“Toto” Schillaci con la selección italiana (Foto sacada de https://espndeportes.espn.com/ )
Schillaci. Perdónenme este apunte futbolero, pero creo que explica mejor que yo la paradoja que este día de agosto me lleva escribir en el blog, interrumpiendo mi descanso. Salvatore “Toto” Schillaci era un jugador de la Juventus de Turín que fue seleccionado como tercer delantero por la Selección azzurra para la Copa del Mundo de Futbol 1990 que se disputaba en casa, en Italia. El partido inaugural era un Italia VS Austria en el Olímpico de Roma. Para los futboleros, en aquella selección italiana había nombres como Baresi, Maldini, Ancelotti, Donadoni, Carnevale, Gianluca Viali o un jovencísimo Roberto Baggio, uno de los jugadores italianos más talentosos de la historia. Italia era incapaz de marcar hasta que el mister Vicini cambia, en el minuto 75, a una vaca sagrada como Carnevale por un desconocido jugador llamado Schillaci, cuya presencia en la Azurra había sido muy cuestionada por prensa y aficionados italianos. Schillaci marca el gol de la victoria, y se hace con la titularidad, logrando llevar a Italia hasta las semifinales del Mundial, donde cayeron contra la Argentina de Maradona, y ganando el trofeo de Máximo Goleador del Mundial con 6 goles en 7 partidos. Un jugador que venía del banquillo, acabó siendo el héroe de Italia. Algo excepcional.
Ese preámbulo muestra la excepcionalidad del éxito del “banquillo”. Un banquillo que suele ser muy habitual en época veraniega en muchos restaurantes, sin contar ya con el tema COVID19. En una semana, he vuelto a recitar un lema que siempre se me olvida, pero que, como las lágrimas de San Lorenzo, vuelve cada agosto. No vayas a tus restaurantes preferidos en época estival. Es un mantra horrible, pero que se cumple sin piedad. Vaya por delante que entiendo perfectamente que TODOS tenemos derecho a vacaciones, que TODOS nos vamos de nuestro puesto de trabajo unos días, y otros intentan desarrollar nuestra labor lo mejor que pueden, pero lo de Schillaci no suele ser fácil de encontrar.
En el primer restaurante que visité en mis vacaciones, los platos se llamaban igual que los que había antes, costaban lo mismo, pero no tenían nada que ver, ni por ingredientes ni por elaboración ni por presentación. Me sentí timado. He ido muchas veces y volveré pronto sin duda, pero esa sensación de guiri engañado no se me va a ir. En otro restaurante de bastante postín y calidad, las raciones habían menguado sensiblemente con relación a unos meses atrás, y lo que antes eran platos deliciosos y suculentos, se habían convertido casi en tapas de platillo. Ayer mismo había reservado mesa en otro restaurante, a 100 km de mi casa. Mi intención era conocerlo, ya que nunca había estado dentro (y les debía una visita), y a la vez probar sus afamados arroces. Hasta en dos ocasiones pregunté por DM en Instagram si era necesario encargar el arroz con antelación, pero me contestaron que no había problema si los pedíamos allí. Error, ya que me quedé sin probar el arroz. No comí nada mal, pero la frustración ya estaba cabalgando por mis venas y mi garganta. Tras la comida se lo comenté a la persona encargada, al menos para que viera que yo sí había preguntado antes, obteniendo unas sinceras disculpas.
La fama de un restaurante, el trabajo que lleva un negocio semejante y tan complicado, es fruto de muchos años. Entiendo que en verano, las plantillas no están completas, muchos suplentes ocupan puestos clave en sala y cocina, pero hay que tener cuidado con esas cosas, ya que a veces, nuestro camino y el de un restaurante, solo se cruzan una vez, y la confianza en un local de restauración es difícil de recuperar. Como ejemplo, a este restaurante donde me pasó esto, no he vuelto aún. No sé cuando publicaré esta entrada, una pataleta sin duda amigo lector, pero temo que si me alargo mucho, aparecerán nuevas anécdotas que añadir, y eso no será bueno para el ánimo. Los suplentes son suplentes por algo, y lo de Schillaci aún no se ha repetido.
R.
sacrilegos