Con un objetivo claro e irrenunciable, el de volver a Alemania con tres puntos, el Borussia Dortmund llegó a Manchester convencido de que podía superar, en el resultado y especialmente en el desarrollo del juego, a un rival que, a pesar de sus nombres y la continuidad de la mayoría del plantel hace al menos una temporada, está muy lejos de alcanzar el verdadero potencial que deberían conformar la unidad de sus figuras.
Con jugadores quizás del mismo talento que los del equipo inglés pero con una trascendencia y un valor económico tremendamente inferior, el conjunto alemán dejó todos los prejuicios afuera de su excursión al City of Manchester, y de la mano de la actitud y la iniciativa que tanto se le reclama al Manchester City cada vez que le toca jugar de visitante, dominó a placer y de principio a fin uno de los partidos que a priori se presentaba como el segundo más complicado de la fase de grupos.
Más allá del resultado final, que terminó arrojando un empate a uno por un accidente cuando ya todo parecía indicar la victoria de los teutones, el Borussia supo darle una verdadera lección a domicilio al pálido equipo de Roberto Mancini. Con una propuesta que se podría resumir en la búsqueda de realizar todo lo contrario a lo que hace el Manchester City, los dirigidos por Jurgen Klopp se adueñaron de la pelota a través de la exquisita dupla que forman Ilkay Gundogan y Mario Gotze y especialmente por la constante presión que realizó mediante sus hombres de ataque.
El City, en cambio, mostró su peor cara, esa que se caracteriza por la excesiva dependencia de lo que puedan hacer sus mejores individualidades. Y en medio de una noche negra para David Silva y Touré Yaya, sus dos principales generadores de juego, los ciudadanos se convirtieron en un equipo largo y previsible, con un mediocampo endeble y sin conexión alguna con Edin Dzeko y Sergio Agüero, que se vieron aislados durante gran parte del encuentro.
Lejos de ser salvado por algún arresto individual de alguno de los grandes talentos con los que cuenta de mitad de cancha en adelante, esta vez el último campeón de la Premier League, que tuvo a Carlos Tévez sentado en el banco durante los 90 minutos, se aferró al empate en dos grandes fundamentos. El primero, que evitó la goleada, fue su arquero, Joe Hart, que con una enorme actuación y varias atajadas dignas de los clásicos resúmenes de fin de año, se convirtió en la gran figura del partido. El segundo, que llegó solo por la inercia de buscar un empate milagroso, lo encontró en la polémica decisión del árbitro Pavel Kralovec, que señaló un penal por una mano supuestamente intencional de Neven Subotic cuando apenas faltaban dos minutos.
Así, con una actuación que tuvo un premio menor que el merecido pero que probablemente haya marcado un antes y un después del conjunto alemán en la Champions League, el Borussia se ubicó en la segunda posición del grupo y mantuvo la ventaja de tres puntos sobre el Manchester City, que quedó tercero con apenas una unidad.