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El padre

Publicado el 21 abril 2021 por Josep2010

Ha pasado un lustro desde que se estrenara en nuestras latitudes la obra de teatro escrita por Florian Zeller, dramaturgo francés -parisino por más señas- que triunfó allí donde fué representada y siempre con un común denominador: el protagonista, un padre octogenario, era representado por actores de primera fila que en todos los escenarios conseguían arrebatar el ánimo de los espectadores y arrancarles sentidos vítores y aplausos al final de la función.
El padreSeguramente, Florian Zeller, escamado por el escaso resultado obtenido por alguna que otra traslación de piezas dramáticas suyas al cine, decidió que sería él mismo el que se ocupara de dirigir la película The Father que al cabo de cinco años iba a permitirnos a todos conocer de primera mano el porqué del éxito en las tablas y seguramente, también, Anthony Hopkins no dudó ni un instante en aceptar la posibilidad de ocuparse de ése protagonista tan bien escrito, un verdadero bombón para un comediante en edad provecta sin merma de facultades histriónicas.
Ese padre tiene una hija, Anna, y también podríamos asegurar que Olivia Colman ni siquiera tuvo tiempo de pestañear antes de aceptar el papel, un regalo para una actriz veterana que tiene la oportunidad de lucirse junto a un más que experimentado protagonista en una trama intimista muy bien dialogada.
No había transcurrido ni un tercio del metraje (noventa minutos escasos en total) cuando este comentarista se dijo a sí mismo: "esto es una obra de teatro".
Porque no había tomado referencia alguna y ni me acordaba ya del éxito que tuvo en España Héctor Alterio llevando por todas las partes la función de Zeller.
A la media hora, el lastre teatral se hacía muy evidente. Quienes han leído alguna reseña anteriormente en este bloc, saben que me declaro teatrero pero también que considero al cine como un arte perfectamente distinto y que no siempre las obras de teatro funcionan en el cine, por buenas que sean, porque el lenguaje es distinto. Muy distinto.
A pesar que Zeller tiene buenos detalles cinematográficos (el uso del sonido, por ejemplo, esas melodías que sólo oímos cuando el protagonista las escucha en sus auriculares) y que la fotografía encomendada al experimentado Ben Smithard resulta eficaz y oportuna, el relato de los acontecimientos no funciona igual en el cine que supongo lo hacía en la escena teatral, precisamente porque en el teatro hay un espacio físico común entre el espectador y los personajes y en el cine la mentira del objetivo distorsiona y llega a confundir y uno en ocasiones no acaba de saber si lo que ve es una ensoñación, un delirio, un mal recuerdo o qué, porque los trucos escenográficos teatrales no funcionan en el cine, mucho más poderoso y sugerente a la vez que creíble.
Todo más o menos llega a entenderse al finalizar el relato, pero el discurso durante el desarrollo no acaba de funcionar como debiera.
Por otra parte, a diferencia de lo que puede ocurrir en las tablas, en las que la imaginación del espectador producirá sin duda un entendimiento subjetivo importante en el aprecio del fondo de la cuestión, el continente que observamos en la película probablemente causará en muchos espectadores un alejamiento, una falta de identificación imposible porque lo que se nos presenta es en todo caso, un problema de lo que los británicos -como esa familia londinense que vemos en pantalla- llaman "upper class" con posibilidades de vivir en lo que los estadounidenses llaman un "flat" (clarísimo guiño al público del otro lado del atlántico) y acabar sus días en una residencia en medio del bosque, circunstancias que reducen mucho las posibilidades de identificación. Esto en la típica comedia clásica como High Society no causa el mismo efecto porque nadie pretende identificarse realmente, sino reírse.
El drama es otra cosa y aunque Florian Zeller siempre ha manifestado que El padre es una farsa trágica, esa tragedia de un pobre ricachón en unos tiempos como los que vivimos en los que las diferencias sociales se están situando en niveles éticamente inasumibles, no diría que es una broma de mal gusto pero sí desde luego una presentación que tan sólo representa a un pequeño grupo de espectadores. Muy pequeño. Y por añadidura, en lo que se refiere al padecimiento de una enfermedad tan terrible como el alzheimer, tanto para quien la sufre como para los que aman al enfermo, queda un tanto descafeinado, en agua de borrajas, siendo como es difícilmente soportable.
El mejor atractivo de esta película es el reparto: Hopkins y Colman están de fábula (hay que ver esta película en versión original, evidentemente) y los acompañantes también están magníficos y no me importaría ver la función teatral que todos ellos serían capaces de ofrecernos: seguro que disfrutaría más que con la película.
Puede que no sea tan buena como nos han vendido en la mercadotecnia, pero tampoco es tan mala que cualquier alma cinéfila pueda perdérsela así como así. Véanla, si pueden.

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