Revista Pareja

Diario de confinamiento: Segundo round

Por Cristina Lago @CrisMalago
Diario de confinamiento: Segundo round

¿Echabais de menos los diarios del Covid? No sufráis, que aun nos queda confinamiento para rato.

Este viernes nos cayó la buena nueva, lectores: confinan varias zonas de Madrid especialmente castigadas por el coronavirus. Entre ellas, parte de mi ciudad. No será como antes. Empezamos con dos semanas. Podremos salir a la calle, pasear, hacer una vida relativamente normal sin salirnos de los márgenes marcados en el plano. No podremos salir de la RDA para ir a la RFA, ni viceversa. En cuestión de un par de pasos, podemos estar incurriendo en la más salvaje ilegalidad. ¡No puedo con tanta emoción!

No tenía una intención concreta de retomar el diario que escribí durante el anterior confinamiento. No había regresado a leerlo después de salir de casa por primera vez. Abandonamos nuestro refugio poco antes del verano y el mundo parecía afanarse en volver a retomar el sendero de la vida normal. Pero nada era normal. Recuerdo que al principio, en la calle, buscábamos caras familiares tras las mascarillas, como si hiciéramos labores de reconocimiento de supervivientes tras una batalla especialmente ardua.

Pasaron junio, julio, agosto, como una exhalación. Había un clima social muy curioso. La gente se tiraba a dar dos besos, como de costumbre y a mitad del procedimiento, se quedaban medio paralizados con una triple duda existencial:

  1. ¿Me contagiará?
  2. ¿Le molestará?
  3. ¿Me pillará la policía?

En fin, mi entorno ha cambiado, las personas han cambiado, yo he cambiado. El cambio más visible y más notable, es el de las mascarillas. Mucho se ha hablado de las múltiples desventajas de estos infernales dispositivos, pero poco de las ventajas: por ejemplo, todos esos días que sales de casa al estilo vagabundo del Himalaya y no tienes complejo porque nadie te reconoce. Es de inapreciable utilidad para proteger del sol, para gente que gusta de hablar consigo misma sin parecer demente, y por lo general, para cualquier propósito oscuro que se beneficie de un buen camuflaje.

El mundo Covid ha instaurado una nueva moda: las conversaciones apocalípticas. Antiguamente, existían esos personajes pseudoproféticos que se encontraban en los parques públicos lanzando diatribas sobre el fin del mundo. Ahora, ya no son necesarios y podemos prescindir de sus chipirrifláuticos servicios. En todas las esquinas, se encuentra uno de frente con una charla profética de lo más ominosa entre vecinos que antes sólo se dirigían la palabra para protestar por las cacas de perro. Sin duda, una gran cosa que se ha inventado esta época, es algo de lo que hablar casi con cualquiera. Ideal para romper el hielo en las reuniones sociales y en el Zoom.

A pesar de las tentaciones de incurrir en lo catastrofista, lo cierto es que debería calar mucho más hondo el mensaje que recibimos, alto y claro, en el anterior confinamiento y en todos los confinamientos que están teniendo lugar a lo largo y ancho del planeta. Lo importante ya no es lo que va a pasar, lo único importante es, como decía Nietzsche, tener un porqué para vivir, para poder enfrentarse a todos los cómos.

Mi mayor aprendizaje de este año ha sido muy sencillo y ocurrió en un solo día. Vino por parte del cole de mi hijo. Se trata de un colegio público. En septiembre, como todos los colegios de España, abrieron las puertas para iniciar el nuevo curso.

No tenían presupuesto. No tenían subvenciones. Durante el verano, pelearon, buscaron y reunieron voluntarios de todo tipo para conseguir acondicionar las instalaciones, renovar los patios y transformarlos en lugares de fantasía para que los críos regresaran sin miedo, a pesar de las clases-burbuja, las mascarillas y todos los demás cambios que implicaban las nuevas medidas anti-covid.

Mi mantra, mi lema en estos tiempos de pura supervivencia, es tan sólo una imagen del primer día de colegio: el propio director estaba en la cola de entrada de los alumnos, con una sonrisa y una bienvenida, tomando la temperatura a todos y cada uno de los niños que entraban por la puerta. Este hombre frágil, de ojos grandes, cansado hasta la extenuación, me ofreció la única respuesta posible al cómo más importante de este año.

Levantarse, hacer y actuar, eso es todo.

Os quería compartir este vídeo del programa El Hormiguero. Una pregunta a este cantante llevó espontáneamente a este discurso del presentador. Es bestial.

Y por aquí nos veremos, lectores. Misma operativa que el confinamiento anterior: mucha música, mucha escritura, mucha lectura, cero noticias, chocolate y un poco de paciencia. Espero que estéis todos bien, sea cual sea el momento que viváis en vuestra parte del mundo.

Nos vemos en los balcones.

ó

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