Como dije en el anterior post, no todos los días se cumplen 40 años, así que, además de la fantástica cena del sábado, tenía claro que quería darme el domingo un homenaje vínico, así que nos fuimos a mi enoteca de cabecera en busca de uno de esos vinos de nombre sonoro, y desgraciadamente, también sonoro precio. Por mi cabeza y mis ojos, que no por mis manos, pasaron sicilias, peeses y similares, pero nada acababa de convencerme. Como en estos días no paro de hojear las páginas de mis atlas vinícolas donde se describen los vinos y regiones francesas, decido irme a la sección gourmet de esa conocida tienda de logo triangular y echar un vistazo. Allí estaban Palmer y Alter Ego, Cheval Blanc, Cos D'Estournel, Pétrus, Angelus, Latour, Mouton-Rothschild, y demás superestrellas bordelesas de precios escandalosos (Alter Ego está en una gama pagable). Y de pronto aparece ante mis ojos este Deuxième Cru del que he leído cosas bastante buenas, entre otras que la añada 1970 quedó en cuarto lugar en la famosa cata de 1976 (cuarto lugar general de tintos, tercero de los vinos de Burdeos). Ya con unos añitos de doma en botella, y, aunque no de las mejores añadas en su AOC, a un precio pagable. Así se vino a casa mi primera botella de un Cru Classé de Burdeos.
Château Montrose 2002 (AOC Saint-Estèphe, tinto con crianza, 62% Cabernet Sauvignon, 32% Merlot, 4% Cabernet Franc y 2% Petit Verdot; Château Montrose) es un vino de un bonito color granate, con ribetes entre rubí y granate evolucionado. En nariz se muestra recatado, sobrio, sin estridencias, pero muy elegante y adulador, con cuero, cacao, especias, notas florales y un perfume de frutas (grosellas, moras) muy maduras que lo envuelve todo. Su paso por boca es carnoso, lleno, sedoso, perfectamente estructurado y balanceado, con un tanino muy noble y bien integrado, dejando un postgusto muy agradable que se va fundiendo y desapareciendo poco a poco.
Un vino que me pareció elegante, seductor, complejo, completo y redondo; en palabras de mi otra mitad "nada destaca por encima del resto, no le falta ni le sobra nada", lo que es una fantástica descripción.
Es un vino para saborear y disfrutar cada sorbo, con mucha clase, aunque no sea de esos que te marcan y nunca olvidas. Yo esperaba quizá algo más de explosividad en un Cru Classé bordelés, pero la verdad es que disfrutamos mucho en la mesa con su elegancia y sedosidad.