El espíritu de Deadwood regresa a la pequeña pantalla
Nota: 7
Hatfields
& McCoys ha sido uno de los eventos del año en Estados Unidos. Estrenada en una fecha tan estudiada como El día de los caídos -celebrado desde el fin de la Guerra Civil-, la miniserie ha reunido durante sus tres entregas a una media de 14 millones de espectadores, todo un hito para estar hablando de televisión por cable solo superado por las marcas de High School Musical 2 en 2007. De todas formas, en Estados Unidos, este
relato basado en hechos reales se vende solo precisamente por eso,
porque es historia reciente. Puede que por aquí el enfrentamiento de
estos dos clanes de forajidos no sea demasiado conocido -tampoco debería-, pero en el
país de las barras y estrellas, la rivalidad entre la familia Hatfield y
el clan McCoy está tan incrustada en la cultura popular que incluso se
antoja imposible realizar un estudio de las consecuencias que trajo
consigo la Guerra Civil estadounidense sin mencionar el conflicto.
Hablamos de tres décadas de enfrentamientos abiertos entre dos familias
que luchando por su honor se introdujeron en una espiral de asesinatos,
venganza y traición que ni el mismísimo Shakespeare podría haber
imaginado.
Tras el salto, el análisis completo de la miniserie Hatfield & McCoys.
Hacía
mucho tiempo que las balas no levantaban el polvo suficiente en
televisión, que las miradas de los curtidos forajidos no eran tan
penetrantes, que la vida humana no daba la sensación de ser tan efímera
y prescindible o, en definitiva, que el salvaje oeste no perdía ese aura mitificada en favor de una historia labrada entre odio y plomo...
concretamente, desde Deadwood (2004-2006). Por muy buenas intenciones que
hayan podido tener acercamientos recientes al western en televisión
como Hell on Wheels, la obra injustamente inconclusa de HBO sigue siendo
el referente indiscutible sobre cowboys catódicos modernos como Sin
Perdón lo es a los cinematográficos. Ese podio no va a cambiar tras la
llegada de Hatifelds & McCoys, pero es todo un gustazo encontrarse
con una producción que ha sabido captar esos valores que hicieron grande a
Deadwood para incorporarlos a su propia historia. Y qué historia.
Para que os hagáis una
idea de la repercusión de este relato en la sociedad estadounidense, los apellidos aún se usan para referirse a un conflicto de difícil
solución, e incluso los descendientes de ambas familias gozan a día de
hoy de cierta notoriedad pública y participan activamente en los actos
conmemorativos de los hechos que nos narra la miniserie. Y quizás sea
por esa inexorable unión entre los acontecimientos aquí descritos y el
acervo norteamericano que ciertos aspectos, como las motivaciones
durante la guerra o las caracteristicas de la división norte-sur, se dan
por asumidos para el espectador obligando al más inexperto a
profundizar en el tema para desgranarle todo el jugo a la producción.
Porque por mucho que estemos ante un thriller cargado de acción y
giros, la característica que ha ligado esta rivalidad a la historia de
Estados Unidos y la razón por la que se estudia en los libros de texto
es la encarnación de cada familia en uno de los lados del conflicto y
como su enfrentamiento mantuvo vivo el espíritu de la contienda durante
casi tres décadas después de que esta terminara.
Cuenta la leyenda que la enemistad entre los dos cabezas de familia comenzó cuando Anderson `Anse´ Hatfield (Kevin Costner),
después de terminar él solo con un batallón enemigo, decidió desertar del ejército Confederado
para regresar con su familia. Su hasta entonces amigo Randall McCoy (Bill Paxton) intentó deternerle, pero su estricta fe cristiana le impidió denunciar a su vecino. El desencuentro se agrandó cuando Randall regresaba años
después visiblemente traumatizado y descubría no solo que Anderson había
labrado un imperio con el que abastecer a los suyos, sino que un Hatfield había asesinado a su hermano por pertenecer al ejercito de la
Unión como la mayoría de los McCoys. Esos dos acontecimientos son solo el comienzo de una serie de
desencuentros que se van agravando hasta terminar en una
guerra abierta con amplia resonancia en los medios de la época y que ha
dejado figuras legendarias como `Bad´Frank Phillips, el mercenario
contratado por Randall para terminar con Anse. En realidad, ninguno de los dos patriarcas buscaba llegar hasta las
últimas consecuencias, y ver como la situación se les escapa de las
manos a lo largo de los años es uno de los mayores alicientes de la
función gracias a un guión muy bien medido que, no obstante, es incapaz
de salvar algún tópico como la relación "romeojulietera" entre Johnse
Hatfield (encarnado por el sosías de Ryan Gosling que es Matt Bar) y
Roseanna McCoy (Lindsay Pulshiper) durante el segundo capítulo, el más
flojo de todos.
Nos encontramos ante un esquema que podría parecer una revisión de Los Duelistas (el debut y una de las mejores películas de Ridley Scott) y que viene dado por la naturaleza histórica de los hechos, pero el evidente interés que produce siempre ver a dos personajes carismáticos enfrentados de por vida es solo la punta del iceberg de buenos valores que contiene esta miniserie. Como decimos, el libreto no solo acierta con la narración cronológica de los hechos, sino que describe a uno de los mejores grupos de forajidos vistos jamás en pantalla. Por supuesto, el más potente de todos ellos es el encarnado por Costner, productor ejecutivo de la función. Anderson Hatfield era apodado `Devil Anse´ porque, según decían, los cadáveres que dejaba a su paso se quedaban con la mirada de aquel que ha visto al diablo. Se trata de un rol que encarna varias capas de la filosofía que cimentó Estados Unidos al pasar de ser un despiadado bandolero y guerrillero a convertirse en uno de los empresarios más fructíferos de la época y presencia regular en los tabloides.
Irónicamente, y aunque a Costner un personaje frío como el hielo le venga al pelo, en el plano interpretativo el que se lleva la palma es Bill Paxton encarnando al laconico Randall, que nunca dejó de ser un campesino extremadamente religioso al que le tocó vivir una vida llena de desgracias por enfrentarse contra uno de los hombres más peligrosos de su tiempo. Los que tampoco se quedan a la zaga son un irreconocible Tom Berenger como el badass Jim Vance, la eterna secundaria -y adolescente- Jena Malone (Donnie Darko) o el gran Powers Boothe (24, Los Vengadores), que conforman un reparto magníficamente dirigido por un experto en aventuras cinematográficas como es Kevin Reynolds (Robin Hodd, Príncipe de los Ladrones y La Venganza del Conde de Montecristo), que ha encontrado en la televisión un refugio inmejorable tras ver hace ya casi dos décadas su carrera irremediablemente tocada -y hundida- por Waterworld.
Los que nos encontramos en Hatfields & McCoys, en definitiva, no es solo una lección de historia tan apasionante en su exposición como en sus lecturas, sino también la última mal llamada resurrección de un género al que muchos acusan de muerto pero que otros acercamientos recientes como Open Range, del mismo Costner, o nuestra Blackthorn, han demostrado que aún es capaz de brillar como antaño entre la fiebre por los superhéroes y las adaptaciones fantásticas. Porque no hay mejor motor para un relato que la narración sin florituras de lo que es capaz de hacer un ser humano corriente cuando el odio irracional se convierte en la única razón para levantarse por las mañanas. Una motivación que siempre ha encontrado su mejor escenario en el salvaje oeste y que con esta adaptación ya no deja excusa posible para no conocer una de esas historias reales que inspiraron a todo un género.