De entre los muchos factores que contribuyen a que una película sea un éxito, no hay duda que la fecha elegida para su estreno es uno de los más importantes. Cuerpo de élite (2016), debut en el largometraje del director madrileño Joaquín Mazón, se ha visto enormemente beneficiada por haber llegado a las salas en un momento en el que los españoles parecen pedir a gritos una cosa: reír. Con la crisis económica todavía haciendo de las suyas y los conflictos nacionalistas en su punto álgido, no hay duda que lo que el público demanda son películas que les ayude a desconectar de sus problemas cotidianos. En este sentido la opera prima de Mazón es irreprochable: da exactamente lo que su público pide de ella. Humor costumbrista, risas construidas en base a los tópicos regionales -en la línea de Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez Lázaro, 2014)-, más mala baba de la esperada -genial toda su afilada crítica a los falsos defensores de la patria- y mucha acción son los ingredientes de una película cuyos pros y contras son claramente palpables. Pasamos a analizarlos.
Una de las cosas que más llama la atención de este trabajo escrito por el cada vez más prestigioso tándem de guionistas Adolfo Valor y Cristóbal Garrido, responsables de la muy recomendable Promoción Fantasma (Javier Ruiz Caldera, 2012), es su considerable presupuesto: 4,5 millones de €, una cifra muy por encima del millón y medio de euros que cuesta de media una película española. ¿Un alto presupuesto es garantía de calidad? Evidentemente no. Hay películas extraordinarias rodadas con cantidades ínfimas y bodrios infumables de muchos millones de dólares. Lo que sí es cierto es que esta cifra permite a esta producción de Atresmedia lucir una factura técnica más que competente, a la altura de las grandes películas americanas. El empaque técnico de la película -fotografía, textura de la imagen, el alto nivel de localizaciones y decorados…- tiene un grado de sofisticación que ya lo quisieran para sí muchas producciones del cine patrio, siendo este uno de los factores que la convierten en un espectáculo que entra fácilmente por la vista y conecta tan fácilmente con el público. Otro elemento que ha contribuido, sin duda, al éxito de la cinta -sus 7 millones de € recaudados la convierten en uno de los grandes taquillazos del año- es su ritmo ágil, en ocasiones vertiginoso, alérgico a los tramos muertos. En este sentido hay que destacar el gran sentido de la narración de Mazón, lo bien que funciona visualmente el humor de Valor & Garrido y el uso exquisito del montaje, que imprime de fuerza y pasión un proyecto al que se le podrán reprochar muchas cosas, pero nunca la de aburrir.
En el otro extremo de la balanza hay que señalar que no todos los gags tienen el mismo nivel, y si bien algunos son de caerte de la butaca de la risa -en especial todos los protagonizados por Silvia Abril, toda una robaescenas-, otros dejan más bien frío al espectador. Junto con el desigual nivel de comicidad de muchas de sus secuencias, se echa en falta un mayor arrojo en sus secuencias de acción -problema que se podría haber resuelto con una (aún) mayor inyección presupuestaria-. Quizá donde la película muestra más sus limitaciones a este respecto sea la escena de la explosión del cortijo, todo un desafine en mitad de una película que, no obstante, tiene escenas de acción competentes, como la que da comienzo a la película o todo el tramo final, carrillón de por medio. Por último, otro talón de aquiles notorio es la historia romántica entre sus protagonistas: María León y Miki Esparbé -que, por otro lado, están fantásticos en unos papeles en los que dejan fluir toda su vis cómica-. Además de ser una historia precipitada, insulsa y cogida con pinzas, la química entre ambos es totalmente inexistente. Se hubiera agradecido una mayor profundidad dramática a un romance que, sin duda, podría haber dado mucho más juego.
Estamos en líneas generales ante una película con mucho de spoof movie -atentos a sus guiños a Misión Imposible, Rocky, Guardianes de la Galaxia…- que no tardas en olvidar en salir del cine pero que, mientras la estás disfrutando, estás riéndote. Al fin y al cabo es de lo que se trata. Totalmente inofensiva en sus planteamientos, a pesar de su corrosiva mirada sobre la patria o su caricaturesco retrato de la clase política española -ojo a ese hilarante Ministro de Interior al que da vida Carlos Areces-, esta producción que bien podría haber sido extraída de las páginas de una historieta del maestro Ibáñez es un espectáculo surrealista y absurdo, sí, pero -tal y como parecen querer decirnos sus responsables- no más que la propia realidad. Y eso sí que no tiene ninguna gracia.