donde se hacía muy difícil caminar y como el sol no penetra, el terreno estaba absolutamente encharcado. Para un urbanita no muy acostumbrado a las caminatas rurales, no se hace agradable meter los pies en charcos hasta los tobillos. Caminar es duro, cada paso se complica, al levantar el pie notas el peso y al volver a pisar, resbalas.
A tener en cuenta: el Camino se hace más fácil si llovíais bastones de trekking, pero ojo, ¡¡¡2!!!, nada de ir con uno, hay que acostumbrarse a caminar con ellos, lo agradeceréis, os lo aseguro, cuando tienes que vadear charcos, saltar entre piedras y repartir el peso, se convierten en un compañero incuestionable.
Afortunadamente el sol acompañaba nuestros pasos y un poco más adelante la senda forestal se torna en un camino de hormigón, que si bien no es cómodo para las articulaciones, se agradece en contraste con el lodazal anterior. Por él y tras cruzar un curso de agua, llegamos a Bizkarreta/Guerendiaín y fuimos por primera vez conscientes de una habitual picaresca del Camino, consistente en introducirte en una población mediante la estratégica colocación de la famosa flecha amarilla. Tras atravesar la localidad, descubres, más o menos indignado, que vuelves al mismo sitio tras recorrer unos cuantos metros. Es curioso, pero el tiempo y la distancia empleados en esta práctica suelen ser inversamente proporcionales a la belleza de la población en cuestión. Más o menos como la vida misma, siempre he tenido la sensación de que las cosas feas te ocupan demasiado tiempo.
En cualquier caso aprovechamos para hacer una paradita y tomarnos una cervecita en el único bar que vimos abierto de los dos que había, bueno, me la tomé yo, Pendiente de Diagnosticar se dedicó a la Coca Cola.
A la salida del pueblo y con el sol en alto, comprobamos la diferencia de costumbres con los europeos en general, pues la mayoría aprovechó para hacer una parada más larga y comer. Era mediodía y a las puertas del cementerio los teutones hacían picnic, vimos a cincuentones germanófonos comer fruta sentados en la hierba y pedimos a una parejita francesa que nos hiciera una foto. Nos despedimos con la consabida frase que ya no pararíamos de pronunciar mil veces al día:
¡Buen Camino!.
Continuamos sorteando la carretera, los charcos y a unas doscientas jubiladas francesas hasta llegar sin demasiados problemas hasta Linzoáin. Hacía calor y sobraba ropa, nos desprendimos de abrigos y subimos una cuesta considerable, nada del otro mundo, comparado con lo que venía luego, el Alto de Erro y sus pasos de Roldán, que son unas rocas en el suelo del camino en dirección perpendicular a la marcha y que incomodan bastante. Hay quien dice que se han confundido los términos y no hacen referencia a Roldán, sino a Errolán, mitológico gigante local, relacionado con construcciones megalíticas y con geniecillos laboriosos.
Afloran de nuevo en mí las enseñanzas de Charpentier…
Justo en el inicio del ascenso nos encontramos con un peregrino que con pose relajada fumaba tranquilamente mientras recargaba energía antes del ascenso. Me recordó a una lagartija gorda, grande y blanca. Estaba en un cruce de caminos, uno continuaba el sendero que llevábamos y otro se desviaba ligeramente a la derecha e iniciaba un ascenso empinado y rocoso. Estaba sentado justo encima del mojón con la flecha amarilla que indicaba el camino a seguir. Así que le saludé, le deseé buen camino y le pregunté por dónde debía continuar, recto por el camino llano o a la derecha por el escarpado.
Sí, has acertado.
El fumador sería un compañero para las próximas fechas, en aquel momento recibió el mote de Mark Knopfler, ¿qué si se parecía?, pues no, en absoluto, pero siete horas de camino dan para mucho y también, por qué no, para poner motes. Este lo puso Pendiente de Diagnosticar. El tipo en cuestión tenía aspecto de norteamericano o australiano, una especie de Cocodrilo Dundee en versión de pub, mediría cerca de dos metros y era realmente macizo y grandón. ¿Cuánta cerveza sería capaz de deglutir?.
Al iniciar el ascenso aprecié pequeños mojones que no había visto hasta entonces y que, de vez en cuando, te indican la distancia hasta las siguientes poblaciones con anotaciones tipo:
A Zubiri 7 Km.
Tras una eternidad subiendo, sudando, torciéndote los tobillos, esquivando charcos, sufriendo traspiés y jadeando aparece otro cartel
A Zubiri 6,5 Km.¡Su (…) madre!.
Así alcanzamos el Alto de Erro, ya quedaba poco, paramos a descansar, nos quitamos las botas para airear los pies y admirar el paisaje. Y allí apareció un tipo curioso que caminaba con una mochila más grande que él, portaba una cámara fotográfica impresionante y hasta un trípode. Se detuvo a nuestra altura y con una sonrisa de oreja a oreja nos saludó y dispuso el equipo para su sesión fotográfica. Después continuó camino, estaba cojo. Recuerdo que pensé que si a estas alturas caminaba así, no llegaría muy lejos, ¡qué equivocado estaba!.
Iniciamos el descenso, bastante empinado por cierto. Recuerdo que al rato empezaron a molestarme los dedos de los pies, que se comprimían contra la puntera de la bota. El sendero es ancho, rocoso, en algunos momentos puede ser resbaladizo por la arena, está sembrado de piñas caídas y es bastante serpenteante. En una amplia curva a derechas nos encontramos con tres personajes: una chica rubia, un cuarentón y un chico muy joven con aspecto de acabar de salir de una discoteca, ¿cómo lo hará después de 7 horas de marcha?, recuerdo que pensé. Hablaban portugués, nos saludaron, preguntaron de dónde éramos y quisieron hacer amago de hablar más tiempo con nosotros. Pero la cercanía de Zubiri, el dolor de los dedos de mis pies y el hambre que tenía, más mi citada sociopatía y el hecho de no haberme aún impregnado de la esencia del peregrino, me impidieron continuar la charla con los portugueses, como, evidentemente, habían sido bautizados en aquel momento.
Según nos acercábamos al pueblo, a la derecha del camino, a través de los pinos, pudimos visionar las primeras casas a través del bosque y entre ellas reconocí la silueta del Hostal Gau-Txori, hacía el que nos dirigíamos y resulta que el camino parecía separarse del hostal. Hubo un momento en que literalmente estuvimos encima, pero resulta que aún, por la diferencia de altura, tuvimos que caminar como un kilómetro más.
Por fin llegamos a Zubiri, el final fue muy duro, los nervios, las ansias de llegar juegan malas pasadas. Se entra a la población por un puente de piedra, el Puente de la Rabia, llamado así, en las crónicas jacobitas, pues se decía que si un animal aquejado de dicha enfermedad lo cruzaba tres veces se curaba. Enseguida aparece el pequeño albergue de Zubiri. Allí nos encontramos de nuevo con los portugueses que después de habernos adelantado estaban descansando a las puertas y que pensaban continuar etapa hasta Larrasoaña. Vamos, ¡ni de coña iba yo a dar un paso más!.
Decidimos sellar la credencial más tarde y dirigirnos directamente al Hostal, que, ¡maldita sea!, estaba en el extremo del pueblo, en dirección contraria al Camino. Puede que fueran los doscientos metros más penosos que he hecho caminando. Llanos, sin lluvia, sin calor, sin frío pero horribles. Aprendí una cosa, los finales son muy duros, no debes obsesionarte con llegar y menos aún con hacerlo a una hora determinada.
Allí, en el hostal, nos dieron la llave de nuestra habitación, que por cierto tenía un aspecto estupendo. Desde la ventana se veía una piscina, no pude evitar pensar en lo agradable que debería ser acabar una etapa en verano y darse un chapuzón. Dejamos nuestras cosas, nos quitamos las botas embarradas, nos pusimos las zapatillas, nos lavamos la cara y nos dispusimos a comer, que ya era hora. En el mesón devoramos una ensalada y unos platos combinados y sellamos la credencial allí mismo, ¡ya teníamos nuestro segundo sello!.
Nos sentíamos bien, satisfechos. Habíamos concluido la primera etapa, no teníamos grandes dolores y no nos habíamos caído. Yo estaba cansado y a la vez relajado. Mi mente aún no se había liberado del todo y de vez en cuando, como un molesto flash, como un anuncio inesperado e indeseado, acudían a mi mente imágenes de mi vida, de mi trabajo, de mis deudas... ¿Sería capaz de vaciar mi mente de una vez?. Deseé entonces poder alguna vez hacer el Camino entero, llegar a Compostela y luego seguir hasta el Finis Terrae, hasta el mar, hasta mi Ávalon particular y allí, con las manzanas de mis Hespérides, quemar mis ropas, enterrar mi nombre y renacer en un Yo mejor.
Espero de verdad poder algún día llegar a hacerlo completamente, aunque lo cierto es que en cierto modo si que pude, algo cambió en mí allí y espero que para siempre. El cambio comienza cuando dejas de pensar, cuando tu única preocupación es caminar, mirar, aprender, comprender y no perder de vista la flecha amarilla, cuando llegas a entender que estás allí sólo para eso, entonces es cuando trasciendes, cuando te engancha el Camino. Y ya no te deja nunca.
Bueno, que me enrollo. Estábamos terminando de comer cuando vimos que llegaban al hostal una pareja de cincuentones alemanes que habíamos visto durante la jornada y, juraría, la noche anterior, tenían aspecto de cansados, como supongo que nosotros, nos saludaron, pidieron una habitación y se fueron a descansar. Pendiente de Diagnosticar también decidió echarse la siesta, yo lo hubiera hecho de buen grado, pero me daba mucho miedo dormir por la tarde y luego no poder conciliar el sueño por la noche. Ahora más que nunca necesitaba dormir, en los próximos días el Camino iría pesando en las piernas y en el cuerpo y había que cuidarlo y conseguir descanso. Así, PD se quedó en la habitación y yo en el bar del hostal, donde me hice con un periódico y me quedé tan a gusto, por cierto, en compañía del “alemán” que al igual que yo debía haber dejado a la mujer en la habitación.
A eso de las seis de la tarde, yo también me fui a la habitación. Una ducha, ropa limpia y un paseo por el pueblo. Es curioso, pero la distancia hasta el albergue ahora me pareció ridícula.
Hacía frío, llamamos a nuestras familias y nos dispusimos a ir a cenar. Lo hicimos en un lugar llamado la Hostería de Zubiri y estuvo fenomenal. Se trata de un hostal con un pequeño y coqueto comedor con una chimenea y mesas decoradas como en una especie de bistró a la navarrica.
PD cenó espárragos, estofado de ciervo y sorbete de frambuesa. Yo alcachofas, pato y cuajada. Todo regado con un rosado espumoso de la tierra.
De vuelta al Hostal, preparamos la mochila para el día siguiente, escribimos un poco en nuestro diario de viaje y a dormir.
Lo del diario es curioso, fue un regalo de PD, me hacía mucha ilusión y me imaginaba un poco a lo Almirante Kirk, sólo que en lugar de decir algo como:
- El espacio, la última frontera (…) cuaderno de bitácora, fecha estelar 21516. Estos son los viajes de la nave estelar Enterprise que continúa con…
- Zubiri, 15 de abril de 2008, ¡qué frío hace!, este es el viaje de bodas de dos tarados que prefieren el barro navarrico al coco dominicano…