Revista Cocina

Diario de Juventud: La Biblioteca

Por Enviado Del 74 @enviado74

Los recuerdos se aglomeraban en la cabeza de Joan por momentos. Empezó a recordar como nunca antes lo había hecho, aquellos momentos de infancia que durante tantos años le habían dado Felicidad. Sí, Felicidad en mayúsculas, donde jamás se sintió desprotegido, solo, ni triste. Esos años de vida que uno ve pasar rápidamente en su afán de crecer, y no valora como adulto aquellos momentos que de niño se disfrutan: Unos padres, una familia, una mascota, y como no, una pandilla de buenos amigos.

Con casi catorce años recién cumplidos, junto con su primer "mejor-amigo"Javier, formaron aquella primera pandilla muy al estilo de la saga de libros como "Los Cinco juntos otra vez", aunque en este caso, paradójicamente, fueron un grupo de cuatro… por lo que Dingo, el pastor alemán del amigo "Torrejón", hacía las veces de quinto del grupo.

Aquel pasar de páginas fue ver, lo maravilloso que era tener un libro de vida, aquel Diario de Juventud cargado de breves notas hasta cumplir la mayoría de edad, de la cual no quedaba ningún vestigio.

Una tristeza invadió su pensamiento. ¡No se lo podía creer!, no tenía ningún recuerdo de juventud más allá de los dieciocho años. Bueno sí, un apunte en las páginas finales, que más allá de contraseñas para el ordenador, aparecía una receta de "Cómo preparar sopa a la Langosta", con una letra muy parecida a la de su madre.

En plena reflexión, se dio cuenta que había pasado toda su vida enmendando y remendando lo que hacía y deshacía año tras año, pero no había dejado constancia escrita en ninguna parte, algo que para alguien tan metódico como él, era imperdonable.

Cayó en la cuenta de que la esencia de un diario radica en la niñez y en su adolescencia, la juventud y también la madurez. Si uno es capaz de leerse a sí mismo, es capaz de aprender y de enseñar a otros lo que él experimentó, qué consecuencias tuvo y el aprendizaje que se consiguió en vida.

- "El que escribe y no lee, es como el que mea y no se pee" -, venía escrito en una de las páginas. No paró de reírse durante unos minutos, rememorando el momento de pandilla, con el "autor", su amigo Pepe.

Tras esta reflexión, se levantó del sofá, miró el reloj y ya eran más de las siete de la tarde. No podía faltar a la cita de cada viernes con su aún y fiel amigo Javier.  

Una ducha rápida, una afeitada veloz, ropa informal, pero arreglada para la ocasión, con vaquero azul marino, camisa rosa, móvil, - "y dni, no vaya a ser que me lo exijan al entrar a un Disco-Pub" - pensó para sus adentros al tiempo que sonreía.

Echó un vistazo por la ventana, parecía que había parado de llover, cogió un paraguas ligero, y envió un Whatsapp a Javier con un - "no te escapes, que voy para allá" -, al tiempo que cerraba la puerta y echaba la llave.

LA BIBLIOTECA

Mientras caminaba hacia el negocio de Javier fue pensando en su "historia de amistad" y cómo éste había aguantado su forma de ser durante 37 años, ya que ambos eran de la misma quinta. – "Esto es un amigo y lo demás son tonterías" -, rememoraba.

Javier trabajaba como propietario de una Librería en el centro de la ciudad, "LEGERE TEMPUS", muy conocida por la gran cantidad de libros que contenía. Libro que no encontraras, Javier más tarde o más temprano, daba con él. Ambos tenían gustos muy parejos y coincidían en las temáticas: de investigación, ciencia ficción, viajes fantásticos a ciudades perdidas, y aquellos que contenían grandes dosis de misterio.

Sólo tardó veinte minutos en llegar, la tarde se había quedado fría tras el frente tormentoso y el paso ligero le hizo entrar en calor. Llegó a aquella puerta de madera maciza del siglo XVII tan bien conservada, y entró.

Diario de Juventud: La Biblioteca


Entrar a aquella Librería, era entrar en otra dimensión. Javier como buen aficionado a la saga de Harry Potter, la había decorado en los últimos tiempos al estilo de la famosa librería de Londres, pero con ciertas limitaciones. Aunque disponía de una segunda planta, no pudo ampliar las dimensiones de la librería por falta de dinero y permisos de construcción al ser un edificio del siglo XVII y en pleno centro de la ciudad. Además, esa segunda planta la utiliza como vivienda, y mudarse a otro piso suponía una inversión mayor y como él siempre decía: “ahora, no es el momento de grandes inversiones”Una vez dentro, dejó su paraguas en aquel paragüero de madera, a la vez que fue delatada su presencia con el tintineo de la puerta. Dio las buenas tardes a los clientes presentes, y saludó a su buen amigo Javier, que se encontraba ordenando nuevas ediciones.- Javi, buen amigo, cuánto tiempo sin vernos -, al tiempo que lo abrazaba y le guiñaba un ojo. - ¿No tendrás por casualidad unos diarios?, encontré uno por casa y me ha dejado pensativo, dado que desde los veinte años en adelante no tenía nada escrito, a excepción de una vieja receta que escribió mi madre, ¡jaja! -- ¡A ti tenía ganas de verte, viejo truhan!, recordarte que lo olvidao, ni agradecío ni pagao. Te fuiste hace dos semanas con el ejemplar de “El Secreto Egipcio de Napoleón” sin pagar… ¡la confianza que da asco, ¿eh?! –, hablaba a Juan al tiempo que se tronchaba de risa y le hacía movimientos con la mano para que aflojara la cartera.Una vez pagado el libro y borrado de la lista de “amigos morosos”, volvió a retomar el motivo de su visita: - Sé lo que quieres, picarón -, dijo Javier al tiempo que le daba una palmada en la espalda. – Dame diez minutos que voy a la trastienda. Mientras si quieres mira el stand de novedades, pero recuerda, los libros se ojean y después se compran… ¡pagándolos! -, y se marchó riéndose al tiempo que caminaba dirección a la trastienda, aquella donde guardaba sus reliquias literarias. Se retrasaba. Ya habían pasado casi veinte minutos y no volvía. Por él no tenía prisa, Javier cerraba el negocio sobre las nueve, salvo los viernes que cerraba a las ocho de la tarde, que aprovechaban para irse a cenar juntos.Observó cómo varios clientes se impacientaban en caja para pagar los libros, o preguntar por algún ejemplar en concreto.Le recordó que Javier siempre le decía lo mismo: - ¿Cuándo vas a dejar tu trabajo en la oficina para venirte aquí conmigo a vender libros?, podríamos ser socios, un fifty, fifty… - .Siempre le decía lo mismo: - los amigos dejan de ser amigos cuando se convierten en socios. Otra cosa es que te eche una mano cuando tienes épocas de fuerte venta, y tú, altruistamente me lo recompenses con unas cervezas. Para mí así está más que pagado -.Por lo que al ver que se retrasaba, se colocó detrás de la caja para ayudar y que no perdiera clientes.Después de tropecientos clientes, perdió la noción del tiempo. Una vez atendió al último, miró el reloj, y ya eran más de las ocho. – Hora de cerrar, y ni rastro del jefe -, pensó.Preocupado por si le había pasado algo, agarró las llaves de la tienda que se encontraban debajo de aquella vieja y antigua caja registradora, para después echar el cierre por dentro. Bajó los estores, apagó algunas luces, pero dejando sólo las necesarias para mantener una iluminación tenue, y poder moverse entre los libros, sin necesidad de chocarse con los estantes, al tiempo que caminaba hacia la trastienda.- ¡Javier, déjate de juegos, que ya se han ido todos con sus libros, sólo quedamos tú y yo! -. Nadie contestó, dicho lo cual le preocupó pensando que algo grave había podido ocurrir. [Continuará...]


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