Revista Coaching

¿Cuánto cuesta la efectividad?

Por Elgachupas

CascoMuchas personas, inmersas en la nueva realidad VUCA que nos ha tocado vivir a la mayoría de los trabajadores del conocimiento, reconocen la necesidad de aprender a trabajar de nuevo. Sin embargo, una de las quejas más extendidas entre quienes se acercan por primera vez al mundo de la efectividad es que poner en práctica una metodología de productividad personal como GTD®, o de efectividad personal como OPTIMA3®, es demasiado costoso, en el sentido de que hacer todo lo que hay que hacer implica más trabajo del que se supone te vas a ahorrar.

Hace poco, mi amigo y colega José Miguel Bolívar escribía en el blog de Ferrovial sobre la innovación en la mejora de la efectividad. Básicamente venía a decir que «el sentido común y la intuición son en gran parte estratagemas que utiliza nuestro cerebro para ahorrar energía», y que por tanto, «es importante que nos planteemos la necesidad de salir proactiva y regularmente de la zona de confort delimitada por nuestros esquemas mentales». Pues bien, su discurso viene que ni pintado para el tema que traigo hoy a colación: ¿cuánto cuesta la efectividad? O mejor dicho, ¿cuánto te cuesta realmente no hacer nada para mejorar tu efectividad? ¿De verdad hacer lo que hay que hacer supone más trabajo?

Efectivamente, cuando dejas de hacer las cosas de una manera, y pasas a hacerlas de una manera distinta, inevitablemente pagas un precio. Es el precio de salirte de tu zona de confort. Como no estás acostumbrado a la nueva forma de trabajar, tardas más tiempo en hacer lo mismo y, por tanto, experimentas una variación inicial negativa de tu eficiencia. Desde este punto de vista, mejorar tu efectividad siempre tiene un precio, al menos al principio.

Ahora bien, como seguro habrás experimentado en muchas otras ocasiones al hacer cambios en la manera de hacer cosas —ya sea por voluntad propia o forzado por las circunstancias—, con el tiempo, la pérdida inicial de eficiencia finalmente se ve compensada. Llega un momento en el que, gracias a la práctica, la nueva forma de hacer las cosas deja de ser nueva, y se convierte en tu nueva normalidad. Sustituyes unos hábitos viejos por otros nuevos. Y si los nuevos hábitos son «mejores» para el objetivo que persigues, al final el cambio no sólo no habrá tenido un costo, sino que te habrá supuesto un beneficio neto.

Muchas veces juzgamos las cosas según nos dicta el sentido común y la intuición porque, como bien dice José Miguel, usar el sentido común y la intuición, en lugar de razonar «como es debido», es la forma que tiene nuestro cerebro de ahorrar energía. Sin embargo, en ocasiones tienes que ser capaz de gastar esa energía extra si es que quieres obtener más valor de lo que haces.

Hace tiempo leía un post de Álvaro Fernández, en el que contaba una anécdota ocurrida durante la I Guerra Mundial, con relación a la actitud de muchos directivos con respecto a la aparente ineficacia de los procesos lean —una lectura muy interesante, por cierto. Contaba Álvaro que, al principio de la Gran Guerra, los soldados del imperio británico empezaron usando gorras de tela para su protección, lo que rápidamente derivó en un gran número de heridos por alcances en la cabeza. Así que, de manera inteligente, el alto mando británico decidió empezar a proporcionar cascos de metal a sus soldados. Sin embargo, contra todo pronóstico, el uso de cascos de metal dio lugar a un aumento significativo en el número de heridos por alcances en la cabeza. El sentido común hizo que algunos militares de alto rango sugirieran volver a las gorras de tela, ya que la medida no sólo no había tenido el efecto deseado, sino que parecía ser contraproducente.

Afortunadamente, en la Armada Británica también había personas dispuestas a ir más allá del sentido común, y descubrieron que la razón de esta aparente contradicción era en realidad bastante simple: el número de heridos aumentó, pero a costa de una significativa reducción del número de muertos. Es decir, había más heridos porque morían menos soldados.

De igual manera, a la hora de analizar cuánto cuesta mejorar tu efectividad, deberías hacer un esfuerzo consciente por ir más allá de lo evidente a primera vista. Si bien es cierto que desarrollar nuevos hábitos supone tener que emplear más tiempo para hacer tu trabajo —por la sencilla razón de que nunca has hecho las cosas de esa forma anteriormente—, con la práctica, la nueva forma de hacer las cosas se volverá habitual para tí. Y lo más importante, y menos evidente, es que el beneficio que obtendrás no se medirá en un ahorro de tiempo —aunque a veces también—, sino en la relevancia de los resultados que serás capaz de obtener, por no hablar del aumento de la sensación de control y la reducción del estrés.

A la hora de plantearte la mejora de tu efectividad personal, como en otras muchas facetas de la vida, la mentalidad cortoplacista puede jugarte muy malas pasadas, y hacer que tomes decisiones guiado por la intuición y el sentido común cuando no tiene sentido hacerlo. Deja de pensar en cuánto cuesta la efectividad y comienza el proceso de cambio ya. Enfócate en todo lo que puedes ganar si te lo tomas en serio.

Foto por Mauro Cateb vía Flickr


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