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Deliciosa chaladura: Daaaaaalí! (Quentin Dupieux, 2023)

Publicado el 31 marzo 2025 por 39escalones
Deliciosa chaladura: Daaaaaalí! (Quentin Dupieux, 2023)

Con su habitual ruptura de toda lógica narrativa a través del quebrantamiento de los límites del tiempo y del espacio cinematográficos, era inevitable que el francés Quentin Dupieux, cineasta y hombre orquesta (en sus películas, además de la dirección, ejerce de guionista único y de director de fotografía, y en ocasiones también compone la música), se topara tarde o temprano con los surrealistas del siglo pasado. Su inteligente y descacharrante película sobre Salvador Dalí dista mucho, afortunadamente, de tratarse de un biopic convencional, a pesar de que parte de una premisa de respeto escrupuloso al personaje y al movimiento surrealista que representa. Muy al contrario, aunque es el resultado de una observación atenta y de un profundo conocimiento de la figura del pintor catalán, es un filme audaz en su deliberada apelación al absurdo, en su exaltación de la estupidez como motivo humorístico y deformante reflejo de la realidad «normal» (y en tanto que pretendidamente tal, absolutamente estúpida), e incluso en su duración (muy breve, 74 minutos, como es costumbre en el director), una hilarante, falsa e incoherente aproximación al genio de Figueras que funde realidad, cine y sueño para deconstruir un relato tronchante de innegable espíritu lúdico, que, sin embargo, dentro de su aparente caos formal y de su desbordante y delirante imaginación, responde a un sólido y riguroso planteamiento cinematográfico de alteración consciente de las reglas en la obligada lucha moral del artista (Dalí o Dupieux, o el espectador que asume su juego) contra el trampantojo del realismo. Partiendo de una línea argumental de lo más tenue -una periodista novata, casi amateur (Anaïs Demoustier), se encuentra en diversas ocasiones con el pintor Salvador Dalí para entrevistarle, primero para una revista y después para un proyecto documental de incierto desenlace-, Dupieux ofrece una supuesta sátira del surrealismo a través del exceso en el retrato, entre el homenaje y la caricatura, de uno de sus máximos exponentes, que en verdad no es otra cosa que una parodia-denuncia de nuestra teóricamente racional, ordenada y superior concepción del mundo «real».

El título, corriente fórmula verbal de Dalí para referirse y celebrarse ceremoniosamente a sí mismo y a la vez plasmación de su aparición en la película -una letra a por cada actor que interpreta al pintor a lo largo del metraje en diferentes periodos/edades de su vida, aunque coincidentes en el tiempo, incluso en alguna secuencia concreta: Edouard Baer, Jonathan Coen, Gilles Lellouche, Pio Marmaï, Didier Flamand y Boris Gillot (había otros dos previstos, dos aes más, Pierre Neney y Alain Chabat, que finalmente abandonaron el proyecto al considerar que su participación no aportaba nada al conjunto)- da una idea clara de la intenciones de Dupieux, de su búsqueda del desconcierto continuo y de la apoteosis de lo grotesco como vehículos narrativos, y de la explotación de la afectada grandilocuencia de Dalí, de la verborrea rimbombante (los «sublimes», los «absolutamente», las «genialidades»…), las muecas y gestos amanerados, las exageraciones y extravagancias que acompañaban sus actos de proyección pública, como motor de la acción. El director se regocija en su continuo combate contra la sensatez, diseñando situaciones chocantes de giros impredecibles, hallando la comicidad en la excentricidad, encontrando en la provocación constante y gozoso motivo de risa, pero sin olvidar el oportuno tributo a la creatividad surrealista y a sus reglas del juego, las cuales, muy lejos del «todo vale», suponen no la ausencia de lógica dramática, sino la adopción de otra diferente, ajena a la engañosa noción de realidad edificada sobre los cinco sentidos y la moral inducida por la ideología, la religión o la cultura. En la película, como en la tradición surrealista, lo que los personajes hacen, dicen o piensan cuenta tanto o menos que lo que imaginan, sueñan o desean, vertientes de la personalidad que se trasladan a los chispeantes diálogos y a una deriva argumental que camina sin prejuicios por el filo de la tontería continua, del concienzudo disparate voluntario pero no ajeno a esa tradición: así, la estructura de sueño dentro de sueño, dentro de sueño, dentro de sueño…; el motivo del obispo; la aparición de las armas y el asesinato gratuito; la repetición como recurso cómico -la única frase que pronuncia Gala (Catherine Schaub-Abkarian), siempre igual, en el mismo instante, pero en «momentos» diferentes; el montaje «hacia atrás» de ciertos planos (Dalí abandonando una cena; la comida que vuela del plato a la boca del comensal); el hilo conductor a través del gag de una acción continuamente intentada pero imposible de culminar, que remite directamente a El discreto encanto de la burguesía (Le Charme discret de la bourgeoisie, Luis Buñuel, 1972)…

Aunque Dalí es, obviamente, el centro neurálgico de la cinta (magníficamente encarnado, con regularidad pasmosa, por sus distintos intérpretes, que llevan su imitación en ocasiones a extremos verdaderamente carcajeantes), no es el único foco de humor, que proviene igualmente de la relación entre la joven periodista en formación y el productor de su supuesto documental (Romain Duris), inicialmente muy seria y profesional y progresivamente absurda, desquiciada, a medida que van creciendo las exigencias del pintor para completar el trabajo (una cámara, una cámara más grande, varias cámaras grandes, gigantes, un equipo cinematográfico completo…), y también de las ocasiones en que Dupieux, a través de Dalí, recrea atmósferas o estéticas próximas a su pintura o al universo surrealista (la imagen que abre y cierra la película, el instante en que Dalí pinta a sus modelos en el campo o la lluvia «canina»). Y es que Quentin Dupieux crea una película diferente, valiente, cachonda y libre, riquísima en reflexiones intelectuales y artísticas desprovistas de esnobismos trascendentes, de postureos estéticos, de poses culturales, de engolamientos autorales, de ínfulas ególatras. Su universo cinematográfico se pliega tanto al ensalzamiento, un tanto guasón, de Salvador Dalí, sin traicionarlo ni desnaturalizarlo, como toma a este para llevar al límite, de manera más surrealista que nunca, su propio estilo como cineasta, en una sinergia que retroalimenta sus respectivas identidades artísticas. Dupieux se sacude la servidumbre de las biografías y de los análisis artísticos y culturales, se libera del corsé de las «reglas» de puesta en cinematográfica para, a través de la comedia y del humor más deliberadamente estúpidos (y ya sabemos que lo más estúpido es denostar, menospreciar, minusvalorar la comedia y el humor, ardua y ridícula tarea en que ciertos intelectuales aparentes sí se retratan como auténticos estúpidos), trasladar al espectador al universo creativo de uno de los más grandes artistas del siglo XX, sin atisbo alguno de realismo, mintiendo, deformando en cada plano y, por tanto, contando la verdad. Porque Dupieux, como buen surrealista practicante, sabe muy bien que la libertad total, es decir, la verdad, solo existe y puede alcanzarse en la imaginación.


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