Revista Cocina

Carta a una Princesa

Por Dolega @blogdedolega

Sí, ya sé que tú no te consideras una, pero si él lo piensa, yo no soy quién para llevarle la contraria al Niño, además ya  conoces lo cansino que se pone, pero no empecemos a divagar que al final se me va el santo al cielo ó a la cama de puro aburrimiento.

Resulta que, como ya sabes, por fin tiene un trabajo serio, de responsabilidad, de lo suyo…vamos,  por lo que lleva clamando más de tres años. ¡Ya está! Como dice el refrán “Le dio y le dio hasta que lo consiguió” y yo me alegro mucho y me siento infinitamente orgullosa de él; estaba segura que lo lograría, además como  le gusta sin enchufes ni recomendaciones de amigos ó familiares;  no, él solito  por sus propios méritos y claro tú estarás diciendo que todo es alegría y felicidad ¡Pues no!

Resulta que sale a las cinco y media de la tarde, llega a casa una hora más tarde agotado, histérico y con unas ganas locas de desahogarse así que se tira de seis y media a siete y media detrás de mí “esto es una locura, madre…a mí me echan antes de dos semanas…no te puedes imaginar… aquello es terrible…no va y me llama el cabrón de fulanito y me dice…”

Y tú dirás: ¡Pues huye! Y lo intento Princesa, vive Dios que lo intento. Me paso el rato corriendo de la cocina al cuarto de plancha de allí al salón del salón a mi cuarto, entre medias me encierro en el baño a hacer un pis y lo oigo detrás de la puerta como cuando era pequeño y entraba  a ducharme y él se ponía como un loco a llorar al grito de “mamá no te vayas” como si el cuarto de baño fuera la puerta de embarque a Rio de Janeiro, pero ahora solo sigue despotricando del día laboral.

A partir de las siete y media ya la cosa cambia ligeramente y se centra en contarme todo lo que está aprendiendo,  todas las cosas que sabía y que ¡por fin! Está pudiendo aplicar y demostrar a los demás y a él mismo. En este punto ya no está en plan histérico sino más bien hambriento así que empieza por la lata de las galletas sigue con la magdalenas y ya le tengo que quitar a tirones el fiambre. ¡Que no son horas  coño,  que estoy haciendo la cena!

Y llegan las ocho y media y empieza el regodeo personal del  “no te imaginas madre lo que me ha dicho mi jefe hoy…y el mengano se quedó flipando cuando me vio que había hecho…” y entran en juego las sonrisas y el buen humor y la felicidad  intergaláctica Y…¡¡Llamas tú!!

Y claro, todo es risa y felicidad y tú “que tal” y él “muy bien

A ver, a ver…

Yo creo  recordar que entre vosotros, hay algo de compromiso  desde hace  unos añitos y no es por tocar las narices, pero te recuerdo que la que tienes el diploma que te habilita para ejercer como psicóloga eres tú, Ahh y como profesora de educación especial, que también te puede hacer falta en este caso y yo lo que nunca querría es hacer intrusismo laboral, dumping familiar ni nada por el estilo.

Entiendo, porque lo padezco, que estas sesiones todos los días pueden ser agotadoras así que te propongo un acuerdo de colaboración, un join verture ó un taller de aprendizaje en el manejo del estrés laboral encaminado a lograr  la estabilidad de la unidad familiar en las horas inmediatamente posteriores al término de la jornada.  (Con este nombre estoy casi segura que lográbamos  una subvención)  Vamos, lo que viene siendo repartirnos los días.

Como los viernes trabaja solo hasta las tres, ya sale mucho más relajado, así que  nos quedarían cuatro días a repartir y te aseguro que a mí me da lo mismo los lunes y miércoles ó los martes y jueves.

La cosa es que los días que te toquen, lo llamas nada más salga de la oficina y hasta que no entre en la fase 3 de enorgullecimiento personal no le cuelgas. Piensa que por teléfono es mucho más cómodo; con un silencio prologado salpicado  de  “ajammm” “claro” “Mmmm” “ya te digo” estratégicamente colocados ¡lo tienes hecho!


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