“Para ser un individuo válido el hombre debe sentir intensamente aquello a lo que puede aspirar. Tiene que recibir un sentimiento vivo de lo bello y de lo moralmente bueno. En caso contrario se parece más a un perro bien amaestrado que a un ente armónicamente desarrollado”.
Albert Einstein
“¿Existe la izquierda en Polonia?”, es el título de un artículo de opinión publicado en el portal PolskaViva por Ángel Ferrero. No tengo el gusto de conocer a este señor, aunque, según he podido averiguar, es traductor, escritor independiente y crítico cultural radicado en Berlín, y colaborador habitual de la revista Sin Permiso. Ferrero escribe bien y se ha documentado para redactar el texto. Sobre la pregunta de si existe la izquierda en Polonia, dice el autor: “Uno se detiene ante el Óder o el Neisse –la frontera natural de Alemania con Polonia–, otea el horizonte y, de no dejarse embelesar por su exuberante paisaje, lo que ve en toda Europa oriental resulta descorazonador: en todos los países la derecha gobierna, la izquierda carece de peso y la extrema derecha experimenta un auge preocupante. De hecho, una de las primeras cosas que se ven –porque es muy difícil no verla– es la estatua de Cristo Rey en Świebodzin, la mayor del mundo con sus casi 73 metros de altura y 440 toneladas de peso”. En el artículo, Ferrero lamenta el dominio del conservadurismo y la ultraderecha y la debilidad estructural de la izquierda en Polonia y los demás países de la antigua Europa del ‘socialismo real’. Describe un panorama socioeconómico polaco francamente sombrío cuando dice: “Aunque los precios están al nivel de la República Federal Alemana, el ingreso medio de la mayoría de hogares polacos ronda los doscientos euros; una cuarta parte de la fuerza de trabajo lo hace en condiciones y con salarios precarios y, en cualquier caso el salario mínimo legal es de 320 euros. Muchos trabajadores del sector industrial han terminado bajo las ruedas del carro de la mundialización… La pobreza en la vejez se ha duplicado en los últimos dos años, la asistencia a los comedores sociales y a los Bar mleczy –las antiguas cantinas creadas por las autoridades comunistas donde se sirven platos tradicionales polacos a precios populares- se ha multiplicado. El muy pregonado descenso del paro en Polonia al 10% se explica, entre otros motivos, por la emigración de sus jóvenes trabajadores cualificados hacia el Reino Unido, Francia, Alemania y Escandinavia”. El pasado mes de octubre escribí un artículo en PolskaViva que titulé “El lado oscuro de Polonia”. Reconocía que Polonia ha progresado mucho en los últimos años, tiene una clase media en expansión y es el único país de la Unión Europea (UE) que no ha sufrido recesión. Pero recordaba que, “según diversos estudios económicos y sociales, más del 40% de los polacos viven con menos de 300 euros al mes. Los servicios sociales son deficientes; la asistencia sanitaria, impropia de un país europeo desarrollado, y las infraestructuras sufren de un atraso colosal. La burocracia y la corrupción son un mal endémico, más de dos millones de niños y adolescentes están mal alimentados y gran parte de los jubilados viven en la pobreza, tienen que costearse los medicamentos y para poder comer se ven en la obligación de vender flores, fruta o baratijas en calles y plazas de ciudades y pueblos. Cerca de la Polonia que se enriquece y se moderniza y se parece cada vez más a Europa occidental hay otro país que sufre en silencio”. A primera vista, el diagnóstico que hago es parecido al artículo de Ferrero. Pero, ojo, porque mi análisis es diferente al suyo. Él considera que Polonia es víctima de políticas neoliberales aplicadas por la derecha. Su afirmación no es del todo errónea, en mi opinión, pero es unilateral, porque Ferrero no tiene en cuenta que en 1989, cuando Polonia acabó con más de 40 años de dictadura y dependencia soviética, era un Estado económicamente atrasado, socialmente desestructurado y políticamente anestesiado. La base socioeconómica era tan débil que la apertura a la economía de mercado fue, efectivamente, traumática. Son muchos los historiadores y economistas polacos y de otros países que han escrito sobre esta cuestión. Pero el autor de “¿Existe la izquierda en Polonia?” hace caso omiso de este factor tan determinante. ¿Por qué motivo el paso de la dictadura a la democracia parlamentaria en España no fue tan complicado como en Polonia y los países europeos del ‘socialismo real’? Pues porque España, además de no haber sufrido una ruptura de su modo de producción capitalista entre 1939 y 1975, era un país más sólido y desarrollado. El historiador y ex embajador de Polonia en Madrid Jan Kieniewicz ha analizado en algunos de sus trabajos este asunto. Hace más de cuatros años, en el marco de un reportaje que estaba preparando, me dijo este diplomático y experto: “El interés de España en Polonia tiene su lógica, porque son dos países con una historia parecida en el siglo XX; España despegó económicamente y Polonia se retrasó”. Ángel Ferrero, como ya he dicho, pasa por alto la evolución económica de Polonia tras la instauración de la dictadura comunista. Asegura que “aunque políticamente represivo y económicamente ineficaz como todos los sistemas inspirados en el modelo soviético, la República Popular de Polonia consiguió al menos elevar la calidad de vida de los polacos así como generalizar la educación y la asistencia médica al conjunto de la población”.
Doble rasero
Es cierto lo que dice Ferrero, pero a mí me gustaría preguntarle si se atrevería a escribir lo mismo en el caso de la Alemania nazi o la España de Franco. Estoy seguro de que como buen progresista de izquierda que debe ser el señor Ferrero, él no tendría el atrevimiento de hacer semejante afirmación. Y, sin embargo, es evidente que el nacionalsocialismo alemán, a pesar de ser un sistema criminal y detestable, mejoró sustancialmente el nivel de vida de la población y transformó económicamente a Alemania. Y España, después del Plan de Estabilización de 1959, de la mano de los sectores tecnocráticos y en muchos casos ligados al Opus Dei, experimentó el desarrollo económico más notable del siglo XX. En pocos años, España pasó de ser un país atrasado a una potencia industrial y una sociedad de clase media, aunque con enormes desigualdades sociales y territoriales y un índice de desarrollo y bienestar muy por debajo de los países más avanzados del Viejo Continente. España, a la muerte del dictador Francisco Franco, era un país cuantitativa y cualitativamente diferente al de 1939, y los cambios sociales y económicos facilitaron una transición a la democracia relativamente pacífica. La historia es la historia y no la podemos falsificar por muchas anteojeras ideológicas que tengamos. Hitler era una asesino y Franco, un criminal. Pero tanto la Alemania nazi como la España franquista experimentaron transformaciones de gran calado. Los países de Europa central y oriental que abrazaron el modelo soviético después de la Segunda Guerra Mundial, que, con la excepción de Checoslovaquia, eran muy atrasados en 1945, también conocieron mejoras en su estructura social y económica. Entonces, si eso es así, ¿por qué motivos la izquierda, o al menos un sector significativo de la misma, no tiene el menor reparo en reconocer las mejoras económicas y sociales que aportó el ‘socialismo real’ y, sin embargo, no admite que en países que sufrieron sistemas dictatoriales de signo distinto también se produjeron transformaciones positivas en sanidad, educación e infraestructuras y mejoró el nivel de vida ? ¿Por qué ese doble rasero? ¿Por qué tanta hipocresía? La pregunta no es fácil de contestar. Quizá sea porque una parte importante de la izquierda en todo el mundo sigue pensando que es moralmente superior a la derecha y está en posesión de la verdad y que el socialismo, aunque sea muy real y dictatorial, es mejor que el capitalismo más democrático. El cerebro de esa izquierda está embotado por el dogma y la ideología y su único pensamiento es la consigna mitinera y el insulto al adversario político. Dice Jean-François Revel en su libro ‘El conocimiento inútil’ que “la ideología es una mezcla de emociones fuertes y de ideas simples acordes con un comportamiento. Es, a la vez, intolerable y contradictoria. Intolerable, por incapacidad de soportar que exista algo fuera de ella. Contradictoria, por estar dotada de la extraña facultad de actuar de una manera opuesta a sus propios principios”. Una parte importante de la izquierda es presa de su ideología, de sus creencias petrificadas; es incapaz de analizar la realidad actual desde parámetros que no sean los del siglo XIX o principios del XX. Sigue anclada en el pasado y en una visión maniquea de un mundo dividido entre buenos y malos. Ciertamente, Ángel Ferrero, que debe ser un hombre inteligente y no uno de esos energúmenos que gritan en la calle eslóganes contra el capitalismo sin saber exactamente lo que dicen, agreden diputados como en Cataluña y ocupan edificios pensando que están tomando el Palacio de Invierno de los zares rusos, critica el sistema soviético impuesto a media Europa al acabar la Segunda Guerra Mundial. Ferrero admite que en los países que padecieron el ‘socialismo real‘, la izquierda está a “la defensiva”, en parte porque se la relaciona, y con razón, con el pasado criminal comunista, pero también porque esa misma izquierda poscomunista fue uno de los principales artífices del cambio capitalista neoliberal, “lo que generó desconfianza hacia las ideas de la izquierda y el desprestigio total del marxismo”. El autor del artículo pone de manifiesto que “quienes aterrizaron en los partidos socialdemócratas salidos de la nada la aprobaron (la reforma capitalista) tácita o explícitamente con fines puramente electoralistas y para distanciarse de su propio pasado. Todo ello explica la pasividad de la población ante las consecuencias de las reformas, así como los pobres resultados encadenados por la izquierda socialdemócrata, que en Polonia está representada por la Liga de la izquierda democrática (Sojusz Lewicy Demokratycznej, SLD). En Europa oriental se ha establecido un consenso neoliberal que resulta difícil de quebrar, pues además en países como Polonia se tejió con hebras nacionalistas. La izquierda ha sido arrinconada a posiciones defensivas, cuando no ha quedado recluida en los salones intelectuales y despachos académicos, falta de arraigo social, anclaje con los sindicatos y tejido asociativo”.
Causas del declive
Ferrero enumera una serie de razones que, a su juicio, han conducido a la izquierda en Polonia y otros países de Europa central y oriental al estancamiento en el terreno electoral y de las ideas. Comparto el panorama que describe el autor de “¿Existe la izquierda en Polonia?”, pero considero que su crítica no va al fondo de la cuestión. La izquierda poscomunista ha fracasado en Europa del Este por varios motivos, pero el principal es que no sabido renovarse profundamente, reconocer sin tapujos los crímenes del comunismo y democratizarse. Una izquierda poscomunista que no sea capaz de asumir y reconocer públicamente que el ‘socialismo real’ fue un desastre, a pesar de algunos avances positivos, para los países que lo padecieron, está condenada a la marginación. Salvando distancias y diferencias, a la izquierda poscomunista le ocurre lo mismo que a ciertos partidos de derecha que mantienen posturas ambiguas con regímenes dictatoriales que han dominado sus respectivos países. Algo de eso le pasa al PP en España respecto del franquismo. Al menos hasta ahora. No es que el PP sea un partido franquista o defienda a ese sistema político, sino que en algunas cuestiones relacionadas con el régimen anterior mantiene posiciones ambiguas que causan malestar y descontento en amplios sectores sociales, incluso entre votantes del centroderecha. Volviendo a la tesis de Ángel Ferrero, que es respetable pero muy discutible, me llama la atención su afán por salvar los muebles. A su entender, la izquierda poscomunista no progresa, porque no es suficientemente de izquierda, y la socialdemocracia ha abrazado el “social-liberalismo”, como “el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en el Reino de España”, dice el autor del artículo, en lugar de tomar medidas que conduzcan a la ruptura con el capitalismo. Ferrero se siente molesto de que “en el otro extremo del espectro político se encuentra la extrema derecha, que gracias a su anticapitalismo elemental y su antisemitismo –‘el socialismo de los tontos’, según lo describió August Bebel–, repunta ligeramente en militantes, pero sobre todo en un alarmante recurso a la violencia. No sólo en Alemania, donde han aumentado las agresiones neonazis en los nuevos estados federados, sino también en Polonia, donde el pasado 11 de noviembre el neofascista ONR (Obóz Narodowo-Radykalny, Campo nacional-radical) intentó tomar la fiesta nacional… En la Plaza de la Constitución de Varsovia la manifestación terminó en una batalla campal con los militantes antifascistas, entre ellos un contingente llegado de Alemania, lo que sirvió a los medios de comunicación polacos para avivar la germanofobia y desviar la atención de los fascistas checos que acudieron a secundar a sus homólogos polacos”. Hagamos un alto en al camino. Yo no sé si Ángel Ferrero estuvo en Varsovia ese día, pero yo sí, y le puedo asegurar a este señor que los culpables de que el Día de la Independencia de Polonia se convirtiera en una batalla campal en Varsovia fueron la extrema derecha y la extrema izquierda. Los ultras de derecha, porque utilizaron ese día para sembrar las calles de la capital polaca de odio, xenofobia, antisemitismo y violencia, y los ultras de izquierda, porque se comportaron de forma parecida, aunque utilizando eslóganes menos agresivos y antipáticos. No estoy diciendo que todas aquellas personas que protestaron por la manifestación de la ultraderecha fueran violentas, sino que los radicales anarquistas, neomarxistas y antisistema fueron tan agresivos e intransigentes como sus vecinos de la extrema derecha. Provocaron a los ciudadanos, se enfrentaron a la Policía, destruyeron material urbano… ¿Por qué razones? Pienso que porque en el fondo son muy parecidos a la extrema derecha. Ultras de derecha y de izquierda se odian y, si pudieran, se matarían entre sí. Tienen diferencias políticas notables y procedencias ideológicas diferentes. Además, los ultras de izquierda no tienen tan mala prensa como los neonazis, los fascistas y los radicales de derechas de diverso pelaje. Los ultras de izquierda, a veces, hasta pueden parecer simpáticos y ‘buena gente’, porque dicen ser ecologistas, feministas, antiracistas… Pero no nos dejemos engañar por las apariencias lingüísticas o vestimentarias, porque en el fondo sus ideas son tan nefastas e intolerantes como las que defienden los extremistas de derecha. Unos y otros son peligrosos y la sociedad debe tratarlos a todos ellos como lo que son: energúmenos que quieren destruir el sistema democrático. La crítica política y la movilización social, y cuando sea necesario la actividad policial y judicial, deben ser las armas de la democracia contra los radicales y antidemócratas. Me parece que no es lo que piensa el señor Ferrero, que sólo detesta y condena a un tipo de radicales, los de la derecha, y lamenta que en la izquierda existan tantos pusilánimes y “social-liberales”. Está en su derecho, sin lugar a duda, y yo puedo decirle que en su artículo utiliza una vieja artimaña ideológica: decir algunas verdades para defender muchas mentiras. Y la superioridad moral y ética de la izquierda sobre la derecha es una de estas mentiras. Y al revés también.
Las lecciones de la historia
La historia de la humanidad de los dos últimos siglos ha demostrado que la izquierda, reformista o revolucionaria, ha tenido momentos de gloria y grandes aciertos, pero también épocas de terror, crímenes y mentiras. En todas partes. Y también en España y en Polonia. En primer lugar, me gustaría decir, como recuerda el filósofo español Gutavo Bueno en el libro ‘El mito de la izquierda’, que “los términos ‘derecha’ e ‘izquierda’ –dice Alvin Toffler- son reliquias del período industrial, que ahora han pasado ya a la historia. Derecha e izquierda tienen que ver con quién consigue qué… Pero hoy en día la lucha entre las mismas es algo parecido a una riña sobre unas tumbonas en un transatlántico que se hunde”. Ángel Ferrero se lamenta de que la izquierda no prospere en Europa central y oriental. Pero, como dice Gustavo Bueno en el citado libro, “la izquierda en suma, es un término oscuro y confuso”. La derecha también, añadiría yo. ¿Cómo puede una persona medianamente honrada e inteligente afirmar a estas altura del partido sin que se le caiga la cara de vergüenza que la izquierda tiene una superioridad moral sobre la derecha? ¿Stalin era de izquierda o de derecha? De izquierda. ¿ Fidel Castro es de derecha o de izquierda? De izquierda. ¿A qué bando pertenecieron la URSS, la China comunista y los países del ‘socialismo real’ en Europa central y oriental? Al de la izquierda. ¿De qué movimiento hacían parte dictadores árabes como el tunecino Zine el Abidine ben Ali y el egipcio Hosni Mubarak? De la Internacional Socialista. ¿A qué formación estaba afiliado un político tan corrupto como el italiano Betino Craxi? Al Partido Socialista. ¿Qué gobierno alentó el terrorismo de Estado a través del GAL en España? Un gobierno del PSOE. La lista es interminable. Ciertamente también ha habido en las filas de la derecha asesinos, corruptos y desaprensivos. Y tanto en la derecha como en la izquierda ha habido y hay personas honradas, democráticas y defensoras del bien común. No quiero mezclarlo todo y caer en la demagogia de decir que “todos los políticos son iguales” y “todas las ideas son parecidas”. Estos lugares comunes que utilizan a menudo los ciudadanos de a pie no reflejan una realidad mucha más compleja. Pero creo que es bueno de vez en cuando recordar a algunos caraduras que tienen la memoria floja ciertas verdades. Voy a dar otro ejemplo que es muy reciente. En Corea del Norte, un país gobernado por una dictadura de izquierda, ha muerto el sátrapa de turno, Kim Jong-il, a los 69 años de un ataque al corazón. Y yo pensaba que estos personajes no tenían corazón. La noticia ha sido comentada por los medios de comunicación del mundo entero, y también españoles. Pues resulta que en un diario madrileño de izquierda varios lectores comentan la muerte del tirano norcoreano en términos que deberían obligarnos a reflexionar sobre la catadura moral y política de algunos ciudadanos. Por ejemplo, un tal Valdés, dice: “¿De qué dictador hablan éstos? VIVA COREA. Los coreanos han demostrado que solo la disuasión frena a los genocidas y tiranías occidentales. Afortunadamente en Corea no hay vendepatrias y nunca serán colonia, Corea recuperará su territorio del sur, arrebatado por los criminales usacos”. Ojo, el autor de esta basura no es un neonazi o un fascista recalcitrante, sino un izquierdista. ¿Votante de Izquierda Unida? ¿Activista de algún grupúsculo de la extrema izquierda? ¿Maoísta tardío? ¿Altermundialista? Lo ignoro. Lo que importa de verdad es destacar que la estructura mental de ese personaje es la de un fanático y un sectario que, probablemente, habrá salido a la calle más de una vez para “luchar contra el fascismo”. Estos fascistas antifascistas son muy curiosos. Sigamos. El mismo día en que se anunció la muerte de Kim Jong-il, el mundo entero supo que había fallecido a los 75 años de edad Václav Havel, dramaturgo y ensayista, disidente al comunismo checoslovaco y presidente democrático de Checoslovaquia y Chequia de 1989 a 2003. Havel fue un hombre bueno y sencillo, un intelectual demócrata que se opuso a la violencia para acabar con las dictaduras y un firme defensor de los derechos humanos. Fue el artífice y líder de la plataforma opositora ‘Carta 77’, en el año 1977, y de la ‘Revolución de Terciopelo’, un movimiento integrado por intelectuales, artistas, profesionales y trabajadores que acabó pacíficamente, en 1989, con más de 40 años de opresión y dominación de la URSS sobre Checoslovaquia. Es difícil no sentir afecto y simpatía por una persona de estas características que nunca hizo daño a nadie y se opuso a la venganza contra los comunistas que tanto lo maltrataron. Pero, sin embargo, en ese mismo rotativo de izquierda madrileño que citaba antes algunos lectores se han despachado a gusto contra Havel. Un individuo dice sobre el icono de la ‘Revolución de Terciopelo’: “‘Luchador por los derechos humanos’, ‘opositor al comunismo’… ‘referente ético’ ¿Alguna monserga más de los propagandistas neoliberales, rojiprogresecolojetas y demás fauna del capitalismo homicida?. Este señor fue un ferviente defensor del militarismo de la OTAN, compulsivo agitador anticubano y amigo de Aznar. En fin, muchos oropeles desde Falsimedia para un servidor más del fascismo capitalista”. El desequilibrado que escribe este comentario firma con el nombre de Dherzinsky. Se refiere seguramente a Félix Edmúndovich Dzerzhinski, un comunista de origen aristocrático y polaco que después de la Revolución Bolchevique organizó y dirigió la Cheka (Policía política soviética) y aplicó eficaz e implacablemente con mano de hierro el ‘terror rojo’ tras el inicio de la guerra civil en Rusia, en mayo de 1918. En fin, un criminal en toda regla y… un hombre de izquierda. En ese mismo periódico de la capital del Reino, un tal Roberto Malleu escribe sobre Havel: “Este esclavista, el tal Havel, tiene el honor y no hay que negárselo de ser el que desmanteló un país: Checoslovaquia para crear un inmenso lupanar, la llamada República checa”. Y un lector que firma con el apodo de Lichun, señala: “Otro títere de tantos de la CIA y el imperialismo capitalista que tanto y tanto daño ha hecho y sigue haciendo al mundo. Espero que algún día figure en el Hall de la infamia. Hala…tanta paz llevas como descanso dejas”. Podría seguir con más ejemplos, pero no quiero aburrir al lector. Estas opiniones escritas por personas de izquierda radical demuestran que la maldad y la estupidez no tienen fronteras ideológicas y que en las viejas sociedades capitalistas, en el mundo de hoy tan complejo y cambiante, los conceptos derecha-izquierda o conservador-progresista han perdido gran parte de su sentido.
Palabras vacías
Son palabras vacías y detrás de la etiqueta izquierda se esconden muchas veces sinvergüenzas, cantamañanas, oportunistas, corruptos e incluso criminales y dictadores. No me ha sorprendido que, tras la muerte de Václav Havel, en Francia, algunos diputados de UMP (el partido del presidente Nicolas Sarkozy) hayan aconsejado a los socialistas de no derramar “lágrimas de cocodrilo” por la muerte del ex disidente checo, porque se aliaron a los comunistas del PCF “durante tantos años”. Es cierto, los socialistas liderados por François Mitterand, antes de gobernar con los comunistas del PCF en 1981, firmaron en los años 70 del siglo XX el ‘Programa Común’, un acuerdo político con un partido comunista que seguía defendiendo a la URSS y el modelo socialista dictatorial en Europa del Este. Ese mismo modelo era defendido por la mayoría de los partidos comunistas occidentales y la izquierda radical apoyaba sistemas tan terribles como la China de Mao, la Albania de Enver Hoxa, la Cuba de Castro o Corea del Norte. Pero también a regímenes criminales como los de Libia, Siria, Argelia, Camboya, Vietnam… ¿Cómo se le puede llamar a una persona que defienda al franquismo o al régimen dictatorial de Augusto Pinochet en Chile? ¿Un imbécil? ¿ Un cabrón? Pues yo pregunto: ¿De qué manera se puede valorar a una persona que tenga profundas simpatías por Lenin, Stalin o Castro? Prefiero no repetir los adjetivos que he utilizado antes. Los militares golpistas argentinos asesinaron a unas 30.000 personas durante los siete años que martirizaron a su país, de 1976 a 1983. La tragedia argentina conmovió al mundo, a los demócratas de los cinco continentes y también a la izquierda. En Camboya, los Jemeres Rojos mataron a más de un millón de personas. El régimen de Mao provocó la muerte de 65 millones de chinos, según algunos historiadores. ¿Por qué los crímenes de los comunistas camboyanos o los maoístas chinos no conmueven tanto a una cierta izquierda como las barbaridades de las dictaduras de derechas? Habría que preguntárselo al señor Ángel Ferrero. Quizá desde su calidad de “critico cultural” y “escritor independiente” pueda contestarnos. A lo mejor, si se convierte un día en librepensador, ya no necesitará agarrarse a viejos dogmas como izquierda y derecha. El poeta rumano Virgil Carianopol, que pasó muchos años en las cárceles comunistas de su país, en su poema ‘Pena’ escribe: “Pintado sobre hojalata,/ borrado por el paso del tiempo,/Jesús, al borde del camino,/ descansa sobre su cruz, clavado. ¿Quién, desde la izquierda, será capaz un día de liberar para siempre a Jesús del madero?/.