A propósito de la reciente tragedia de Haití, algunos medios de comunicación han vuelto a formular la pregunta que otros ya habían planteado cuando el 11-S y el 11-M: “Pero, ¿dónde estaba Dios?”.
Algunos no pueden comprender la existencia del mal en el mundo: “Si Dios es tan bueno, por qué hay terremotos, guerras y violencia –maldad, en suma- en este mundo que, se supone, ha salido de sus manos?”. Sé que no es fácil de entender y, ciertamente, lo sucedido en Haití no tiene explicación humana: hay que recurrir a la Fe para hallar respuestas. Dios está en cada moribundo, en cada persona que llora y sufre; aunque no le veamos.
Pero en lo que respecta a la maldad que deriva de nuestras decisiones (las guerras, las matanzas, la injusticia generalizada) sí podemos encontrar explicaciones; y no sólo desde la Fe. Porque está claro que somos libres, y más claro aún que Dios no quiere servidores esclavos, ni hombres que automáticamente obren el bien sin comprometer su libertad.
Es cierto que nos ha dado los instrumentos para lograr una sociedad justa y buena: nos ha dado su doctrina y su mandamiento de la Caridad (“Amaos os unos a los otros”); nos ha dado la naturaleza humana y ha grabado su Ley en nuestros corazones; nos ha dado su gracia, su ayuda y, sobre todo, nos ha dado su ejemplo muriendo en la cruz por nosotros: un ejemplo de amor y de perdón, y no de odio ni de barbarie. Pero ama tanto nuestra libertad, que nunca nos hará buenos a pesar nuestro. Tenemos a nuestro alcance todo lo necesario para ser buenos, pero de nosotros depende que lo seamos y que lo sea nuestra sociedad.
A este respecto, viene como anillo al dedo aquella historia de los barberos y Dios:
“Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos entabló una amena conversación con la persona que le atendía. Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas. De pronto tocaron el tema de Dios y el barbero dijo:
- Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice.
- Pero, ¿por qué dice usted eso? - preguntó el cliente.
- Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O dígame, ¿acaso si Dios existiera habría tantos enfermos, tantos niños abandonados? Si Dios existiera no habría sufrimiento, ni odio, ni guerras… Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.
El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión. El barbero terminó su trabajo y el cliente salió de la tienda. Nada más salir de la peluquería, vio en la calle a un hombre con la barba sucia y el cabello largo, lleno de greñas. Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero.
- ¿Sabe una cosa?, los barberos no existen.
- ¿Cómo que no existen? - preguntó el barbero - si aquí estoy yo, y soy barbero.
- ¡No! -dijo el cliente - no existen, porque si existieran no habría personas con el pelo sucio y la barba tan grasienta como la de ese hombre que va por la calle.
- ¡Ah!, los barberos sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen a mí.
- ¡Exacto! -dijo el cliente – Ahí está la respuesta a su pregunta. Dios sí existe; lo que pasa es que las personas no van a Él ni quieren seguir su mensaje. Por eso hay tanto dolor y tanta maldad en el mundo".