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El gran impostor

Publicado el 09 junio 2019 por Josep2010

Perteneciente a la generación de directores surgidos del incipiente campo televisivo, Robert Mulligan (del que hemos comentado ya dos películas anteriormente) abandonó definitivamente la pequeña pantalla en 1960 y lo hizo rodando dos películas protagonizadas por Tony Curtis la segunda de las cuales curiosamente se estrenó en Italia como primicia en las navidades del mismo año y por ello en ocasiones aparece su ficha como datada en 1961: se trata de The Great Impostor (1960), estrenada en España como El gran impostor en el año 1962 sin que pueda entenderse la demora salvo rocambolescas decisiones de la censura imperante.
El gran impostor
Basada en una novela de Robert Crichton escrita a modo de biografía de Ferdinand Waldo Demara y guionizada por Liam O'Brien, nos presenta una serie de sucesos protagonizados por un sujeto del que llegaremos a dudar cómo se llama realmente.
Desde el primer minuto Mulligan dirige con fluidez, sin violencia alguna, concisión y elegancia una historia que arranca en una detención inexplicable de un apuesto y risueño profesor de un colegio infantil al que se presentan las fuerzas policiales y que, vistas por el maestro, calmadamente se despedirá de los niños y niñas que le miran inquietos y plácidamente, como quien va a paseo, entrará en el coche policial que le lleva a un barco donde sin más miramientos le esposarán a una cama que está dentro de un camarote cerrado con llave, pese a las protestas del sujeto, que educadamente se queja por innecesaria precaución, pues ¿donde iría saltando del barco?
El tipo en cuestión, una vez solo, fácilmente abre las esposas con un cortaúñas y se tiende en el camastro, recordando cómo empezó todo...
Mediante el uso inteligente del flashback Mulligan se remonta cronológicamente hasta la infancia, donde conocemos el entorno básico del personaje para saltar inmediatamente al primer encontronazo que tiene con el sistema establecido: hay una no muy acentuada pero tampoco velada crítica a una burocracia sujeta a normas inalterables e inamovibles que el protagonista afrontará con rebeldía, incapaz de someterse y ello le va a llevar a una carrera de falsedades y simulaciones en las que no hay rastro de criminalidad aparente.
Porque quizás a causa del origen de todo, esas conversaciones entre Robert Crichton y Ferdinand Waldo Demara que sirvieron al autor para escribir su novela posiblemente fuesen controladas por el protagonista de la historia dulcificando sus aventuras, evitando entrar en detalles que pudiesen perjudicarlo. Sea como sea, lo cierto es que Mulligan se acoje al guión que le facilitan y ante la tesitura de no disponer de elementos incriminatorios del protagonista, se dedica a remarcar que a través de todas sus aventuras y simulaciones siempre se produce con natural simpatía de seductor nato, remarcando no la búsqueda de un beneficio material pero sí el intento de hallar un lugar en el mundo que le sea apropiado, en el que sea aceptado y querido.
Esa perspectiva adoptada por Mulligan la refuerza con una filmación dotada de mucho ritmo al evitar pasajes innecesarios, transitando de un episodio a otro y de un lugar, incluso un país, a otro con ligereza y celeridad, no en vano la historia se ha iniciado en un flashback y son los recuerdos del protagonista los que nos relatan su historia, cumpliendo con lógica una visión amable del propio personaje y también, hay que decirlo, de todas aquellas personas con las que se va encontrando en su camino, incluídos los agentes del orden que de vez en cuando le interrumpen y capturan.
Mulligan tiene la gran suerte de contar con Tony Curtis como protagonista: sin aparente esfuerzo el apuesto intérprete se adueña de la cámara en una composición de seductor capaz de hacerse pasar lo mismo monje que médico, militar o experto en prisiones, siempre con la inteligencia precisa y necesaria para desempeñar la ocupación dejando tras de sí personas agradecidas y Curtis logra jugar perfectamente la doble cara ante terceras personas y la inquietud de la duda y la zozobra del personaje al enfrentarse a una nueva simulación. Cuenta además Mulligan con algunos secundarios de lustre como Gary Merrill, Karl Malden, Joan Blackman y Edmond O'Brien que en diferentes momentos proporcionan eficaz soporte al protagonista: es una de esas películas en las que el "actor supporting" resulta imprescindible, porque sobre los hombros de Curtis recae el peso de casi todos los fotogramas de una película que pese a su duración cercana a las dos horas se ve sin un suspiro, del tirón.
De esas películas que podemos catalogar en la serie B por su ajustado presupuesto y una vez más por el talento desplegado: una pieza que sin ritmo apresurado ni frenético relata una historia que, de no ser cierta, sería increíble. Muy interesante para alimentar cinefilias varias en tiempos de escasez.
Tráiler


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