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Iván IV tras haber matado a su propio hijo, de Ilyá Repin
En la gran plaza de Kremlin los obreros instalaron diecisiete horcas, un enorme caldero lleno de agua colgado encima de un montón de leña y una sartén del tamaño de un hombre; también tensaron unas cuerdas para cortar en dos los cuerpos por frotamiento.
El Grande, El Hermoso, El Sabio... De todos los sobrenombres que los monarcas tienen a su disposición, el que Iván el Terrible eligió le iba que ni pintado, y no sólo por esa cita introductoria tan ilustrativa.
Convencido de ser descendiente directo de César Augusto, Iván IV Vasílievich quería hacer de Rusia la Tercera Roma, tras el Imperio Romano de Occidente y el de Bizancio, y por ello fue el primer gobernante ruso en proclamarse zar ('césar'). Se sentía elegido por Dios para servirle a Él y a su país, y si para cumplir su misión tenía que actuar de manera implacable, así lo haría. Iván sólo se sentiría obligado a responder ante Dios. Nos dice Troyat:
Para él, escuchar a los demás era dejar de reinar. Su poder no se apoyaba en el pueblo, sino en Dios. Y no veía a Dios como juez, sino como socio. O incluso como cómplice.
No fue hasta la segunda mitad de su reinado cuando empezó a conocérsele como "el Terrible", pero en realidad el adjetivo грозный (groznyi) significa en ruso algo así como "formidable", "amenazador", o más bien, "inspirador de temor", es decir, Iván era terrible como Dios mismo es terrible.
Un moribundo Basilio III bendice a su hijo Iván
Nuestro zar forma parte de esa galería de gobernantes que han pasado a formar parte del imaginario colectivo, no sólo en su país, sino también en todo occidente. Sin embargo, a diferencia de Enrique VIII, María Antonieta o Vlad el Empalador, de cuyas vidas conocemos al menos un detalle que nos permite hablar de ellos como expertos, de Iván el Terrible poca gente sabe más que lo que nos dice su nombre, a saber, que era ruso y terrible.
La Rusia que hoy conocemos, es decir, el país que, aun tras la desintegración de la URSS, sigue siendo un territorio gigantesco, debe en gran medida sus fronteras a Iván IV Vasílievich, que consiguió anexionarse los anhelados janatos tártaros de Kazán y Astracán, así como el inmenso territorio de Siberia. Del mismo modo, si bien nuestro héroe no modernizó el país, que siguió considerablemente retrasado respecto a Europa, sí logró unificarlo bajo su única autoridad, impidiendo así que en el país se consolidara un régimen feudal a manos de los boyardos. Este logro constituye el inicio de la autocracia rusa, que muchos ven aún hoy personificado en Vladimir Putin.
La Catedral de San Basilio, encargada por Iván para conmemorar la conquista de Kazán
Nuestro héroe heredó el trono a los tres años de edad. Su padre, Basilio III, lo nombró sucesor en su lecho de muerte y en presencia de los boyardos, a los que no les hizo puñetera la gracia obedecer a un mocoso y a su madre, Elena Glinskaya, que sería Regente. Elena, hija de un tránsfuga lituano, era de familia católica y, para colmo de horrores, había sido educada muy " a la alemana", es decir, tenía una cultura y una libertad de costumbres inusitadas en aquella Rusia anclada en el oscurantismo. Pero no era su educación el mayor obstáculo para ser aceptada por los boyardos, sino el menguante poder e influencia de éstos desde tiempos de Iván III, y el rechazo que, por tanto, sentían ante cualquier monarca que no fuera un mero títere en sus manos.
Iván junto a su madre moribunda, en la película de Eisenstein
Elena gobernó como regente durante cinco años más, hasta que murió, posiblemente envenenada por los boyardos. Iván siempre albergó esa sospecha, y algunos análisis recientes sugieren que no iba desencaminado. Nuestro héroe, pues, se quedó huérfano a los ocho años. Desde aquel momento, los boyardos dejaron de lado a Ivancito, ocupados como estaban en pelearse entre ellos y olvidando que, por la cuenta que les traía, al niño también deberían haberle dado jarabe. Iván, por su parte, se dedicó a acumular rencor contra los boyardos, sabedor de que su momento llegaría.
El momento llegó el día que, durante un banquete al que había invitado a los boyardos, los acusó de haber abusado de su juventud y de haber gobernado de manera injusta y cruel. Al príncipe Andrei Shuiski no se le ocurrió nada mejor que reírse de Iván y ningunearlo, y llegó a poner las botas en su cama. Iván, que a la sazón contaba con tan sólo trece años, se la jugó y ordenó su arresto. La jugada le salió bien, los guardias arrestaron a Shuiski y lo lanzaron al patio donde estaban los perros de caza, que lo devoraron vivo. Habemus zar!
Iván conquista la ciudad de Kazán, de A. D. Kivshenko
Cuatro años más tarde, Iván se casaba con Anastasia Románovna y era coronado zar. Desde el primer momento, se mostró como un gobernante implacable, devoto de Dios, entregado a la causa del pueblo ruso, ansioso por la conquista de nuevos territorios en el este y por consolidar una porción de la costa báltica. Rusia debe a Iván, como ya he dicho, la anexión de Kazán, arrebatado a los tártaros, y el mundo entero le debe la icónica Catedral de San Basilio, construida en conmemoración de dicha conquista. No obstante, pese a sus gloriosas conquistas, Henri Troyat nos presenta a lo largo de su extraordinaria biografía un Iván bastante poco heroico que siempre está en segunda fila de batalla, y que no duda en columpiarse posteriormente sobre las gestas de sus generales.
Las cosas empezaron a torcerse para Iván y, sobre todo, para los boyardos, en 1553, cuando el zar cayó gravemente enfermo. Convencidos de que su señor tenía los días contados, los boyardos empezaron de nuevo a intrigar por la sucesión. Iván redactó un testamento en el que señalaba como sucesor a su hijo Dmitri, de apenas unos meses de edad. Mientras una facción de los boyardos aceptaba someterse a la última voluntad de su zar, otra facción se inclinaba por entregar el poder a Vladimir Andréyevich, príncipe de Staritsa y primo hermano de Iván. Pero inesperadamente, Iván se recuperó y, de manera todavía más inesperada, no tomó medida alguna contra los boyardos traidores, sino que aceptó de aparente buen grado sus temblorosas manifestaciones de alegría por su recuperación. Es posible que, durante su enfermedad, las súplicas de Iván a Dios hubiesen sido acompañadas por promesas de buena conducta (que, naturalmente, habría que esperar un tiempo antes de romper). De todos modos, a partir de ese momento, Iván el Terrible nunca volvió a tener plena confianza en nadie.
Los oprichniki dando una lección a un boyardo y su familia
Las atrocidades que llegaría a cometer Iván IV a lo largo de su vida incluían empalamientos, descuartizamientos, desollamientos, personas asadas vivas, destripadas por osos, prisioneros quemados vivos y todavía me guardo alguna de excesivo mal gusto. Su abogado defensor alegaría hoy enajenación mental transitoria provocada por un profundo trauma. Porque Iván no siempre fue Terrible. Si bien es cierto que de niño mostraba gran afición por torturar bichos, su carácter se había atemperado relativamente gracias a la influencia de la zarina, Anastasia Romanovna. Así, el día en que la zarina murió, de manera repentina e inesperada, algo se rompió definitivamente en el alma de Iván. Al igual que con su madre, el zar sospechó que su esposa había sido envenenada (en su gran película sobre el personaje, Eisenstein señala directamente a Eufosina, tía del zar y madre de Vladimir Andréyevich), lo cual probablemente terminó de desquiciar a Iván.
Aparte de sus conquistas, otro ejemplo del gran legado de Iván a la posteridad es la oprichnina, que puede considerarse precursora del KGB. Fue sobre todo debido a los desmanes de los oprichniki que Iván aterrorizó al pueblo ruso a lo largo de las dos décadas siguientes. La oprichnina era su guardia personal, que constaba de 6.000 mercenarios, quienes según Troyat procedían de las clases más bajas, aunque otros historiadores sostienen que en su origen estaba formada por miembros de la nobleza.
Los oprichniki, de Nikolai Nevrev
Los orígenes de esta guardia personal (en realidad, el término oprichnina también se refiere al territorio donde esta guardia tenía carta blanca para actuar) hay que buscarlos principalmente en los estragos que la Guerra Livona causó en la economía rusa. El descontento llevó al príncipe Andrei Kurbski, hombre de confianza de Iván, a desertar y pasarse a las tropas lituanas. Eisenstein, por su parte, achaca la traición de Kurbski a su ambición por convertirse en zar. (Hay que recordar, al hablar de la película de Eisenstein, que en los años 40, en el apogeo del estalisnismo, la figura de Iván IV estaba siendo objeto de revisión por los historiadores soviéticos con el fin de hacer de él un gran líder del pueblo ruso, comparable en grandeza al Padrecito de los Pueblos. Stalin, naturalmente, sentía gran admiración por Iván Vasílievich). Iván nunca perdonó a Kurbski su traición, y ambos se entregaron a una vitriólica relación epistolar que no tiene desperdicio, y que en ocasiones se asemeja a un foro político de internet:
... Y ahora callo, porque ya dijo Salomón que no hay que gastar palabras para dirigirse a los tontos, y tú eres uno de ellos.
A lo que el otro responde:
Deberías avergonzarte de escribir como una vieja y enviar una carta tan mal redactada en un país donde no faltan buenos conocedores de la gramática, la retórica...
Y así, una carta tras otra. En todo caso, la traición de Kurbski afectó sobremanera a Iván, que abandonó Moscú con destino desconocido, para, un mes más tarde, anunciar su abdicación en una carta al pueblo, en la que acusaba a los boyardos y a la iglesia de haber traicionado a Rusia. No queda claro si todo fue una astuta jugada de Iván, o si fue mera casualidad, pero el resultado no pudo ser mejor para el zar: al pueblo le entró el cangueli y partieron multitudes en peregrinación a la residencia del zar en Alexandrova Sloboda para implorarle que regresara. Iván accedió, con la condición de recortar todavía más los privilegios de los boyardos y de la iglesia, y de gozar él mismo de un poder absolutamente ilimitado. El pueblo, enemistado desde hacía tiempo con los boyardos, dijo que sí a todo, sin saber la que se le venía encima. Era el comienzo de la verdadera autocracia en Rusia.
Nikolai Cherkassov, el Iván de Eisenstein...
Uno de los episodios más negros del reinado de Iván IV fue la masacre de la ciudad de Nóvgorod. Los habitantes de esta ciudad, conquistada por Iván III, abuelo de nuestro amigo, añoraban su independencia, que, merced al comercio con Lituania y Suecia, les había permitido convertirse en una gran y próspera ciudad. Este descontento de la ciudad hacía sospechar al zar, cuya paranoia aumentaba por momentos, que se estaba gestando alguna traición, por lo que encargó del caso a la oprichnina. Sn entrar en detalles sobre las atrocidades que cometieron los oprichniki, baste decir que Nóvgorod, una de las ciudades más antiguas de Rusia, y la tercera más grande en aquella época, nunca volvió a recuperarse de aquel golpe.
... y Piotr Mamónov, el de Lungin. Poeta, rockero e impresionante actorazo
Aparte de su crueldad, Iván IV parecía tener un insaciable apetito sexual. Antes de ser coronado zar, ya había poseído a cientos de mujeres, y su voracidad continuó a lo largo de toda su vida. Llegó a tener ocho esposas diferentes, pero sólo dos de sus hijos llegaron a la edad adulta. Uno de ellos era Fiódor, que sufría una discapacidad mental y que aún así llegó a ser coronado zar, aunque el poder de facto lo tuviera su ministro Boris Godunov. Con Fiódor se extinguió la dinastía de los Rurik. El otro, el mayor, era Iván Ivánovich, quien, aunque nunca llegó al trono, era de hecho el primero en la línea de sucesión.
Los habitantes de Novgorod huyen ante la llegada de los oprichniki
Zar y zárevich eran uña y carne. Iván Ivánovich sentía admiración hacia su padre, y éste estaba más que orgulloso de su hijo, que además de ser culto y valiente, había heredado su exquisita sensibilidad. Era entrañable verlos a los dos juntos deleitándose con las torturas de sus víctimas, y cuentan algunos cronistas que se intercambiaban las amantes. Parece ser que la última tortura que presenciaron en mutua compañía fue la de Eliseo Bomelius, proveedor oficial de venenos de la corte, a quien asaron vivo. Poco después, el zárevich hizo un comentario fuera de lugar sobre el modo en que Iván llevaba a cabo la guerra contra Polonia y, luego, otro comentario a destiempo que Iván oyó por ahí terminó por agriar la relación. Así, un mal día, Iván se encontró con su nuera en una sala de su residencia. Elena Sheremeteva se había ganado el cariño de su esposo y, hasta entonces, la aprobación de Iván, que no era precisamente un suegro fácil y que había forzado a su hijo a encerrar a sus anteriores esposas en un convento. Al ver a Elena de una guisa que él consideraba impropia de una futura zarina, la golpeó con tanta violencia que, según Troyat, le provocó un aborto. Cuando el zárevich quiso afearle la conducta, Iván, paranoico perdido, creyó ver un conato de rebelión, y con su cetro le atizó un mandoble en toda la cabeza. Iván Ivánovich murió cinco días más tarde.
El zar meditando junto al lecho de muerte de su hijo, de Viacheslav Schwarz
En sus últimos años, deprimido, atemorizado por las consecuencias para su alma que iba tener en el Juicio Final su vida de iniquidad, a Iván no se le ocurrió otra cosa mejor que hacer que una lista de todas las personas que había ordenado matar a lo largo de su vida. Es de suponer que en esa lista sólo tenían cabida las víctimas cuyos nombres era capaz de recordar, dado que la susodicha apenas llegaba a unos 3.700. Huelga decir que allí no están, por ejemplo, las decenas de miles de víctimas de la masacre de Novgorod.
He aquí una muestra del retrato psicológico que hace Troyat de este Iván aterrorizado y desquiciado.
Había unificado el país pese a la oposición de los boyardos. ¿Habría conseguido ese resultado glorioso de no haberse librado de sus peores enemigos mediante la tortura? ¿Qué importancia tenían unos miles de cadáveres martirizados frente a todos los pueblos, todas las tierras conquistadas para Rusia? Pero con Dios nunca se sabe. Después de haberle respaldado siempre, el Altísimo era capaz de reprocharle, en el último momento, la hecatombe de Nóvgorod, o sus matrimonios excesivos, o el asesinato del zárevich. Este último acto de violencia podía ser la gota de sangre que desbordara el vaso. No, no, porque Dios también era responsable de la muerte de su hijo, Cristo. Había dejado que Jesús muriea en la cruz. Dios y el zar, ambos asesinos de sus hijos, estaban destinados a entenderse.
Vasnetsov hizo el retrato más conocido de Iván el Terrible
A lo largo de la historia ha habido numerosos personajes de una crueldad sin límites que se han convertido en verdaderos héroes nacionales y, aún hoy, no han pérdido un ápice de esa aura gloriosa. Así, por ejemplo, no son pocos los rumanos que consideran que el sadismo de Vlad el Empalador no era mayor que el de otros gobernantes de la época, y que, por el contrario, fue esa mano dura la que salvó al país, e incluso a Europa, de las garras del turco. También en Rusia, del terrible Iván a menudo se han dejado de lado sus desmanes para centrarse en su gran legado: la modernización (muy relativa) del país, con un nuevo código de leyes; la creación del Zemski Sobor, el primer parlamento ruso; y la fundación de un gran estado transcontinental, multiétnico y pluriconfesional. Esta benevolencia con el déspota no se da sólo en la sociedad y entre los historiadores, sino que parece ser que también en los cuentos folklóricos la figura de Iván suele aparecer como un benefactor de los oprimidos. Supongo que nada de esto puede sorprendernos hoy, en un mundo en que son tantos los que prefieren olvidar los crímenes de los dictadores de ayer y reivindicarlos por sus supuestas buenas obras.
Iván murió durante una partida de ajedrez
Llevo unos días sumido en una fiebre por Iván el Terrible que está poniendo en peligro mi matrimonio.
Cariño, ¿qué podemos ver esta noche?
Iván el Terrible, de Eisenstein.
Cariño, ¿qué podemos ver esta noche?
La segunda parte de Iván el Terrible, de Eisenstein.
Cariño, ¿qué podemos ver esta noche?
El zar, una película rusa de 2009 sobre... Iván el Terrible.
Cariño, ¿puedo cerrar estas treinta ventanas que tienes abiertas en internet?
Sólo las que no sean sobre Iván el Terrible.
Dos semanas escribiendo esta entrada, y todavía me pierdo de enlace en enlace, leyendo más y más sobre el personaje y su tiempo. Y tengo la sensación de que no he dicho nada, ¡con todo lo que hay para contar! No he dicho nada de los hombres que rodeaban a Iván, como por ejemplo el odioso Maliuta Skuratov, líder de los oprichniki y una especie de Dzerzhinsky de la época. Tampoco he hablado de sus rivales, como del transilvano Esteban Báthory, que además de ser un personaje la mar de interesante, era tío de Isabel Báthory, la mayor asesina en serie de la historia, y de quien quizá hable en otra ocasión. No he mencionado más que de pasada a Bomelius, el envenenador y astrólogo holandés que acabó quejándose al zar de que le tenía frito. Tampoco he hablado de la relación de Iván con Isabel I de Inglaterra, con quien quería llevar esas relaciones un poco más allá de lo meramente comercial (según parece, encargó al viajero y explorador Anthony Jenkinson que sondeara con discreción a su Majestad. Una especie de "pregúntale si sale con alguien"; para entendernos). Y apenas he mencionado de pasada las películas de Eisenstein y de Lungin. Cuatro palabras sobre ellas:
La de Eisenstein, rodada en plena guerra y con los alemanes invadiendo el país, tenía el beneplácito, naturalmente, de Stalin, gran admirador de la figura de Iván. Estaba concebida como una trilogía, pero la realización de la tercera parte se detuvo cuando se anunció que la segunda no se iba a estrenar: no le había gustado al Padrecito de los pueblos. Este Iván el Terrible me ha parecido extraordinario, como casi todo lo que hizo este director. Escenas bellísimas, gran música de Prokofiev, interpretaciones entrañablemente histriónicas por parte de todo el reparto ("¡Oh, muero envenenada!"), y cada fotograma, una obra de arte. Eisenstein dio una gran relevancia al personaje de Efrosinia Staritsa, que apenas aparece en el libro de Troyat, e incluso se tomó la licencia poética de alterar los hechos históricos con el fin de dar un mayor dramatismo a la muerte de Vladímir, hijo de Efrosinia.
Por su parte, la versión de Pável Lungin se centra sobre todo en la relación entre Iván y el metropolita Felipe, quien osó plantar cara al déspota y acabó como podemos imaginar. Realizada en 2009, El Zar es, obviamente, muchísimo más realista, desde todos los puntos de vista, que la de Eisenstein. Los personajes, desde el zar hasta el último campesino, son absolutamente creíbles en su papel: sucios, andrajosos, con el pelo grasiento y enmarañado y los dientes podridos. Las escenas de violencia son francamente desagradables; la ambientación, impecable; la fidelidad a la historia, yo diría que absoluta. En conjunto, se trata de una película muy... bastante... Hm, es difícil describirla, dado que las atrocidades más espantosas e inhumanas cometidas por los oprichniki son un juego de niños al lado de los subtítulos de esta versión. Gajes de internet, supongo. Pero también supongo que si, a pesar de ellos, he disfrutado tanto con la película, es porque ésta es excelente.
En resumen, un Troyat extraordinario como siempre, perfectamente acompañado por el maestro Eisenstein y por Lungin, un director al que no conocía, y que hace honor al fascinante personaje de Iván el Terrible.