Revista Cine

Crash (canadá, 1996)

Publicado el 22 enero 2015 por Manuelmarquez
CRASH (CANADÁ, 1996)

*Crítica de 'Crash' (Canadá, 1996), de David Cronenberg, con James Spader, Deborah Kara Unger y Elias Koteas.-


Pocos elementos personalizan tanto el cine de un autor con vocación de tal como una fijación temática. Pero se puede ser aún mucho más específico, y consagrar la obra a un objeto, concreto y determinado, que se convierte en leitmotiv de toda una filmografía. La cicatriz, como punto de confluencia entre la carne y el dolor, es el elemento icónico que dota de identidad a la producción cinematográfica de David Cronenberg, y, como tal, es la auténtica protagonista de 'Crash', esa pieza de culto (¿y cuál no ostenta tal condición en la lista de cintas del director canadiense...?) que, con una trama que, por mera irrelevancia, puede ser obviada sin temor a faltarle al respeto a la propuesta, y un envoltorio formal estilizado y premeditadamente gélido en todos los frentes (desde la iluminación y la música, hasta las interpretaciones de sus protagonistas), nos ofrece el retrato de un cuadro de personajes que, sometidos a un despliegue continuo de las más variadas parafilias sexuales —algo a lo que se ven empujados por una suerte de adicción irrefrenable—, terminan encontrando su punto álgido de satisfacción en las experiencias que simultanean el choque violento en un accidente de tráfico con la práctica sexual, en un tótum revolutum adrenalínico solo apto para mentes de retorcimiento extremo.
Un planteamiento tan al limite no deja margen para tibiezas valorativas, y solo permite al espectador posturas radicales: o la adhesión del que entra en el juego y, sin cuestionar sus inconsistencias, lo asume a carta cabal, pasando a formar parte de esa liturgia de amor, dolor, sexo y muerte a la que el 'pater' Cronenberg convoca a sus fieles (y disfrutándola consecuentemente); o el mosqueo, lógico y justificado, del que se siente totalmente descolocado ante un ceremonial que, amén de la poca consistencia argumental y lo muy atrabiliario de sus premisas argumentales, exhibe un batiburrillo de violencia y sexo con una pretenciosidad que lo acerca más a lo patético que a lo excitante. Y, en tal disyuntiva, aún estamos los que optamos por la tercera vía: admirar la belleza fría y distante de Deborah Kara Unger y obviar el resto; puede que no sea muy ortodoxa, pero es una salida. ¿La de ustedes, amigos/as lectores/as? Vean y opinen.

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