Revista Cine
Y que se exhibe otra película ad-hoc a los tiempos electorales, como las recientes Colosio, el Asesinato (Bolado, 2012) -sobre el malogrado candidato presidencial priísta-, El Lenguaje de los Machetes (Terrazas, 2011) -que toca de refilón la represión en Atenco ordenada/coordinada por Calderón y Peña Nieto-, o el documental Gimme the Power (Olallo, 2012), sobre la banda Molotov y "la tragicomedia de la historia mexicana" -así dice la sinopsis de la cinta, que conste. Me refiero al documental de campaña política El Ingeniero (México, 2012), primer largometraje como cineasta del guionista Alejandro Lubezki que, con todo y sus evidentes deficiencias, resulta un documento fílmico más interesante, original y valioso que los tres filmes anteriores. Lubezki nos entrega una puntual crónica de la tercera campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, desde finales de 1999 -cuando Cárdenas renuncia a la jefatura de gobierno del Distrito Federal- hasta la noche triste del 2 de julio de 2000, cuando el equipo de campaña cardenista ve por televisión el triunfo de Vicente Fox y una voz musita, proféticamente: "es una desgracia". Por supuesto, El Ingeniero no es el primer documental mexicano sobre una campaña presidencial mexicana -en la época dorada del PRI se realizaron varios "noticieros cinematográficos" que daban cuenta de cómo adoraba todo el país a los candidatos priístas, y el documental militante proAMLO Fraude: México 2006 (Mandoki, 2007) fue muy exitoso en la cartelera comercial de hace cinco años-, pero creo que el filme de Lubezki sí es el primero que muestra cómo funciona, desde sus entrañas, los mecanismos de una campaña presidencial, con sus broncas internas, sus choques de personalidades, sus días de triunfo, sus momentos de fracaso. En ese sentido, habría que aplaudir al propio Cuauhtémoc Cárdenas y a su equipo de campaña -familiares y asesores incluidos- que dejaron que Lubezki se metiera, literalmente, hasta la cocina, de tal manera que la cámara -manejada por el propio cineasta debutante- nunca estorba ni llama la atención sobre sí misma. Lo que uno ve en El Ingeniero es un equipo de campaña comprometido con su candidato, sí; con el proyecto que él encabeza, sin duda; pero, también, un grupo de políticos que no están dispuestos a dar su brazo a torcer al momento de sus discusiones. Así, frente a un machacón Epigmenio Ibarra -encargado de los spots de la campaña a través de su compañía Argos- que cada rato trae a colación el éxito que está teniendo su telenovela "Mirada de Mujer", tenemos a un Demetrio Sodi de la Tijera claridoso que le recuerda que no están haciendo un melodrama; frente a la radicalidad de un Imanol Ordorika que se embronca con el "chucho" Jesús Zambrano y que aconseja de forma suicida terminar la campaña visitando al Subcomandante Marcos, tenemos la fría lucidez de un José Barberán que, mediciones en la mano, les sigue recordando a todos que Cuauhtémoc no levanta entre la juventud, que "los primeros votantes" están con Fox y que el hijo del general Cárdenas es, de plano, y se disculpa por la crueldad de lo que va a decir, "el candidato de la tercera edad". Pero Lubezki no sólo muestra los choques interminables en el equipo de campaña, sino también la posición de Cárdenas frente a ellos. Pocas veces lo vemos participar: lápiz en mano, toma apuntes, mira a uno o a otro y sólo cuando le tocan su interés más profundo en la política -su contacto personal con la gente- salta a defender su posición. Ante los consejos de un grupo de consultores gringos (por cierto, ¿no que no hay consultores extranjeros en las campañas?), que le aconsejan gastar todo su dinero en televisión y dejar de ir a pueblitos más alejados, Cárdenas sonríe, mueve la cabeza y aclara, tercamente: "Voy a seguir llendo a los pueblos chicos". Y, en efecto, después de esta escena, vemos a Cuauhtémoc llegar a San Antonio Velas Castillo, Oaxaca, en donde un grupo de indígenas lo recibe con música, aplausos y el infaltable bastón de mando. Lubezki no se permite en ningún momento un comentario en off ni hay cabeza parlante alguna que opine, editorialice o juzgue: lo que vemos es la selección de las imágenes que fueron tomadas por la cámara de Lubezki y editadas por Lucrecia Gutiérrez y, a través de ese flujo de escenas, después que han pasado los excesivos 128 minutos de duración de la cinta, lo que queda es el fascinante retrato personal de un político completo, de una sola pieza, hecho y derecho que, sin embargo, no pudo triunfar en parte por un equipo de campaña que nunca fue realmente compacto, en parte por la tozudez del propio Cárdenas al privilegiar una campaña de tierra (puebleando) sobre una campaña de aire (televisiva), en parte -y acaso sea ésta la razón central- por la aparición de Vicente Fox, un limitadísimo político pero muy atractivo candidato de la derecha que logró transformar un ridículo hecho en cadena nacional (el famoso episodio del "hoy, hoy, hoy" que vemos casi completo en El Ingeniero) en un irrebatible mantra de triunfo, por más que el malhablado coordinador de la campaña cardenista Lucas de la Garza augure con toda razón (¡brujo, brujo!) cómo nos iba a ir si ganaba Fox ("Si estos cabrones llegan a la Presidencia, nos va a ir de la Chingada"). Al final, en el día de la derrota, vemos a la señora Batel, a los hijos de ella y de Cárdenas, a los colaboradores de la campaña, en el mismo estado anímico: con la mirada perdida, el rostro desencajado, los ojos acuosos. No Cárdenas: él está en lo suyo, trabajando, como de costumbre; mientras todos los demás ven la pantalla de televisión, aún sin entender lo que ha sucedido, él revisa papeles, subraya líneas (¿las de su discurso de aceptación de la derrota?), levanta la vista y sale a saludar a su gente, que le brinda un largo, encendido, emocionado, aplaudo. En algún momento parece que está a punto de doblarse, pero no: "esto no se acaba, hay que seguirle", dice. Este el mejor Cárdenas de todos: el que no se quiebra en ningún momento, ni siquiera cuando lo han derrotado otra vez. El otro Cárdenas -ese sí inédito- que aparece en el documental es el enojado, el harto, el exasperado ante la frivolidad foxista: después de una kafkiana llamada telefónica con Fox, Cárdenas parece tan molesto que parece estar a punto -él, siempre tan correcto- de echar un madrazo frente a la cámara de Lubezki. "Cuando te enojas te ves mejor", le dice su mujer y, en efecto, así es: ese Cuauhtémoc duro y apasionado no lo vimos nunca públicamente en la campaña, a no ser, en un electrizante momento, en el ya mencionado episodio del "hoy, hoy, hoy", cuando Cárdenas regañó urbi et orbi a Fox, ya desesperado de la terquedad del guanajuatense. El Ingeniero sirve también, acaso inadvertidamente, para recordarnos los vergonzosos ires y venires, traiciones y permanencias, tan típicos de la clase política mexicana: por ahí vemos muy contenta a la hoy peñanietista Rosario Robles levantarle la mano a Cárdenas en algún mitin, a un muy articulado Demetrio Sodi -hoy panista de capa caída- defender sus ideas frente a sus rivales dentro del equipo de campaña cardenista, a un ascendente López Obrador nervioso caminando al fondo del encuadre mientras Cárdenas está participando en el segundo debate presidencial, y a un Vicente Fox llegando, muy echado pa'elante, a un mitín conjunto con Cárdenas en el que los dos apoyan a Zeferino Torreblanca para la gubernatura de Guerrero. "Este arroz ya se coció", gritaba un afónico Vicente Fox a la multitud, hace 12 años... "Este arroz ya se coció", dice Vicente Fox en estos días, pero invitando a votar por Peña Nieto. Excecrencias de la política mexicana. Al inicio de este largo texto -casi tan largo como la cinta misma- mencioné sus "evidentes deficiencias". Más bien, se trata de una sola: la necesidad de un montaje mucho más riguroso, que disminuya su excesiva duración de 128 minutos -demasiado mitines en demasiadas ciudades y pueblos: que si Juchitán, que si Monterrey, que si Acapulco, que si Huejutla, que Lerdo, que Río Grande, que Puebla, que algún pueblo de Oaxaca- para que la crónica de esta campaña sea más precisa y contundente. Pero Lubezki, acaso, se contagió de Cárdenas. "Voy a seguir llendo a los pueblitos chicos", le dijo Cárdenas a sus asesores gringos. Está bien, pues, que vaya: pero no teníamos que seguirlo a cada pueblo, a cada mitin, a cada ciudad.